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27. Un nombre repulsivo

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Jhören parecía bastante molesto. Sobre uno de sus hombros, descansaba un pequeño gato blanco.

Al entrar por esa puerta de madera, no solo vi a Sauto con una expresión severa sino también vi una gran determinación pintada en cada facción de su rostro. Incluso con una venda sobre sus ojos, sentí su mirada clavada en mí, analizándome como si yo hubiese hecho algo incorrecto y él estuviera preparado para sermonearme. Tragué saliva con dificultad. Al apartar la vista a un lado, me encontré con una mesa arreglada detrás de Sauto.

Cubierta por una manta blanca, la mesa tenía un arreglo de flores a la mitad, rodeado de varios platillos. Volví a tragar saliva. El aroma de los alimentos parecía disiparse en el ambiente ahora que tenía mi mirada puesta en ellos. La reacción de mi cuerpo, en especial al de mi estómago, fue terriblemente vergonzosa. Jhören escuchó el rugido y se molestó todavía más.

—La llevaré de vuelta al castillo —declaró con voz ronca.

—No. No —me apresuré a decir. Viendo a Jhören de ese modo, con ese semblante serio, tuve miedo de que cumpliera su palabra y me sacara contra mi voluntad de esta casa. Decidida a no marcharme, agregué: —. No quiero irme.

—¿Por qué? —espetó—. ¿Qué tiene este lugar que no tenga el castillo?

La respuesta era sencilla. Este lugar era el hogar de Lorenzia y de don Florentino, yo no me atrevería a dejarlos, pues habían sido los únicos que figuraron ser una familia para mí.

—No me iré.

No debía irme. Este lugar era seguro, más que el castillo.

Él soltó un gruñido y me pareció que se contenía de hacer algo. Tenía la quijada apretada y sus manos se habían formado en puño. Ese tipo de actitud me recordó que acababa de conocer una faceta que no conocía de Jhüen y de Jhören y resultaba atemorizante en distintos sentidos.

Poco a poco él se relajó, tomó una respiración profunda y lo fue dejando escapar despacio. Se hizo a un lado para dejar ver la mesa completa.

—Aliméntese entonces. —Caminó unos pasos hacia la primera silla, la retiró y me invitó a sentarme en ella con un ligero movimiento de la cabeza—. No vendrán a molestarla por ahora —añadió.

Obedecí sin rechistar, me avergonzaba que Sauto supiera mi infortunio de este día y que se molestara en alimentarme.

—¿Hizo esto por mí? —pregunté insegura—. ¿Usted solo?

—Sus doncellas ayudaron.

Eso era una completa sorpresa.

—¿Y ellas quisieron?

—No les pregunté —dijo al instante—. Mis órdenes son absolutas, desobedecerme está fuera de sus límites

Asentí. Sauto era tan temible como respetado y querido. Me alimenté con ganas y despacio, saboreando la carne que escasamente se me había permitido comer al ser parte de la servidumbre. Pensé en Lorenzia y don Florentino, si ellos probaran de estos platillos seguro quedarían fascinados, pues nuestra posición no nos permitía gozar de las comidas extravagantes que se servían a los dueños de la casa. Solo podíamos deleitar nuestros ojos y nuestro sentido olfativo ante exquisiteces. Comí de cada plato que Sauto se había molestado en traer, mas no acabé ni uno. Quería que la pareja de esposos pudiera probarlo también, aunque tenía la duda de si lo aceptarían o si no malentenderían mis actos.

¿Había sido correcto probar de cada platillo? ¿Pensarían ellos que les dejaba sobras o mis migajas? Me mordí el labio, insegura.

Me sentí un poco intimidada por la atención que ponía Sauto en mis movimientos, tenía la impresión de que estaba propensa a cometer un error bajo su escrutinio constante. Traté de concentrarme.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora