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18. En el pueblo

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Me alegré mucho al ver que mis doncellas habían decidido conservar el único vestido que traje de la casa de mi padre. Lo usé para evitar llevarme alguna cosa de la familia de Sauto. El vestido no era tan fino, lo que era una completa fortuna si quería pasar desapercibida.

Me planteé salir de madrugada, quería evitar encontrarme con alguien del castillo y que estos se burlaran de mí. Si quería impedir causar más desagrados y no llamar tanto la atención, irme de temprano y sin compañía sería más favorable.

Irme iba a ser la mejor decisión, lo superaría, lo haría, no tenía por qué lidiar cosas a las que no estaba dispuesta a soportar. Pero tampoco sabía cómo empezar una vida, no sabía hacer nada, siempre me consintieron en todo y tuve doncellas para atenderme.

Solté un suspiro. Seguro me las arreglaría sola.

Sobre mi vestido dejé caer una capa grande que me protegería del ambiente gélido de la madrugada. Dudé en dejar la pulsera que simbolizaba mi compromiso con Sauto, pero llevarlo conmigo significaba que aún esperaba algo de él cuando no era de ese modo; aunque dejarlo me convertía en presa fácil para un monstruo. Me la quité y lo dejé sobre una mesa de modo que fuese visible, pensando que serviría como un mensaje para todos en el castillo.

Inhalando y exhalando varias veces, me armé de valor para abandonar la habitación, deseando que la vida en el exterior fuese más fácil de llevar. Abrí la puerta dispuesta a marcharme, pero me quedé estática y contuve la respiración al ver la persona que estaba de pie, observándome en el lado opuesto.

—Sauto —mascullé, sorprendida.

Arrugué el entrecejo. No debía llamar Sauto a Jhören.

—¿Va a alguna parte, querida? —cuestionó, sonriendo.

—Lejos de aquí.

—¿A dónde? —Volvió a preguntar—. ¿Puedo oponerme?

—No.

Él rio ante mi respuesta. Inclinó la cabeza a un lado y me sonrió.

—Está bien. —Se limitó a decir.

Cerré la puerta detrás de mí y coloqué la capucha de la capa sobre mi cabeza antes de dirigir mis pasos hacia la salida. No miré hacia atrás y tampoco vacilé cuando salí del castillo. El cielo apenas esclarecía, dudaba que alguien pudiera detenerme si advertían mi huida, incluso el mismísimo Jhören me dejaba partir. Apresuré mis pasos, no quería que vieran mi partida, prefería que dijeran a mis espaldas todo lo que se les antojaba mientras no llegara a mis oídos.

Por la pequeña vereda que dividía el bosque, noté que se comenzaba a ampliar el camino para el paso de carruajes, tal como había dicho el hombre que me guio hacia el castillo la primera noche. El trabajo a medio terminar culminaba justo donde los árboles de cerezo ya no llegaban. Era la primera vez que pasaba por aquí. Gracias a los primeros rayos solares, podía ver con claridad la división que existía debido a la barrera de energía. A medida que seguía avanzando, noté cómo todo se desvanecía a mí alrededor, ocultando todo rastro del castillo o los árboles florales, para dejar a su vez un bosque frondoso bastante aterrador y oscuro.

Lo había abandonado. Solo seguí caminando, no había un muro ni una línea, pero sentí el punto exacto donde abandoné el castillo. Incluso el aire se percibía más fresco y frío. Era aterrador, como saltar al vacío sin saber dónde estará el fondo o si habrá una caída ligera. Eché una última mirada para despedirme de todas las riquezas y de los malos momentos; al menos me llevaría las palabras de Jhüen, que me enseñó más de lo que jamás aprendí con mi padre.

Me di la vuelta al tomar una bocanada de aire. Solo mencionar su nombre en mi mente, la nostalgia se apoderaba de mis sentimientos. Jhüen había sido muy amable y gentil. Como si mis pensamientos lo hubiesen llamado, Jhüen se encontraba a tan solo unos pasos, mirándome sin esa sonrisa al que acostumbraba a verlo siempre. ¿Cómo había aparecido tan de pronto?

—No le creí a Jhören cuando lo mencionó —dijo.

No respondí.

—¿Puedo evitar que se marche? —Tenía el semblante muy serio.

—No.

—¿Ha sido culpa mía?

—No, por supuesto que no. Usted ha sido muy amable conmigo.

—Es bueno saberlo.

Asentí.

—Si necesitara algo, solo diga mi nombre —añadió. Lo miré una última vez y pasé a su lado con la cabeza encorvada mientras le susurré "gracias".

Ya no podía volver, ahora me correspondía seguir adelante sin mirar atrás. Cada vez que pensaba en lo que era realmente importante, siempre terminaba ocultando mis verdaderos deseos, siendo demasiado cobarde como para actuar de forma egoísta con lo demás. Durante mi estadía en el castillo, cuando nadie estaba a mi lado, me parecía que era muy grande para mi sola. Esta experiencia me ayudó a abrirme los ojos, entendí que una vida vacía no era la que quería en absoluto y que podría, si así lo quisiera, conocer a alguien tan maravilloso como Jhüen.

¿Hacia dónde debía caminar o dirigirme ahora? ¿Qué debía hacer o haber hecho?, estas eran las constantes preguntas que acechaban mi inquieta mente. Era de esperarse, dejaba atrás una vida llena de lujos para aventurarme en uno completamente nuevo y desconocido.

Tan pronto di mi primer paso en la carretera principal, la pequeña vereda desapareció como arte de magia ante mis ojos. Ya no quedaba rastros del paso hacia el castillo. Solo desapareció.

En las afueras del pueblo donde residí, era bien conocida por la mayoría de las personas como la hija noble de la familia Korensf, la pueblerina de buenos vestidos al que busca esposo desesperadamente. Negándome a regresar ahí por miedo a ser reconocida y a encontrarme con mi padre de forma accidental, redirigí mis pasos al lado opuesto.

Estaba consciente de que nada sería fácil a partir de ahora, tendría que luchar por mis propias necesidades, por mi bienestar y mi felicidad. No me rendiría ahora, sería paciente y poco a poco liberaría mis emociones para no seguir siendo una prisionera.

Caminé por las carreteras desoladas, que no solo estaban empolvadas sino también tan maltrechas. Me detuve un instante tan pronto escuché el graznido de un cuervo, salió de entre los árboles y voló libremente en el cielo. Seguí caminando y por alguna razón, el cuervo no me perdió de vista.

Mi trayectoria hacia el pueblo duró más de lo que pensé, jama imaginé que aquellas casas que observé desde una colina quedaran tan lejanas; pero agradecí llegar sana y a salvo. Las personas a mí alrededor iban y venían con canastos, algunas me saludaron cortésmente mientras otros me sonreían de forma amable. Decidí explorar un poco más las casas, preguntando a más de un pueblerino amable alguna información sobre un trabajo.

"El pueblo es demasiado pobre para pagar a un sirviente, los grandes señores suelen estar aisladas de las aldeas, encerrados en sus mansiones para evitar mezclarse con personas humildes. Son ellos los que requieren el servicio de una doncella, institutriz, cocinera o todo lo que sus riquezas puedan pagar" decían.

No tan asombrada por esas palabras, agradecí la ayuda con la misma amabilidad. No me sorprendía que fuese de ese modo, teniendo en cuenta que mi padre también vivía en las afueras para no mezclarse con las personas humildes.

Solté un suspiro. Una vida completamente diferente me esperaba de ahora en adelante.



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Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora