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–      Lo sabía – susurré cuando vi pasar a John corriendo frente a mi mesa de camino al baño.

Lo raro hubiese sido que John Miller no se hubiera contagiado.

El día anterior, a excepción de aquella frase tan desconcertante, terminó de una manera muy entrañable.

Cuando mi jefe se levantó de la cama, fue a la cocina para ayudar a Molly y darle conversación. Creo que hasta se puso a jugar a las construcciones con Rachel – por lo que Molly me contó –.

Por la tarde vino Carla.

Yo no creía que la hija del señor Miller fuese a ser capaz de presentarse en mi casa para ver cómo me encontraba. Pero me sorprendió.

Entró en mi cuarto. Entonces yo me semiincorporé en la cama y le sonreí.

–      Hola Sarah – dijo ella con voz débil –. ¿Puedo acercarme?

No estaba segura de cuánto sería aquel virus de contagioso.

 – Sólo hasta los pies de la cama. No avances más porque no quiero pegártelo – advertí.

Me pareció increíble ver a aquella niña allí, frente a mi colchón, en mi habitación – tan diferente de la suya –.

–      Es que tengo que contarte algo – dijo ella con preocupación –. No sé con quién hablar… Y mi padre no creo que vaya a entenderme.

 Aquello fue justo lo que habían necesitado mis náuseas para descontrolarse más de la cuenta. ¿Pero cómo iba yo a negarme a hablar con ella?

Tal vez tuviese algún problema hormonal – esas cosas que se hablan con las madres y no con los padres –.

–      Cierra la puerta y siéntate en esa silla – le dije.

Ella obedeció y después de echar el pestillo se sentó al lado de la ventana.

–      He conocido a un chico – dijo de golpe –. Bueno ya le conocía… Es del instituto y a veces coincidimos… Pero me gusta.

Carla había cogido carrerilla. Yo la observaba, reflexiva. Hasta el momento no me había dicho nada que fuese extraño en una chica de su edad.

–      ¿Y qué es lo que te preocupa? – pregunté con temor.

Ahora supuse que vendría el verdadero problema.

–      Pues que se ha tirado a mi mejor amiga y ahora quiere salir conmigo… Y no sé si es buena idea.

No tuve que pensar.

–      No lo es – afirmé tajantemente –. Es, de hecho, una idea terrible.

–      ¿¡Pero por qué, si él me gusta?! – estalló Carla de pronto.

Al ver sus ojos llenos de lágrimas comprendí que sería difícil hacerla entrar en razón.

–      ¿Él y tu amiga eran novios? – pregunté primero.

–      No… Fue un lío de una noche.

Me recorrió un escalofrío. ¡Tenían dieciséis años! Si Molly la hubiese escuchado… Menuda colleja se hubiera llevado.

–      ¿Y tú crees que te conviene salir con un chico que le da igual con quién se acuesta? Escucha Carla, el sexo es algo muy íntimo y muy especial, no es un simple beso, ni es como ir a tomar un café, ni es cómo jugar a los bolos… Es algo que une a dos personas mucho… Y que si no lo has pensado primero, te puede hacer sufrir. Y ese chico, si sales con él, va a querer sexo… Pero sólo para pasar el rato. ¿Entiendes?

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora