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25. Jamilé

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Cada parte de mi cuerpo temblaba tanto del frío como del miedo que calaba en mis entrañas. Intentaba apretar la mandíbula para impedir que mis dientes titiritaran, pero me era imposible, parecía que hallaban la forma de moverse sin mi consentimiento. Veía mi propio resuello condensarse al tener contacto con el aire gélido. Mi capa no me protegía del todo. Apresuré mis pasos, temiendo que si seguía de ese modo, jamás llegaría a mi encuentro con Jhüen. Quería acabar esto rápido y regresar a mi cuarto, así estaría bajo la protección de unas paredes desgastadas.

No llevé ninguna antorcha, confiada en que la luz de la luna fuera mi guía en esta ocasión. Quería pasar desapercibida y causaría el menor de los ruidos si no deseaba despertar la atención de alguna bestia.

La brisa helada volvió a sofocarme, me estremecí y me detuve por breves instantes. Retomé mi camino viendo el ambiente grisáceo que teñía la luna. El zumbido de los árboles creado por el viento, el sonido emitido por los pequeños insectos que rondaban alrededor era lo único perceptible; eso y el ruido de mis zapatillas junto mi respiración entrecortada.

En varias ocasiones casi me enredaba con mi propio vestido, me vi obligada a recoger gran parte de la prenda en mis manos y así evitar una caída mientras corría. Sentía que mi trayectoria hacía el río se ralentizaba, que el camino se hacía más largo a medida que avanzaba. Hacía mucho que comencé a escuchar el sonido del río fluir, pero aún seguía sin vislumbrarlo. Tenía miedo de haber tomado una vía diferente al acostumbrado, pero caminé con Lorenzia tantas veces por estos lugares, perderme debería ser imposible.

Volví a detenerme. Miré a mí alrededor para cerciorarme de estar en el lugar correcto. No podía estar mal, mis ojos no deberían engañarme. Reconocía este lugar muy a pesar de la poca claridad. Quizá me estaba dejando llevar por el miedo al imaginarme haber recorrido una distancia grande cuando apenas si iba a mitad de mi trayectoria. El sonido del agua llegaba hasta mi posición, eso era un buen indicio.

Seguí caminando. Algunas ramas caídas y secas crujieron bajos mis pies, pero le resté importancia. Algo en la mente me tranquilizaba, diciéndome que una vez que estuviera al lado de Jhüen me encontraría a salvo.

Aminoré mis pasos cuando vislumbré la salida del bosque y noté el río que se movía costa abajo con tranquilidad. Me acerqué con sigilo y me situé en la orilla sin dejar de observar mi entorno.

No veía a nadie.

Me removí inquieta, sopesando la posibilidad de que Jhören me hubiera engañado. Tan pronto ese pensamiento acudió a mi mente, una figura se movió entre la oscuridad creada por la frondosidad del bosque.

Abrí los ojos y parpadeé para agudizar la vista. Mis latidos comenzaron a acelerarse temiendo que fuese una bestia lo que se acercaba a mí. La figura se movía despacio entre las sombras, el chasquido de las ramas resonaba cuando se partían bajo su peso y, una vez que comenzó a entreverse bajo la luz, solté un suspiro aliviado.

Pero también me desconcerté. Ladeé la cabeza a un lado y... ¿acaso era Jhören Sauto?

Volví a parpadear.

No. No lo era. Sauto tenía el cabello corto mientras que Jhüen presumía de una cabellera larga, lisa y bien cuidada. Solo que, en esta ocasión, parecía tenerlo suelto con mechones reposando sobre sus hombros y danzando al aire a cada paso que daba.

Me sentí más segura, tomé una respiración profunda y lo dejé salir despacio. Lo peor había pasado. Al menos eso creía.

—Tanto tiempo sin verla, señorita —dijo a medida que avanzaba en mi dirección—. ¿Cómo ha estado?

—Bastante bien, debo decir —respondí. Me aclaré la voz con disimulo—. Espero que usted también.

—Por supuesto.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora