Capítulo 3.

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Antes.


Siempre he tenido la sensación de que Madrid es una ciudad inmensa, a ver sé que es una ciudad muy grande, pero he estado en otras mucho más grandes, pero no sé, no sabría explicar con claridad y precisión cuál es exactamente la sensación que me invade cada vez que el autobús entra en la Avenida del Mediterráneo o en Atocha, ya ni hablar de cuando estoy en plena Gran Vía. Sonará hasta ridículo si quieres, pero para mí Madrid es tan apabullante como bella.

Aunque en estos momentos estoy maldiciendo mi suerte. Como buen martes, el Paseo de la Castellana está a reventar de personas, como es normal teniendo en cuenta la hora y el sitio en que estoy, en pleno centro financiero de la capital. Después de una hora buscando la maldita cafetería puedo decir sin ningún ápice de remordimiento que estoy a cinco minutos de rendirme, llegada a este punto me da igual, que se quede el teléfono, yo solo quiero volver a casa y dormir en mi día libre y estar dando vueltas por la Avenida más grande de la capital como un pollo sin cabeza en busca de una cafetería que mi querido google maps ubica en un sitio diferente cada vez que le doy a iniciar búsqueda.

- Buenos días disculpe que la moleste – me dirijo a una señora de unos setenta años que acaba de salir del portal de su casa con el carrito de la compra - ¿no sabría usted por casualidad dónde está la cafetería Alana? –

- ¿Sabes en qué edificio está el cirulo de Bellas Artes? – Asiento – la cafetería está en el mismo edificio, solo que dos plantas más abajo, en recepción sabrán decirte cual es la planta con exactitud – Le agradezco a la amable señora por su ayuda y me dirijo a toda prisa al edificio en cuestión, más bien, al metro ya que tengo que ir hasta la otra punta, a la calle Alcalá.

Si tan solo hubiese tenido más cuidado y hubiera guardado todo en la mochila cuando salí de la biblioteca, pero no, para qué hacer las cosas bien a la primera pudiendo fastidiarla.

Cuando hablé con el señor me dijo que me estaría esperando, que preguntara en el bar por él, y así lo hice, el camarero muy gentil me acompañó hasta la terraza, no había prácticamente nadie allí, normal, el tiempo no era precisamente el más adecuado para andar de terraceo.

- Es el tío del traje gris, al fondo – seguí con la mirada la leve y disimulada inclinación de cabeza que el camarero, David, había hecho en su dirección.

- Gracias – antes de que diga nada más me lanzo entre las mesas. Lo miro fijamente, sé que se ha dado cuenta de que lo estoy taladrando con la mirada, habla por teléfono, así que decido ser cortés y avanzo muy lentamente los escasos diez metros que nos separan.

Si el camarero no me hubiera dicho que ese es el señor König no lo habría adivinado ni en un millón de años. Ya el día del incidente me di cuenta de que era un tipo altísimo, ahora que lo miro directamente puedo apreciar cuan enana soy yo en comparación. Siendo sincera me sorprendo al ver lo joven que es, por la voz tan grave que recuerdo a través del teléfono hubiera jurado que no tenía menos de treinta y cinco años, tiene el pelo negro, tanto que parece carbón y barba de hace un par de días. Parece muy concentrado en el llavero que no deja de girar entre los dedos de su mano derecha, con la otra está sujetando el móvil pegado a su oreja. No parece muy contento que se diga.

Miro el reloj de mi muñeca izquierda entre pitos y flautas llevo un minuto entero aquí plantada al más puro estilo voyeur. Finalmente me decido a avanzar y me planto delante del señor König.

- Buenos días – deja la llave en la mesa de golpe y levanta la vista.

Espero no haberme ruborizado en exceso, dios que ojos más extraños, no puedo evitar mirarlos con detenimiento. También espero no tener que recoger mi mandíbula del suelo.

LIES.Where stories live. Discover now