Capítulo 17 - Ladrillo a ladrillo

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¡Hola bonic@s! Nuevo capítulo, y he de decir que por ahora es mi preferido... Espero que os guste también. 

No me cansaré de agradecer todo el apoyo, los votos y el cariño en los comentarios. ¡Sois súper cuquitos! 

Y @sergigonzalez4, a ti en especial espero que te guste. Gracias por todo.

¡Nos leemos pronto!

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Aquel estruendo paró su corazón al instante, fruto del pánico por lo que estaba creciendo en él y por lo que fuera que le había pasado a Amaia.

Hizo acopio de todas sus fuerzas para levantar su pesado cuerpo del sofá con toda la rapidez que sus músculos le permitían e ir a verla. La encontró cómicamente arrodillada en el suelo, recogiendo los botes de cremas y jabones que había tirado, pero sin éxito porque cada vez que los intentaba poner torpemente en la superficie del lavabo, éstos volvían a caerse.

Amaia se asustó de verlo allí, y Alfred leyó en su mirada que creía que estaba sola.

-Perdón... - Amaia lo miraba desde el suelo con cara de cachorro abandonado y sus grandes ojos muy abiertos.

Seguramente fue a causa del cansancio, pero Alfred no pudo más que reírse con aquella situación, cerrando los ojos con fuerza y con la cabeza ligeramente elevada en aquel gesto tan suyo. Amaia parecía una niña pequeña recogiendo sus juguetes ante el adulto que iba a regañarla. Incluso tenía aquel brillo infantil en la mirada que tanto le gustaba.

La risa de Alfred fue el canto de los ángeles, era música celestial para sus oídos y Amaia se contagió de aquella alegría inesperada.

-Joe... soy un desastre... - dijo Amaia avergonzada, haciendo un puchero mientras intentaba recoger todos los botes.

Alfred se maldijo a sí mismo cuando estuvo a punto de soltar instintivamente un "¡qué cuqui!". El muro que rodeaba su corazón tembló con aquel pequeño terremoto. Pero no podía permitirse caer en esas redes de nuevo.

-¿Qué hacías? – a pesar de ello, la sonrisa de Alfred seguía presente y no pudo más que agradecerle a Amaia aquella escena de torpeza que había conseguido frenar su ansiedad.

Qué irónico era que aún pudieran salvarse el uno al otro después de todo.

-No sé... creo que me he dormido... y me he despertado porque tenía mucho frío, y quería ducharme, pero al levantarme lo he tirado todo sin querer... - lo cómico fue que Amaia volvió a intentar levantarse sujetándose a la encimera del lavabo, y volvió a tirar todo lo que acababa de recoger.

Alfred estalló en una sonora carcajada que contagió a Amaia pese a sus intentos de hacerse la ofendida. El ambiente, ahora que Amaia parecía recuperar lucidez, era mucho más distendido y con el cansancio parecía que la risa se abriera camino ella sola.

-Anda, déjalo, ya lo recojo yo – dijo Alfred con una sonrisa.

Amaia lo miró fijamente mientras Alfred se encargaba de recoger cada cosa y colocarla en su sitio. El chico sentía su mirada clavada en el cogote y los incipientes nervios crecer dentro de él. Terminó de recoger y le devolvió la mirada.

Cuando sus ojos conectaron, Amaia sintió el fuego en su interior, invadiendo cada recoveco, adueñándose de cada arteria de su cuerpo y dirigiendo la llama al mismo centro de su corazón. Se le nubló el juicio, olvidando la situación y el estado en el que se encontraba. No lo pensó un segundo cuando se lanzó a sus brazos.

Ojalá - AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora