Capítulo 19 - Una pequeña y solitaria mariposa

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Hola bonit@s!

Me da hasta vergüenza pediros perdón porque de verdad que sé que llevo muchísimos días sin actualizar, y lo siento de corazón. Me está costando mucho encontrar tiempo para todo y mi cabeza sigue un poquito viajera...

Espero que os guste, que no os decepcione y que sigáis apoyándome con tanta paciencia como hasta ahora.

¡Nos leemos pronto!

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- ¡Jo, qué bueno! – Amaia llevó otro tenedor de comida a sus labios y volvió a hablar con la boca llena – ¡es que está riquísimo! – Levantó la vista hasta los ojos de Alfred para volver a felicitarle antes de beber un largo trago de agua con la esperanza de que el hidratarse acabara con el insistente dolor de cabeza. Siguió comiendo a una velocidad que hacía pensar que se fuera a acabar la comida en el mundo - ¡Madre mía Alfred...!

-Como vuelvas a decir que está bueno, me levanto y me voy a comer al salón – le cortó Alfred queriendo sonar rudo pero con una media sonrisa en la cara que delataba que seguía agradeciendo el cumplido aunque ya fuera la decimo quinta vez que se lo decía.

Amaia hizo una mueca de disculpa que sin embargo no interrumpió en nada el vertiginoso vaivén del tenedor del plato a su boca. El risotto voló de su plato en apenas una decena de minutos, y Alfred negó levemente con la cabeza esbozando una pequeña sonrisa al darse cuenta de que a él aún le quedaba la mitad del suyo. La velocidad de ingesta de Amaia no había cambiado un ápice en todos esos años, de hecho, ahora que se había acostumbrado a comer raciones más pequeñas, la impresión de velocidad era aún mayor.

Así que allí estaba ella, con su plato vacío, el tenedor entre los labios y mirando a Alfred comer.

Este último estaba tan incómodo que no era capaz de levantar la vista de su plato, temiendo encontrarse de lleno con la mirada penetrante de Amaia.

Se hizo un silencio opresor, interrumpido de vez en cuando por el rechinar del tenedor en el plato, mientras los dos protagonistas de aquella mundana escena se comían la cabeza intentando saber qué decir.

Amaia estaba asustada. Saber que Alfred estaba al corriente de algo sin saber exactamente qué era ese algo, la estaba reconcomiendo por dentro. Y esa máscara de cara de póquer que ahora lucía el chico no la estaba ayudando a leer en sus pensamientos. ¿Estaba enfadado? ¿Dolido? ¿Podría perdonarla?

¿Podría perdonarse ella?

A esa última pregunta era a la única a la que podía responder con certitud. Y era un no, rotundo y profundo. Porque era consciente de su culpabilidad, de la responsabilidad infinita que arrastraba su decisión y sabía que no había nadie más a quién culpar de su amargura. Porque hace 5 años, Alfred no había hecho más que atravesar la puerta que ella le había abierto de par en par mientras le empujaba a salir.

Notó el nudo en el estómago y supo que ya no había marcha atrás, que tenía que enfrentarse a sus miedos, que tenía que aceptar su destino. Todas las decisiones acarrean consecuencias, y esa que tomó hacía tantos años, aún iba a pesarle durante mucho tiempo más.

Alfred alargó todo lo que pudo el número finito de granos de arroz de su plato, luchando contra el paso del tiempo a base de achicar la porción de comida en su tenedor. Porque él también era consciente de la tensión que reinaba en aquella cocina, del vacío al que caerían cuando se acabara su plato y empezaran a hablar.

Pero no podía alargarlo más. No podía seguir siendo un cobarde.

Levantó la mirada de su plato vacío y se enfrentó a Amaia, de todas las maneras en que una persona se puede enfrentar al peligro.

Ojalá - AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora