Solo 833 palabras de realidad.

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El desayuno es la comida mas importante del día cuando tienes los alimentos correspondientes, pero Yondeibis, un niño de 11 años, sabe que los alimentos en estado de descomposición que consigue con su grupo no son la comida mas adecuada del día, su expresión de repugnancia por el pedazo viscoso de arepa hace que el líder del grupo lo regañe. "No se puede despreciar el oro que conseguimos en la basura" es la frase de todos los días, y era cierta, aunque estuviese con un aspecto de putrefacción, una arepa hecha de Harina Pan en la basura, era como una aguja en un pajar en estas épocas.

Yondeibis, hijo de la calle, un malparido de la sociedad, con su padre preso o probablemente muerto en la cárcel de Tocoron, y su madre mendigando algunos bolívares entre alcohol, perico y sexo en las escalofriantes noches de las calles del barrio; es un niño sin miedo a la vida ni a la muerte, ladrón por excelencia, pedigüeño por necesidad, le fascina jugar a los dados con los demás ladrones y vendedores de drogas y armas. Gasta el dinero en efectivo que hace en el día en apuestas, hasta que decide irse al techo de la casa dónde duerme escondido de los dueños, para que no lo echen a patadas, allí él ha logrado hacer su refugio con algunos cartones de cajas desgastadas y una sábana que consiguió hace unos meses en uno de los basureros. A su corta edad ha mantenido relaciones sexuales con seis mujeres del gremio de prostitutas entre 10 y 16 años, algunas fumando cigarro o crippy, reciben algúna comida o un poco de efectivo. Ha tenido que pelear más de 30 veces, dónde en varias ocasiones lo han medio matado, sabe manipular con destreza un cuchillo y un pico de botella, se desvive por las armas y le encantan las motos.

Yondeibis, que tiene la misma camisa sucia desde hace 2 meses, un short que nunca se quita, y descalzo, curtido, se levanta en la mañana para comenzar su recorrido de pululación por las basuras de Caracas, toca el suelo dos veces con la palma de su mano derecha, mira al cielo y dice al aire, más como para sí mismo «Voy a ti Ochun» —una creencia de él—. Después de horas y horas de búsqueda y eternas caminatas, se sienta en una de las plazas de La Candelaria, saca el yesquero del bolsillo y una colilla grande de cigarro que consiguió en la calle, enciende y toma una gran calada, las personas se comentan entre sí mientras van a su destino, y otros sólo quedan absortos de la cruda realidad que se les asoma, revisa su bolso rojo bolivariano y examina sus hallazgos: seis retazos de pan duro, tres mangos que le regaló una señora muy amable, una concha de cambur, y un poco de pasta blanca que olía un poco peor de lo que se veía; contando las migajas de papitas y salsa que ha lamido de siete basuseros de los perreros —puesto de perro caliente—, sí, ha sido un buen día. Al finalizar el cigarro que se ha fumado hasta el filtro, observa el ocaso y calcula que ya son al rededor de las 6:15pm, lo que significa que debe volver al barrio.

Son más de las 7:30pm y Yondeibis todavía sigue su trayecto, ya es de noche y la ciudad se oculta, con terror a los demonios que se liberan de los infiernos, excepto algunos inocentes, como la adolescente de 15 años que caminaba apresurada a su casa cuando Yondeibis la interceptó con un pico de botella para robarle sus pertenencias, un poco antes de por fin llegar al barrio esa misma noche. Al parecer, Ochun esta de su lado, y él lo agradece a cada momento. Esta vez, como ya había robado, tenía la promesa con su santo de no ir al infierno —los suburbios del barrio— a apostar, siempre la cumplía al pié de la letra, y era lo mejor, hoy había obtenido más de lo frecuente. Yondeibis, de 11 años de edad, se dirige por el callejón de siempre hasta la casa dónde se oculta, escucha una moto entrar, se voltea y en menos de lo que espera ya tiene de frente la moto, en la que iban dos de las personas con las que siempre apuesta.

—Maldita sabandija volviste a robar a los tuyos, manda acá el botín mamaguevo —Yondeibis pone una expresión seria en su mirada.

—No vale qué lo qué, no hay nada no hay nada, yo no me lancé ningún gane hoy el mío —le contesta.

—¡Habla claro habla claro menor!

—¡Un coño e madre vale! ¡No tengo nada el míiio!

Esa noche Yondeibis nunca llegó a su refugio, ni tampoco se lo vio mas por el barrio, sin embargo todos sabían lo que había ocurrido por el llanto de su madre desconsolado al día siguiente, en el cuál también saca provecho para chulear a los demás.

Fin.

¡Me Duele Mi País!Where stories live. Discover now