Capítulo 18 - Amor y música

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¡Hola bonit@s!

No sé cómo expresaros lo mal que me he sentido estos días por no poder actualizar, y no es por excusarme, pero es que la historia no fluía como de costumbre y me ha costado mucho arrancar la maquinaria.

Sé que os va a saber a poco después de todo el tiempo que lleváis esperando capítulo, pero lo he hecho con la mayor dedicación que puedo, y espero que os guste.

No me odiéis mucho si no consigo actualizar tan seguido como antes por favor, últimamente tengo la cabeza un poco viajera...

¡Nos leemos pronto!

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Amaia despertó con la sensación de tener un martillo picador en la sien abriéndose paso en su cerebro. Aún seguía un poco mareada y los recuerdos de la noche anterior le llegaban a trompicones.

El concierto, el subidón y la adrenalina de escuchar a Alfred cantar, los nervios removiéndole la boca del estómago al ir a buscarlo y acto seguido el dolor atronador de escuchar en boca de Helena tantas verdades. Y esa misma boca enredándose en la de Alfred... Recordó la desesperación que la llevó a aquel pozo de alcohol insalvable. El alivio y la libertad de inhibir sus demonios, levitando con más alcohol que sangre en sus venas. Y después el ardor en la garganta, la acidez en la nariz y los ojos llorosos al vomitar.

¡Mierda! ¿Alfred?

Amaia lo recordó de repente, Alfred había estado en su piso, había estado allí con ella, ¿no? ¿Es que acaso fue un sueño a final de cuentas?

Se revolvió en la cama, buscándolo en la oscuridad que le proporcionaban las persianas bajadas. La cabeza le dolió como si estuviera atravesada por cientos de espadas, obligándola a poner en marcha todos sus esfuerzos para intentar recordar a través de la neblina de aquellos recuerdos, el momento en que Alfred abandonó la cama. Pero le fue imposible.

Se había dormido. La muy imbécil se había dormido después de prometerse a sí misma que no lo haría. Apretó la almohada contra su cara para ahogar un grito de rabia. ¿Cómo había podido dejarlo marchar así? Le habría gustado decirle tantas cosas y disfrutar de su presencia... Ni siquiera había podido embriagarse con su olor ni con el sonido de su voz, y ahora no iba a volver a tenerlo tan cerca nunca más.

Tonta. Tonta. Tonta.

Se comportó de manera infantil no queriendo moverse de la cama, le daba igual la hora, le daba igual no saber ni dónde estaba su móvil. Quería enterrarse en aquella cama de por vida. Sin embargo la garganta le escocía cada vez más y la lengua pastosa casi le impedía tragar saliva. Necesitaba agua. Litros y litros de agua.

Resignada, se levantó de la cama y al abrir la puerta de su dormitorio, la luz proveniente de las ventanas del salón al otro lado del pasillo la cegó. Entornó los ojos, molesta por aquellos rayos de sol inoportunos.

Tardó varios segundos en notar el delicioso aroma que emanaba de la cocina. ¿Cuándo había vuelto Aitana? Bueno pensándolo bien, así no tendría que preocuparse por buscar su móvil y llamarla. Entraría en la cocina a beber agua y mataría dos pájaros de un tiro.

Si aquello hubiera sido un culebrón venezolano melodramático, Amaia se hubiera desmayado en cuanto puso un pie en la cocina. Porque no era Aitana la que, mientras tarareaba una melodía despreocupadamente, cocinaba en los fogones.

Alfred ni siquiera notó su llegada.

Le había despertado, hacía un par de horas, el insistente vibrar de su móvil en el bolsillo de su pantalón. Había salido de la habitación sin hacer ruido, cerrando la puerta tras de sí y notando los músculos agarrotados y cansados.

Ojalá - AlmaiaWhere stories live. Discover now