Capítulo 14 - ¿Recuerdas que me debes un favor?

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¡Hola cositas! Me sentía un poco mal por dejaros sin saber cómo sigue así que me he puesto las pilas y aquí os traigo un nuevo capítulo.

No me odiéis mucho, pero es que las cosas tenían que pasar así.... 

Gracias por todos los comentarios, me encanta ver que seguís aquí los de siempre y que cada vez vamos siendo más. Me encanta compartir esta historia con vosotr@s.

¡Nos leemos pronto!

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Hay veces que tú quieres besar a la vida, que sientes que por fin ha llegado tu momento y que esta vez el viento soplará a favor. Pero la vida solo quiere morderte, arañarte y hacerte saber que aunque no lo creas, debes aprender a ser más fuerte aún.

Hay veces que las lecciones se aprenden de golpe, como una bofetada inesperada.

Y hay personas que no están hechas para la buena suerte.

El estruendo provocado por la puerta cortafuegos cerrándose detrás de Amaia la hizo encogerse de miedo. Se giró lentamente para ver a una mujer de revista acercarse a ella con cara de pocos amigos. Había visto a Amaia dirigirse al camerino de Alfred y no iba a permitir ese encuentro, no toleraría que estuviera tan cerca de él.

-¡Eh! Eres Amaia ¿verdad? – le preguntó, pronunciando su nombre como si fuera un insulto.

Ni siquiera su mueca de asco, con la nariz arrugada y los labios fruncidos hacían que Helena dejara de verse como la persona más guapa que Amaia había visto nunca. Su piel era pálida, como tallada en mármol. Tenía unos rasgos perfectos, cejas definidas, labios sensuales y unos pequeños ojos azules subrayados por unas enormes pestañas. Su nariz respingona y sus pómulos marcados le daban un aire altivo, haciendo que Amaia se sintiera pequeña al instante.

Y era literal, porque Helena, subida en sus tacones de aguja, le sacaba casi una cabeza. Vestía un vestido blanco ajustado que le llegaba por encima de la rodilla y tenía una apertura en la parte trasera de la falda, haciendo que su silueta perfecta resaltara en todos los ángulos.

Todas las inseguridades sobre su look y su figura recayeron inmediatamente sobre la cabeza de Amaia. Se sintió horrorosamente repugnante comparada con aquello diosa del Olimpo que seguía mirándola con expresión arrogante.

-Sí, soy yo... - su voz sonó tan débil que Amaia se compadeció de sí misma.

-¿Y qué haces aquí? No habrás venido a verlo, ¿no? – preguntó Helena con una sonrisa irónica en su rostro. Se estaba riendo en su cara.

Amaia sacó la poca fe en sí misma que le quedaba a esas alturas para contestar:

-No es asunto tuyo.

Helena estalló en una carcajada estridente antes de mirarla directamente a los ojos y hablar con una soberbia aplastante.

-Mira niña, lo mejor que puedes hacer es irte. Alfred no quiere verte. Hace mucho que se olvidó de alguien tan insignificante como tú. No sé cómo has conseguido colarte pero te estoy haciendo un favor, porque seguramente él llamaría a seguridad para echarte de aquí en cuánto te viera – sus palabras se clavaron como decenas de puñales en su estómago, impidiéndole hablar, cosa que Helena aprovechó para seguir atacándola con su discurso – Y por dios, ¿tú te has mirado en un espejo antes de salir de casa? – Helena bufó mientras negaba lentamente con la cabeza – No entiendo cómo se pudo fijar en una niñata como tú. Madre mía, ¿pero qué te vio? – Helena le clavó una mirada de hielo cortante como el más afilado de los cuchillos - ¿Sabes? Existe una cosa que se llama peine, deberías probarlo.

Ojalá - AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora