Wattpad Original
Te quedan 68 partes más de forma gratuita

21. Las manos de una doncella

43.1K 4.8K 591
                                    

—Eres preciosa, mi niña. A veces me da la impresión de que eres más que una doncella.

Elevé la vista hacia el espejo para ver a la mujer que acariciaba mi cabello con delicadeza. Sentía sus manos ásperas rozar por accidente zonas delicadas de mi rostro.

—¿Por qué lo dices, Lorenzia? —pregunté, inquieta—. La señora Mirian cree que soy arrogante. ¿Debería corregir eso?

—No creo que tu arrogancia sea intencionada, no sé cómo explicarlo —empezó a decir sin dejar de tocar mi cabello—. Cuando era más joven y era soltera, fui también una doncella. Traté con las mujeres e hijas de los señores a quienes serví y siempre noté en ellas cierta grandeza acompañada de la arrogancia. No niego que algunas se excedían, pero también estaban las que poseían un corazón noble.

Me relajé en mi asiento.

—Sigo sin comprender.

—Podría decir que eres demasiado refinada para ser simplemente una doncella.

—Oh.

Lorenzia soltó una carcajada escandalosa ante mi vaga respuesta. Jugueteé con el listón de mi uniforme color gris, mientras escrutaba sus facciones arrugadas a través del reflejo del espejo que ella misma me regaló. Lorenzia podría ser lo más cercano a una amiga en esta casa, me apoyaba y a veces se quedaba conmigo en las noches para cepillarme el cabello, como en este momento.

—A esto me refería —comentó, sosteniendo mi mirada. La seguí observando antes de que ella apartara los ojos y mirara a otro lado—. Eres muy recta. Nunca te he visto sonreír, cuidas mucho tu postura y ni qué decir de tus manos.

—¿Qué tienen mis manos?

Comencé a ver con detenimiento mis manos para verificar si poseía algún defecto e intentar comprender las palabras de Lorenzia.

Ella abandonó mi cabello y se situó a mi lado. Sonriendo y con una expresión divertida, tomó mi mano izquierda con las suyas.

—Estas no son las manos de una mujer que ha estado haciendo trabajos domésticos de un lugar a otro. Cualquiera lo sabría. Mira las mías.

Seguía sonriendo, pero sus ojos transmitían tristeza, por alguna razón, me sentí cohibida a causa de ello. Aparté los ojos, consciente del efecto que comenzaba a tener sobre mí. No entendía la razón, pero su acto conseguía remover viejos sentimientos de mi interior. Durante los próximos instantes, me dediqué a mirar sus manos, que estaban rasposas y con líneas negras sobre su piel debido al arduo trabajo en la cocina. Me le quedé viendo antes de envolver sus manos con las mías. No sé qué me impulsó a hacer lo que hice después, pero me sentía bien y temía que Lorenzia saliera corriendo, indignada.

Sin embargo, ella se quedó, acariciando mi mejilla derecha con su dedo gordo. Más allá de sentir su tacto como algo suave, era áspero, pero se sentía bien.

—Trabajaré duro entonces —dije—. Siento vergüenza no tener las manos como las tuyas.

Ella soltó una risa divertida. .

—No sé hacer nada, apenas si puedo preparar un baño caliente. —Seguí comentando sin tomar en consideración la mirada llena de reproche que me dirigía.

—Pero eres hábil en otras cosas, como tocar el piano y leer libros, cosa que a mi edad no podría aprender ni aunque me enseñaran.

—No me sirve en absoluto. ¿Qué supone que haré cuando me case? No alimentaré a mi esposo o satisfacerlo con saber eso. Necesito corregirlo.

Lorenzia solo meció la cabeza en negativa.

—Entonces... —Se alejó de mí, parecía dispuesta a dejarme sola—. ¿Me dirás quién eres?

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora