EPÍLOGO

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La habitación era blanca y la luz del sol iluminaba fuertemente cada esquina del lugar. Tanto la inmobiliaria como la decoración eran de color blanco. Algún que otro objeto era de algún color pastel, pero el frío color era lo que más resaltaba de todo el sitio.

En medio de todo el dormitorio, se encontraba una muchacha acostada en una camilla. Toda clase de aparatos estaban conectados a ella. La joven mujer estaba en un profundo sueño, completamente inconsciente de todo el mundo. Para ella, el tiempo ya no contaba. Estaba simplemente dormida.

Las máquinas que la ayudaban a respirar y a detectar los latidos de su corazón, creaba un conjunto de inquietante sinfonía, que, sin duda alguna, imposibilitaba el descanso de alguien. Pero la mujer ignoraba la existencia de donde se encontraba y de las máquinas en la cual estaba conectada. Solamente respiraba y seguía viviendo.

Un hombre, completamente fuera de lugar estaba sentado al lado de la mujer. Su cabello estaba corto y ondulado. Había pasado mucho tiempo desde que la había traído a ese lugar. Tres meses para ser exactos. El frío invierno se estaba retirando y la primavera ya estaba devolviéndole a la vida a todas las plantas que regresaban de su profunda hibernación. Pero la única que no regresaba, era ella. La muchacha aún estaba pálida y sus pecas resaltaban junto con su alocada melena roja, que en aquel día, lo llevaba atado en una trenza echa por una de las enfermeras que se encargaba de mantener su habitación iluminada y limpia, con la excusa de que así ella tendrá una pronta recuperación.

En un velador que se encontraba al lado de la camilla, había una enorme jarra de cristal lleno de claveles de distintos colores. El hombre sabía que eran las flores preferidas de la muchacha y él se encargaba de llevarle siempre algún ramo de claveles por si ella despertaba, se encontraría con lo que más le gustaba.

—Scarleth—Dijo su nombre. Él apreció cada una de sus sílabas y aún sentía como su corazón latía con fuerza cada vez en que pensaba en ella. Desde que él la trajo al hospital, no se separó de ella en ningún momento.

La muchacha había perdido la consciencia por el esfuerzo que había hecho y el poco descanso que tuvo. Por poco casi fallece por la pérdida de sangre, pero Caleb reaccionó a tiempo y en muy poco tiempo llegó al hospital esperando a que la pudieran atender debidamente. Afortunadamente ella salió de riesgo vital, pero después de la larga operación que se le realizó para renovar los tejidos rasgados y la sangre perdida, cayó en un profundo coma y sin demostrar progreso alguno, durmió como si nada estuviera pasando.

Durante tres meses. Caleb la acompañó día y noche. Incluso cuando Sasha y Sandra la visitaban, él no se separó de ella como si fuera un perro guardián. Y en los días en que llegaba tarde a estar con su Scarleth. Él se encargaba a rastrear el resto de la familia de ella. Incluso había adoptado a Michael y aunque se llevaran como agua y aceite, ambos hicieron lo posible para llevarse bien.

La puerta de la habitación se abrió de repente, regresando a Caleb a la realidad. Él miró hacía la puerta y una enfermera se asomó con una amable sonrisa.

—El doctor Johnson lo está buscando—Anunció la mujer—. Y deberías aprovechar de buscar algo de comida en la cafetería. Has estado aquí desde muy temprano.

Caleb suspiró y a continuación, se levantó de su asiento mirando a la chica que se encontraba en lo más profundo de su sueño. La enfermera abrió más la puerta permitiéndole la pasada a Caleb y comprobó que Scarleth se encuentre en buen estado, y se retiró de la habitación.

Mientras que los hombres se reunían a conversar. Scarleth movió su dedo corazón derecho. Durante varios días realizaba leves movimientos. Cuando se había cumplido unos tres meses de su estadía en el hospital, Caleb la fue a visitar con varios ramos de claveles y globos para decorar su dormitorio; Scarleth frunció levemente el ceño, pero cuando los médicos llegaron a revisarla, dijeron que simplemente fue un movimiento involuntario de su cerebro. Después de eso, cada vez en que Scarleth movía algo o lograba hacer una expresión de su rostro, no era nada más que involuntario. Pero, en lo más profundo de sus sueños. Ella se encontraba flotando en un gran y tranquilo océano. No había nada más que el silencio y la paz. Ella, simplemente flotaba. Algunas veces podía escuchar alguien llamarla, pero después aquella lejana voz desaparecía y sólo el sonido de su respiración lo remplazaba. Scarleth nunca se había sentido tan en paz en toda su vida y a pesar de estar consciente en donde estaba, no quería abrir los ojos. Porque si lo hacía, aquel océano desaparecería y no quería perder más cosas de lo que ya perdió.

Scarleth era la única que flotaba en aquellas aguas tan tranquilas. En todo el tiempo en que estuvo ahí, perdida en la tranquilidad y en sus recuerdos, jamás sintió tristeza. Era como sí aquel sentimiento, jamás hubiera existido.
Pero había algo que la llamaba. Algo que la buscaba y sin importar qué, seguía llamándola.

El delgado cuerpo que flotaba como un pétalo fue sumergido en aquel imponente océano. El agua besaba con delicadeza su blanquecina piel, humectándola y reconfortándola. Ella se estaba hundiendo. Estaba cediendo a aquel llamado tan lejano. El aire se retuvo en sus pulmones, pero no se estaba ahogando. Aquel mar jamás la lastimaría. Cuando Scarleth finalmente abrió sus ojos, solamente se encontró con un azul tan oscuro que se podría confundir con el negro de la oscuridad. Pero cuando enfocó su vista, se fijó en algo que brillaba en medio de la oscuridad. Una bola de fuego que no se hundía ni se acercaba. Sólo estaba allí. ¿Eso la llamaba? Se preguntó a sí misma y a pesar de que ella si se estaba hundiendo y que sólo tenía una oportunidad para acercársele a aquella bola, extendió su mano cuando estuvo a punto de pasar al lado de la luz, pero estaba demasiado lejos. Ella no podía llegar. No lo alcanzaba.

La gran bola de fuego se acercó a ella, disminuyendo de tamaño hasta que llegó a medir el porte de una pelota de básquetbol. La bola dejaba escapar enormes brazos de fuego que se perdían en el enorme océano. Era la llama más pura que ella jamás podría haber visto en toda su vida. Sin más, la bola se abrió paso a la poca distancia que los separaba y sin demorarse ningún minuto más, ésta se metió en el pecho de la muchacha y una enorme ráfaga de poder y de calor la llenó por completo. No podía permitir que se perdiera aquel don tan puro como la inocencia de un niño. Eso estaba más que claro. Scarleth cerró sus ojos en aquel mundo tan pacífico y los abrió en la realidad.

FIN.


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Y un ciclo se termina... u.u
Disculpen por la demora. Quería publicar el final y epílogo el fin de semana pasado, pero no me sentía conforme con lo que escribí y además, tuve una lluvia de ideas y uff... fue mucho trabajo jaja.

Espero que les haya gustado estos dos capítulos que he subido y que mi historia también les haya parecido buena. Es la primera vez que escribo algo y lo hago publico, por lo que la opinión de ustedes me importa. Hasta pronto <3

Como siempre, no olviden comentar y dejar su estrellita <3 <3

El lobo de los ojos amarillos | [Libro 1] (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now