Capítulo 16 - Su Alfred

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¡Hola cuquit@s! Sé que estáis deseando leer el capítulo así que no me voy a enrollar mucho. Solo decir que sigo flipando con la acogida y el cariño, y que no cabe más agradecimiento dentro de mi. <3

También deciros, que había escrito como 13 páginas y he tenido que cortar el capítulo en dos porque era demasiado largo... El siguiente lo tengo que retocar aún un poco antes de subirlo... 

Y eso, que estoy súper nerviosa, pero de comerme las uñas vaya, y que le he dedicado muchas horas, así que espero que os guste y no os decepcione... 

¡Nos leemos pronto!

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Alfred no se extrañó del desastroso estado del salón. Al fin y al cabo era algo predecible tratándose de Amaia. 

Encontró cojines por el suelo, botellas tiradas y algunos vasos derramados por la mesa del comedor. Tuvo que controlar su lado más maniático por el orden para no ponerse a recoger, recordándose que eso no era lo importante.

Lo importante era encontrar a Amaia.

Anduvo por el salón acompañado de la tenue luz de las farolas entrando por la ventana y esquivó los bártulos y el desastre, hacía la única luz encendida: el cuarto de baño.

Un miedo atroz se apoderó de él cuando la encontró tirada en el suelo en una posición impracticable, con las piernas dobladas y la cabeza y el brazo derecho apoyados en la taza del váter. Se acercó veloz hasta ella apartándole el pelo, alborotado y con restos de su propio vómito, del rostro.

-¡¿Amaia?!

Le buscó el pulso, y una ráfaga de alivio lo recorrió de pies a cabeza cuando lo encontró. Sin embargo la inquietud seguía vigente. Había visto a amigos suyos del instituto en coma etílico y el temor a que fuera el caso no lo dejaba respirar tranquilo.

La zarandeó de los hombros, retirándola de aquella posición inviable. La cabeza de Amaia con la boca entreabierta se tambaleaba de adelante hacia atrás al ritmo de sus sacudidas.

-¡Mierda Amaia! ¡Despierta, joder!

Intentó abrirle los ojos, pellizcarle el brazo, pegarle pequeños tortazos en las mejillas, pero nada estaba dando resultado y Alfred se estaba desesperando.

La acercó contra su pecho, sin importarle mancharse la camiseta con la hilera de saliva y vomito que decoraba la mejilla derecha de Amaia, y besó su cabeza susurrándole un "por favor" entre lágrimas. Entonces se le ocurrió una manera de hacerle recuperar el conocimiento, quizá su última opción antes de llamar a una ambulancia.

La separó de su cuerpo y con manos temblorosas la colocó de lado en el suelo y se levantó buscando por el baño algún producto de limpieza como lejía o aguardiente. Tuvo que escudriñar toda la casa, entrando en cada cuarto de manera desesperada, hasta que dio con ellos en uno de los armarios de la cocina.

Se sintió el ser más impotente del planeta mientras esperaba, con la botella de lejía bajo la nariz de Amaia, durante casi un minuto hasta que vio sus grandes ojos marrones abrirse de repente. Parpadeó varias veces y Alfred notó que le costaba dejar los parpados abiertos.

-¡Amaia! –Alfred dejó escapar por su boca toda la tensión acumulada.

La chica se revolvió, volviendo a cerrar los ojos mientras se quejaba con sonidos guturales y un murmullo inconexo que parecía decirle que la dejara dormir. Pero Alfred sabía que bebiendo como había bebido, dejarla dormir era muy peligroso.

Ojalá - AlmaiaWhere stories live. Discover now