Capítulo 1.

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Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac. Y otra vez. Tic tac, tic tac, tic tac. Creo que lo estoy diciendo mal, tal vez si lo digo más rápido la manecilla de los segundos me seguirá el ritmo y se moverá más rápido, qué decís ¿funcionará? Me retuerzo la coleta por millonésima vez y vuelvo a posar la mirada en la camarera. Cómo será su trabajo, ver todos los días caras nuevas, caras somnolientas, afligidas por irse o felices, aun cuando Berlín es una ciudad preciosa supongo que también habrá gente que esté deseando salir de aquí. En teoría yo soy una de esas personas, sin embargo, no puedo culpar a esta maravillosa y bella ciudad por haber sido el escenario de este lamentable capítulo.

Si cierro los ojos casi puedo verlo, casi puedo revivir en mis recuerdos los pasos que me han traído hasta aquí. Las decisiones que tomamos, que tomé. Ahora y echando la vista atrás si alguien me pregunta ¿valió la pena? No sabría dar solo una respuesta, como todo en esta vida, por una parte sí, ha merecido la pena y lo volvería a hacer, por otra parte, puedo afirmar sin titubear que antes de volver a vivir todo otra vez preferiría que me pegaran un tiro.

Vuelvo a mirar la hora 09.32, aún me quedan seis horas y veintiocho minutos, más que suficientes para regodearme en mis miserias. Así que lo hago, cierro los ojos y recuerdo.


982 días atrás.


- ¿A quién diablos se le ocurre darle permiso al de Epistonomolo a hacer un puto simulacro de examen y que cuente para nota? Estamos locos o qué – y encima tiene el valor de reírse la grandísima hija de puta – no te rías perra que dependiendo de cómo me salga el simulacro quedamos el finde o no – silencio.

- Nooo, pero... tía si te quedan tropecientos días hasta el examen de verdad, no te rayes. El sábado tenemos cenita con la mamá y luego nos vamos por ahí a darlo todo, sabes que no te puedes escaquear, la mamá va a tu casa a buscarte y lo sabes – no puedo evitar reírme, sí, Teresa vendría a buscarme.

- Estoy tan acojonada – gimo internamente – voy a suspender. Sí la próxima vez que nos veamos me ves con algún ojo morado es porque la vida me ha dado en este examen la hostia de mi vida – se vuelve a partir de risa. Anda que tener amigas para esto, que baje dios y lo vea - bueno, te dejo que estoy a punto de bajar al metro y luego se corta, besos – cuelgo y guardo el teléfono en la mochila, no vaya a ser que mi buena fortuna me siga acompañando y me roben el móvil. Al cabo de unos cinco minutos, estando ya en el vagón, vuelvo a sacar el teléfono, conecto los cascos y la voz de Ryan Tedder y su It's too late to apologize me hicieron olvidar por un instante en que mundo vivía. Solo por un momento ya que cuatro paradas después me bajé, menos mal, de lo contrario me habría pasado la parada del campus y no gracias, necesito al menos un último repaso, así que hacia eso estoy yendo. Segunda casa (alías biblioteca de la uni) ya estoy llegando.

Todos estos años preguntándonos cómo sería estudiar en la universidad, imaginándonos todo tipo de planes y de experiencias ¡vaya puto timo! Que me devuelvan todas esas tardes haciendo planes y soñando despierta sobre la vida universitaria, tantos años esperando ¡para esto! Debería estar penado con cárcel engañar así y jugar con las ilusiones de unos críos.

Estudiantes del mundo, sabed que en la universidad os van a caer palos por todos los lados, aunque no estudiéis y vayáis a hacer tiempo y echar la mañana, algún palo os cae. Seguro. En fin, tres horas después, levanto la vista de los apuntes y la poso en el reloj, mierda, tengo exactamente siete minutos para que empiece el examen, cojo todos los folios y los pongo en la parte de arriba del archivador, luego los colocaré en su sitio, cascos, móvil, estuche, cerebro. Genial, lo llevo todo, salgo prácticamente corriendo hacia la clase.

En mala hora escogí Epistonomolo, esto no hay quien lo entienda, me pellizco el puente de la nariz y suelto el aire contenido, oficialmente estoy frustrada y muerta de miedo. Bajo las escaleras a toda prisa, sin pensarlo mucho, no tengo muchas ganas de que me dé un ataque de vértigo, cruzo la esquina y ¡bum! Salgo disparada hacia atrás y me caigo de culo, ¡dios que dolor! Miro a mi alrededor y todo es como una nube blanca, mierda, mis apuntes, empiezo a recoger las cosas a toda prisa, echo la vista el rel0j, dos minutos para que empiece el examen. Una mano me tiende un taco de apuntes y el estuche, levanto la mirada y me levanto.

- ¿Estás bien? – cojo mis cosas.

- Sí, gracias – agito los apuntes y corro como alma que lleva el diablo.

Por suerte llego a tiempo al examen, es más, cuando entro al pasillo veo al profesor entrar en clase. Finalmente no era para tanto, si el simulacro resulta ser parecido al examen, será pan comido.

Salgo del examen eufórica, sé que lo he hecho bien y estoy esperando desde ya los resultados. Guardo los apuntes que aún tengo en la mano y voy directa al metro para volver a casa.


Ahora.


Ciertamente fue un buen examen, lo reconozco. Fue de los primeros que hice en la universidad, en mi primer año, toda una experiencia. No fue una mala etapa, aprendí bastantes cosas.

Rebusco en mi bolso en busca de mi teléfono, será raro volver a utilizarlo después de tanto tiempo. Tarda un par de segundos en encenderse, pero ya casi se puede adivinar la foto de pondo, el reloj del musée de Orsay, que lejano se me antoja esa tarde. La vida del turista es mucho más dura de lo que los locales se pueden llegar a imaginar y sin embargo merece la pena el esfuerzo de ahorrar todo un año por disfrutar tan solo un par de días.

Me levanto de la butaca de la cafetería del sector D del aeropuerto de Schönenfeld y me acomodo en las butacas que tengo en frente, relativamente cerca de la puerta del cuarto de baño.

No sé en qué estaba pensando cuando se me ocurrió que sería mejor tirarme todo el santo día en este esplendoroso y maravillosamente cómodo aeropuerto. Y para seguir mejorando mi día HACE SOL, really? Casi dos años viviendo en esta maldita ciudad y ha llovido el 80% del tiempo y precisamente HOY que me largo de aquí, hace sol, no es que yo sea precisamente muy fan del calor, pero la ironía es apabullante.

Salgo con mis cosas a la calle, pongo la maleta en el suelo y me siento encima de ella y con la cabeza apoyada en la pared, saco el paquete del bolso y enciendo un cigarrillo, nunca he sido una fumadora asidua pero qué más da. Que puedo decir, estoy disfrutando plenamente de este piti, saboreándolo, sin tener que esconderme de nadie ni preocuparme por si me va a oler el aliento o las manos y me van a descubrir.

El traqueteo de las ruedas de las maletas sobre el asfalto y las aceras es cuanto menos irritante, pero es realidad. No hay nadie esperando a la puerta del coche para cargar con una maldita maleta de mano que hasta un niño de diez años podría llevar sin problema, no hay nadie para quitarte el abrigo de las manos, ni cómodos asientos de cuero, ni aire acondicionado. Es la vida real, la vida de los trabajadores, de la gente normal, la vida donde tienes que esperar durante horas en las interminables colas que se forman para dejar la maleta o pasar el control de la policía. Vida a la que doy gracias por pertenecer. Está claro que yo no fui echa para vivir en una jaula de cristal adornada con diamantes y oro por fuera y por dentro llena de espinas y dagas que tienes que evitar constantemente. 

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