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–      Sarah – susurró una voz en la oscuridad.

Una mano sostenía mi espalda. Abrí los ojos despacio. Después levanté mi cabeza que debía de llevar varias horas apoyada sobre el pecho de John.

Le miré, aún sin poder despegar del todo mis párpados.

–      ¿Qué hora es? – susurré.

–      Las siete menos diez – respondió él –-. Me duele un poco la espalda.

Entonces me di cuenta de que me había quedado dormida sobre John, y de que llevábamos así aproximadamente cinco horas.

Me levanté rápidamente y encendí la luz del salón.

–      Nos hemos dormido – dije con una tímida sonrisa.

Él se levantó lentamente del sofá. Se llevó la mano a la zona lumbar y se estiró como si fuera un gato.

Después se acercó a mí y me dio un pequeño beso en los labios.

–      Buenos días – susurró después en mi oído.

–      ¿Quieres café? – le pregunté en voz baja –. Procura no hacer mucho ruido, Rachel aún duerme.

Me rodeó con sus brazos y me miró, dedicándome una magnífica sonrisa.

–      Me gustaría ir a mi casa, ducharme y cambiarme de ropa… Podríamos desayunar allí. Brigitte prepara gofres todos los días – me tentó él.

Negué.

–      Tengo que esperar a que venga Molly y me tengo que vestir… Tú normalmente sueles llegar pronto a la oficina… Y además está Carla, ¿qué pensará si me ve desayunando en vuestra casa?

–      Es mejor que se acostumbre a verte allí… Así no se extrañará cuando le contemos lo nuestro – susurró John en mi oído.

Aquellas palabras me descolocaron. Realmente John pensaba introducirme en su vida y hacerme parte de ella.

No supe si sentir miedo o ilusión.

–      Ve a vestirte – me dijo al tiempo que me soltaba –. Cuando venga Molly nos iremos a desayunar los gofres de Brigitte.

Su sonrisa me dio a entender que no tenía más opción.

Fui a mi habitación y elegí una falda de tubo azul marino y un suéter beige que marcaba ligeramente mi cintura. Me lavé los dientes y puse algo de sombra de ojos gris sobre mis párpados.

Dejé mi pelo suelto y ondulado caer sobre mis hombros.

Molly llegó tres minutos después de que ya me hubiese vestido. Antes, de marcharme con John, entré en la habitación de Rachel y le di un beso en la mejilla.

                                               ***

La cocina de la mansión Miller era muy amplia y se encontraba dividida en dos estancias por una especie de isla.

En una de ellas, nos habíamos sentado John, Carla y yo a desayunar, alrededor de una mesa de vidrio transparente de patas blancas muy sofisticadas. En la otra, Brigitte cocinaba y le daba órdenes a otro chico joven, que debía de trabajar también para John.

Los gofres de Brigitte me parecieron una auténtica delicia. John los acompañó con un café solo y yo con un vaso de zumo de naranja natural.

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora