Capítulo 4 - Mireia

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¡Hola a tod@s! Siento muchísimo no haber publicado nada antes pero estoy de feria y con amigos en casa y ha sido bastante caotico e imposible sentarme a escribir. Además las pocas veces que me ponía estaba muy falta de inspiración. Os traigo un capítulo de recuerdos, sé que no hay mucha acción pero creo que es importante para poder seguir con la historia que vayais entendiendo todo lo que ha pasado en esos 5 años, esta vez desde el punto de vista de Amaia. 

Espero que lo disfrutéis, ¡y no dudéis en comentar y decirme lo que os gusta y lo que no! Nos leemos pronto :)

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No queriendo molestar a Aitana, Amaia decidió acabar con su pequeño concierto de guitarra. Se desmaquilló lentamente, pasando una y otra vez el algodón por los mismos sitios, queriendo borrar algo más que el maquillaje que Jenny había depositado ahí unas horas antes. Se sentía extraña, como quien despierta de una larga siesta inesperada sin tener ni idea de si han pasado 15 minutos o 4 horas. Volverlo a ver había sido como retroceder en el tiempo y pegarse de bruces con la realidad: él había avanzado, tenía ya 4 discos en el mercado, estaba feliz, seguramente pleno de vida y evidentemente, con alguien. Sin embargo ella había quedado atrás, estaba estancada. Su vida no había cambiado un ápice desde que lo dejó marchar hace ya tantos años. No había avanzado en cuánto a su música se refería, no había podido contactar con ningún productor que quisiera saber de ella, ni siquiera se sintió capaz de volver a llamar a su hermano para hablarle de trabajo. No. Sabía perfectamente lo que le diría, que había sido una inmadura y una cabezota, que si lo hubiera escuchado no habría echado a perder una carrera tan brillante como la que se le avecinaba y que sin un solo single en el mercado, era prácticamente imposible hacerse notar. Amaia no necesitaba más reproches, bastante tenía con lidiar con los que se repetía noche y día a ella misma. A veces pensaba que tendría que haber aceptado grabar un disco con las canciones que le proponía Universal o con las que Alfred había compuesto para ella, esas que aún conservaba en una libreta vieja en el cajón de su mesita de noche y que no había sido capaz de volver a cantar en 5 años. Esas veces se sentía idiota y no entendía el empeño que había tenido en que su disco fuese completamente suyo cuando evidentemente le venía grande todo aquello. Sin embargo, había días que se sentía orgullosa de no haber hecho nada que no la representara realmente. Su vida siempre había estado envuelta en música y si hubiese hecho algo que no sentía, algo de lo que no estuviera orgullosa, estaba segura de que se habría arrepentido muchísimo más. Amaia suspiró delante de su reflejo. Sin duda era algo que no podía cambiar ahora.

Se desnudó y se metió en la cama. El vestido rojo acabó tirado en una esquina del cuarto de Amaia asemejando irónicamente el charco de sangre que brota de una herida abierta. Una herida enorme, imposible de cerrar ni coser.

No quería pensar en nada más pero su cerebro no le concedió ese deseo. Pensaba en todo lo que no había sucedido como ella había querido. En Alfred, en ellos cuando salieron de la academia, en aquel verano que con el tiempo recordaba como el verano perfecto, en la ilusión, las noches sin dormir comiéndose a besos, haciendo el amor en hoteles, cada noche en una ciudad distinta y sin embargo siempre en casa. Porque Alfred era casa, siempre lo había sido. Recordaba la emoción y el orgullo cuando él le contaba sus proyectos, cuando daba saltos de alegría porque todo salía como él quería. Y las video-llamadas continuamente para contarse tonterías. Recordaba, después, la angustia y el miedo cuando su madre enfermó, los viajes continuos a Pamplona, las noches sin dormir, el pavor a perder a la mujer más importante en su vida, aquella que siempre había mirado antes por ella que por cualquiera, la que lo había dado todo por ella, siempre al pie del cañón y que parecía tan débil en aquella cama de hospital. A partir de aquello todo empeoró. Alfred intentaba hacer todo lo posible para estar a su lado, y cuando lo estaba eran los únicos momentos en los que Amaia podía respirar. Alfred era calma, era necesidad. Pero tenía su vida, sus conciertos, entrevistas, grabaciones... y Amaia tuvo que habituarse a no verlo tanto como le hubiese gustado. Aquello no hizo que se quisieran menos, todo lo contrario, les hizo darse cuenta de lo importante que era el otro en sus vidas, les daba fuerzas para luchar por su relación. Sin embargo nadie podría negar que Amaia sacrificó mucho en esos momentos, siempre adaptándose a los horarios de su chico, cambiando planes de último momento, viajando de noche para poder verlo a penas un par de horas y volver. No fue la mejor época y sin embargo Amaia daría lo que fuera por volver a aquella época ahora. Al menos se tenían el uno al otro, aunque fuera en la distancia. Quizá por eso le molestó tanto cuando le contó sus planes en Latino América y Estados Unidos, porque siempre habían ido a su ritmo, siempre le había tocado a ella adaptarse. Si no hubiera sido por el amor que se tenían, Amaia no lo habría soportado tanto tiempo. Incluso la decisión de comprar el piso fue una manera desesperada de buscar más tiempo para estar juntos, y ni con esas. Era realmente difícil, sobre todo cuando Amaia encontró trabajo en el conservatorio y estaba obligada a quedarse en Barcelona toda la semana. Pero merecía la pena, porque cuando escuchaba las llaves de casa y sabía que lo volvía a ver el corazón le daba un vuelco. Siempre que Alfred volvía, o que se reencontraban en un aeropuerto, era como la mañana de Reyes. Alfred, que siempre había sido el regalo de su vida. Amaia suspiró, volviendo al presente, observando la tenue luz de las farolas de la calle que se colaba por la persiana mal cerrada. Estaba tumbada boca arriba, tapada hasta el cuello y aún así el frío le calaba hasta los huesos. Por un momento pensó en llamar a Eva, su ex, pero habría sido tan estúpido como lo fue intentar aquella relación. Era una buena chica, generosa, cariñosa, divertida y muy talentosa. Le encantaba pasar tardes escuchando a Amaia tocar el piano e inspirándose para pintar. Su cita preferida siempre había sido con un piano y pinceles y lienzos por doquier. Eva había sido como beber una taza de agua fresca después de haber estado durante meses en el mar rodeada de agua salada. Respetaba sus tiempos, y la había cuidado desde el principio, pero sencilla y llanamente no era Alfred. ¿Cómo había podido imaginar poder reemplazar a su chico de las estrellas? Como decía Aitana, al menos lo había intentado. Amaia volvió a suspirar, en esas últimas horas era lo que más hacía. Intentó dormir pero cada vez que cerraba los ojos, Alfred volvía. Su sonrisa, sus paletas separadas, sus manos entrelazándose en las de otra mujer, sus labios en el cuello de otra, sus ojos brillando en otra casa, su pelo rizado despeinado... Era una tortura cerrar los ojos y Amaia sentía una bola en la garganta apretando cada vez más, haciéndose cada vez más grande, amenazando con hacerla explotar en un mar de lágrimas. Se giró en la cama, intentando huir del recuerdo de Alfred con esa chica. Pero fue peor. Recordó la discusión que tuvieron cuando él le contó los planes de Universal. Ese recuerdo siempre venía acompañado de un regusto salado que dejaron aquellos últimos besos bañados en lágrimas. Amaia volvió a ver a Alfred de madrugada, haciendo las maletas con los ojos rojos y el ceño fruncido, repitiendo que no estaba de acuerdo con nada, que aquello no era normal si se querían. Era la primera vez en su vida que no había hecho una maleta ordenadamente. Arrojaba la ropa, los libros y los discos con rabia, uno tras otro, negando repetidamente con la cabeza. Cuando se hubo cansado de recoger cosas cerró las dos maletas y se fue hacía el Prat, a casa de sus padres. Lo último que dijo antes de salir por aquella puerta fue "mañana hablamos". Amaia pudo oírlo resoplar un segundo antes de pegar el portazo. Era la primera vez que lo veía tan enfadado y ella ni siquiera había podido abrir la boca. Al día siguiente Alfred la llamó. Fue la última vez que hablaron.

Ojalá - AlmaiaWhere stories live. Discover now