Traumatic Memories

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//Narra Annie//

No bien terminé de oír sus palabras, me marché rápidamente, sin dar vuelta para mirar hacia atrás. Ahí, en esa casa que ahora aborrecía y odiaba con todo mi ser, vivía el maldito que quiso abusar de mí. No sé en qué pensaba, qué idea más absurda cruzaba por mi mente en el momento en que accedí a entregarle mi cuerpo. Lo amaba, juro que lo amaba; Zac hizo latir mi corazón como nadie más lo había conseguido hasta entonces… y me había quedado más que claro, que ilusionarme fue una pérdida de tiempo inconcebible.

Mientras avanzaba con pasos inseguros por la calle, sin tener un rumbo definido, divagaba sobre los recuerdos que habíamos cimentados juntos, como novios. Desde el día que nos conocimos, hasta hoy, yo nunca dejé de amarlo; no me importaba nada, ninguna razón era suficiente para hacer mermar mi cariño por él. Sus golpes no pudieron, por más fuertes y rudos que hayan sido sus puños, para mí no significaban demasiado al cabo de algunos días, cuando los hematomas desaparecían. Mágicamente mi mente borraba todo rastro de la agresión que había recibido. Todo en pos de seguir amándolo. ¿Y de qué sirvió? ¿Cuál es el premio por haber sido una idiota enamorada de un maldito abusador?

Me sentía herida en lo más hondo de mi ser, sucia por dentro y por fuera, tocada entera por sus asquerosas manos que tanto repudiaba. No quería llorar, no en medio de la calle, rodeada de desconocidos, pero no pude contener la angustia dentro por más tiempo. Casi sin notarlo, me entregué a la única forma de desahogarme que conocía. Las lágrimas me recorrían las mejillas en medio de una danza mágica, bañando mis poros con su salinidad. El cielo abrió sus puertas y comenzó a llorar conmigo. No me di cuenta cómo las lágrimas se confundieron con las gotas de agua que me recorrían entera. No me importaba la lluvia, no me importa estar empapada, no me importaba no saber hacia dónde me dirigía… Lo único que quería en el mundo era desaparecer y no tener nunca más que ver la cara de Zac.

Sin saber cómo, de pronto me vi frente a la puerta de mi casa. Iba a tocar el timbre con mis manos temblorosas producto del shock emocional, pero en ese preciso momento Mark abrió la puerta, sorprendiéndome. Me preguntó qué me sucedía, pero yo no quería responder a ninguna duda que se le presentara, por más que él me forzara a pronunciar palabra. Me obligó a entrar a la casa y llamó a mis padres a gritos, demasiado preocupado para no saber qué había ocurrido. Ellos acudieron de prisa y me observaron asustados, mientras me sentaban en el sofá, ya que yo parecía a punto de desfallecer. Sus miradas iban de mí hacia Mark, cómo si él pudiera saber qué diablos me pasaba. Mamá movía la boca y hacía gestos extraños con su rostro, sin embargo yo no era capaz de escucharla. Mi mente me bloqueaba a cualquier costo el contacto con el mundo exterior en un intento por protegerme del daño…. Daño que ya estaba irremediablemente hecho.

Mi madre me estrechó entre sus brazos cálidos, haciéndome tiritar al contacto con un cuerpo que no estuviera frío como el mío. Estaba helada, tanto porque estaba empapada por la lluvia en pleno Invierno, así como por el miedo que aún recorría mis venas, mortificándome. Comencé a llorar ahí mismo, con el rostro ido y los ojos casi secos: No me quedaban más lágrimas que derramar por Zac. No porque yo no quisiera, sino porque simplemente ya había llorado demasiado camino a casa.

Un agujero se abrió dentro de mí, un agujero que succionó toda la felicidad que alguna vez concebí. Mi corazón destrozado y mis ganas de vivir en plena fuga de mi cuerpo… Realmente me estaba quedando vacía. Y así fue… Viví por inercia durante mucho tiempo, sin ganas de nada, y casi sin poder llorar, ya que aún no tenía lágrimas nuevas para desperdiciar en Zac. Me encerraba en mi habitación pero quería mantener la mente en blanco, ya que cada vez que algo cruzaba por ella, eran los recuerdos de aquella relación tan autodestructiva que mantuvimos. Por las noches solía soñar con sus manos tocándome por todas partes, desvistiéndome sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo y él riendo con malicia, disfrutando el sádico momento. Despertaba sudando profusamente y gritando antes que la pesadilla terminara… todas las noches, sin excepción.

No quise ir más a la escuela… no a esa donde él estaba y lo podía ver todos los días, sonriendo con su gesto cínico y observándome con sus ojos repulsivos. Mis padres no sabían qué me ocurría, pero supusieron que tenía algo que ver con Zac, ya que nuestro noviazgo terminó sin mayor explicación. Seguramente nunca se les cruzó por la mente qué tan grave habían sido las cosas. La comunicación con ellos dos terminó de fracturarse por completo, por meses no nos dirigimos la palabra para nada más que lo esencial. Mark vivía preguntándome qué había ocurrido, y yo nunca respondí. No quería involucrarlo más en todo esto, porque si se enteraba era capaz de matar a Zac… De hecho, sin estar al tanto de los detalles, un día se lo encontró después de clases y le dio una golpiza que terminó con Zac en el Hospital. El muy maldito denunció a Mark, haciendo que le prohibieran acercarse a él a menos de tres metros.

Los días se hicieron monótonos y transcurrían con más lentitud de la que quisiera. Mis padres hablaron con los maestros y dieron mi año escolar por terminado, ya que yo no estaba en condiciones de seguir asistiendo, por lo demás, tampoco quería hacerlo. Cada segundo que pasaba me dolía como si fueran horas, horas de angustia, de desesperanza, de malos recuerdos que no dejaban de atormentarme. No volví a sonreír, no quería, no podía… No sé bien cuánto tiempo “viví” de ese modo, pero era una vida que no quería tener. Varias veces me cuestionaba si es que había sido o no mi culpa… y siempre llegaba a la misma conclusión… Sí, era mi culpa, porque yo me enamoré de él. Zac, a pesar de todo, seguía siendo el único hombre al que mi corazón quiso. Y también sería el último; yo no me permitiría volver a amar, nunca más entregaría mi corazón a un estúpido que jugara con él hasta hartarse, para después arrojarlo a la basura.

El problema es que el tiempo no se detiene, y en algún momento tiene que avanzar todo lo que no lo hizo cuando más lento transcurría. Si antes las horas se hacían años; ahora todo iba a una velocidad que no me daba tiempo ni de pestañear. De pronto, casi sin darme cuenta, había cumplido diecisiete años. Mi vida había cambiado, poco a poco y sin notarlo, había vuelto a sonreír. Por un momento, por días, meses y años de felicidad, me olvidé de lo que había estado a punto de suceder en aquella casa. Sin embargo, hay recuerdos que no se olvidan por más que uno se fuerce a hacerlo. Algún día tienen que regresar con la misma fuerza que tuvieron al principio. Esos recuerdos resurgieron de mi memoria cuando conocí a Joseph… ¿Por qué? Porque a él lo amé tanto como a Zac, y ese amor que me prometí no volver a sentir, era la señal inequívoca que las cosas iban a ir mal. Yo me prohibí volver a amar, ya que estoy segura que todos los hombres son iguales… Todos son como Zac, al menos para mí.

Y ahora, esta noche tan fría en que yo estaba sola en mi casa, Zac volvía a mi vida como si nada hubiera ocurrido, como si esos años de evitarlo hubieran sido inútiles. Su sola presencia había hecho resurgir todos los recuerdos con cada uno de sus detalles. Lo odiaba, lo odiaba con todo mi ser… pero al mismo tiempo, dudaba.

* ¿A ti no te parece que nos quedamos debiendo besos?- insinuó, acercándose más a mis labios- No te imaginas los deseos incontrolables que tengo de probar tus labios después de tanto-

Se acercó más a mí con sus labios húmedos y ahora tan deseables como la primera vez. Sí, lo acepto, a pesar de todo, aún me hacía sentir maripositas en el estómago y mi piel se estremecía con su cercanía… Sin embargo, no había razón para intentarlo de nuevo. Él me había hecho daño, más del que puede alguien soportar.

* No, Zac.- declaré, segura y haciéndolo a un lado- No nos quedamos debiendo nada. Hazme el favor de irte de aquí y no volver nunca.-

Caminé hacia mi casa, pero él no me dejó cerrar la puerta.

* Sabes que a mí me gusta terminar lo que empiezo, no me lo hagas más difícil.- dijo, con ojos maliciosos y lamiéndose los labios- Princesa, si te relajas, lo vas a disfrutar.-

* Dije que te vayas.-

* ¡Y yo dije que no!-

No fueron necesarias más palabras. La historia se repetía ante mis ojos. Zac ingresó a mi casa con un mínimo de esfuerzo, ya que con los años se había vuelto todavía más fuerte. Cerró la puerta de golpe, y por más que intenté huir subiendo las escaleras, no me lo permitió. Me tomó por la cintura y empezó a besarme por todas partes. Grité, pero eso era inútil… No había nadie en casa. Mis padres y Henry, para variar no estaban; y Mark demoraba más de lo común en regresar de su trabajo. Quise defenderme, pero sólo me gané golpes que me aturdieron. Zac estaba convertido en un animal salvaje, que sólo hacía caso a su instinto. Me desvistió con prontitud, me besó y me tocó todo lo que quiso… Todas mis pesadillas se hacían vuelto realidad, y esta vez, no había nadie que pudiera impedirlo. Zac estaba por terminar lo que empezó hace ya tres años…

Another Day in the ParadiseWhere stories live. Discover now