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John me observaba absorto mientras me vestía. Me puse unos vaqueros negros ajustados y un jersey blanco de cuello alto.

Le miré a los ojos. Su azul me seguía fascinando como el primer día en que los vi, pero ahora de una manera muy distinta.

–      Eres preciosa – me dijo cuando volví a sentarme en la cama para ponerme unos botines.

Se acercó a mí y besó el lóbulo de mi oreja. Él aún continuaba sin ropa, envuelto en mis sábanas.

Hacía unos minutos, yo me había encontrado recostada a su lado, también con mi piel descubierta, mientras John había acariciado mi espalda con sus dedos. Fue la clase de momento que una desea que no termine nunca.

Pero debía vestirme, ver cómo estaba Rachel y tal vez, comer algo antes de darle la clase a Carla.

–      ¿No necesitas volver a la oficina? – le pregunté con preocupación –. Normalmente le dedicas mucho tiempo y tal vez te esté perjudicando faltar tanto de tu empresa.

Él me sonrió.

–      Muchas veces trabajo más de lo que debo… No te preocupes, Sarah, sé en todo momento lo que hago – me aseguró John.

Vi que se incorporaba y se ponía su ropa interior. Tardó medio minuto en vestirse con su pantalón de pinzas y su camisa de rayas.

Realmente estaba delgado y su altura  debía sobrepasar el metro noventa. Me imponía mucho su presencia, a la vez que me emocionaba y, en cierto modo, me excitaba.

Y cuando él me miraba con aquella ternura me sentía segura y querida.

–      Abrázame – le pedí antes de que saliéramos de mi habitación.

Era tan alto que mi cabeza quedaba casi debajo de su pecho y sus brazos me cubrían por completo.

–      Nunca había sido tan feliz – susurré, apoyada en él, abrazando su espalda.

John besó mi frente.

Más tarde, desperté a Rachel – que llevaba toda la mañana dormitando – y le puse un plato de puré. Ella parecía estar más entonada e incluso se animó a pintar después de comer y, cuando llegó Molly, incluso le pidió salir a pasear al parque.

John se quedó a comer con nosotras – Rachel y yo –, le preparé brócoli con puré de patata y un par de filetes de merluza.

–      Seguramente Brigitte cocine mejor que yo – le previne antes de que probara el primer bocado.

–      Brigitte es buena cocinera, pero estoy seguro de que no le pone tanto amor como tú, Sarah – me dijo.

Al rato, John se había terminado el plato entero.

–      Me ha encantado – me sonrió.

No quise darle mayor importancia, era brócoli y sólo había que cocerlo al vapor. ¿Qué mérito podía tener aquello?

–      La semana pasada, le preparé a Carla una tortilla de pimientos asados y calabacín, con patata. Le encantó.

Yo estaba lavando los platos cuando me contó aquello. Me giré, atónita.

–      No sabía que te gustara cocinar – comenté –. Es toda una sorpresa.

–      Me gusta, pero trabajando tantas horas… No me queda mucho tiempo libre para experimentar recetas nuevas.

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora