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Se trataba de un hombre con poco pelo en la coronilla. Sus facciones redondeadas y sus ojos vivos y pequeños me indicaban que se trataba de una persona cordial, amable y tranquila.

Pero de todas maneras me estresaba.

Le observé detenidamente. Vestía una camisa blanca y pantalones de vestir azul marino. No estaba gordo pero tampoco era especialmente atlético.

Contaría con unos cuarenta y pocos años. De altura media y manos finas, con dedos largos.

John me había dicho que le había contratado para que analizara el Feng Shui de la oficina, lo cual me pareció bastante extraño. ¿Qué demonios le podía importar a John Miller una superstición oriental acerca de la manera de amueblar las casas?

“Lo localizó Miriam y me lo envió para que lo entrevistara”, me había explicado él aquella mañana.

“El señor Haller es un experto en decoración de interiores y Feng Shui”, comentó mi jefe después.

Yo había asentido y me había marchado de su despacho algo intranquila. Supe que John deseaba explicarme lo que ocurría con Susanna, pues antes de contarme quién era el señor Haller, me había pedido por favor que nos reuniéramos a solas aquella tarde, que debía darme una explicación y que me amaba más que a nada en el mundo.

Pensé que sentía miedo de que yo me apartara de él después del incidente con su cuñada, la divorciada en apuros.

­–Es tu decisión, John. No tengo derecho a meterme en tu vida – le dije con firmeza.

Aunque realmente sentía ganas de tirarle de los pelos a la tal Susanna y anudarle la melena alrededor del retrete para tirar de la cadena una centena de veces, como mínimo.

– Sé que no estás bien. Te has enfadado. Te conozco – me dijo él clavándome sus intimidantes iris turquesas intensos.

– Estoy perfectamente John. No tengo ningún problema en que acojas a una mujer desesperada, sin dinero y hecha polvo que además es familia tuya. Es humano, yo haría lo mismo en tu lugar – confesé.

Y era cierto, yo pensaba de aquella manera. Aunque Susanna no me gustase y la aborreciera desde el primer momento en que la vi.

– De acuerdo, porque esta noche vamos a cenar con ella, tú, yo, Carla y Rachel… – estableció él, con un tono de voz algo más relajado.

Sólo algo.

Y después de aquel jarro de agua gélida, me contó lo del señor Haller, quien ahora, no hacía más que anotar cosas en un cuaderno mientras me observaba con contemplación cada pocos minutos.

Cuando le pillaba mirándome, me sonreía enigmáticamente, entonces yo trataba de concentrarme en el Power Point con todas mis fuerzas, pero sin conseguirlo.

Y no porque el señor Haller me atrayera en absoluto – no era mi tipo y además no le conocía de nada –, si no porque no creo que nadie sea capaz de concentrarse en su trabajo mientras otro alguien lo mira fijamente con la probable intención de flirtear.

– Mierda de Feng Shui, que se lo metan por donde le quepa a Susanna Winteroth – se me escapó en un susurro.

A aquellas alturas de la mañana, yo ya me encontraba de muy mal humor. Porque no sólo había un señor mirándome con fijación mientras yo tecleaba informes, si no porque también tenía que lidiar con la idea de compartir mesa para cenar con una señora que seguramente tuviese tatuado el logotipo de Channel en sus genitales.

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora