CAPÍTULO 9 - MÁS SECRETOS

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Al final la suerte se mostró favorable para el Cuerpo de Exploración. Al menos al principio.
Tras la reunión mantenida con el alto mando del Ejército Erwin esperó a que llegara la fatídica carta que anunciara su expulsión del ejército. Sin embargo, durante esos días no se limitó a aguardar con los brazos cruzados, aceptando que el destino estaba fijado. Antes bien, dando muestras de esa entereza y perseverancia que siempre le habían caracterizado, se dedicó a buscar cualquier prueba que confirmara que él si era el hombre idóneo para el puesto de Comandante.
Y ahí fue donde la suerte, por primera vez en mucho tiempo, estuvo de su parte.
También fue gracias a la inestimable ayuda de Hange, quien consiguió recoger un pedazo del fragmento del Titán Hembra y, tras numerosas pruebas, descubrió que era el mismo material con el que estaban hechos los muros.
Esa prueba irrefutable, la primera que se tenía de la construcción de los muros y que llegaba justo después de descubrir que dentro de ellos había titanes, llevó el miedo y la incertidumbre a todos los rincones de la humanidad.

Seguían sin saber qué significaba aquello. De qué retorcida manera se relacionaban los muros y los titanes. Pero lo importante era que la gente volvía a tener miedo de esos monstruos y los muros ya no eran vistos como esas defensas indestructibles que habían sido construidos, a saber por quién, para salvarles.
Y en esa situación de desesperación el Cuerpo de Exploración, los únicos hombres lo suficientemente locos que desde el principio se atrevieron a luchar contra los titanes, volvieron a ser vistos como héroes.

Dentro de esa visión más favorable el Comandante también tuvo que cumplir con su parte. Y esa consistió en prometer que no llevaría a cabo ninguna misión fuera de los muros sin contar antes con el beneplácito del Gobierno.
La resolución que dio ante el Ejército reunido en el distrito de Stohess, y que se convirtió en la comidilla de la ciudad durante semanas, fue que tan pronto como incumpliera su promesa presentaría inmediatamente su dimisión y se sometería a un juicio militar, penado con la más alta condena: la muerte.
Aquellas palabras placaron definitivamente a los principales detractores de Erwin Smith, los comerciantes y los altos cargos de la Orden de los Muros. La Policía Militar, aunque nunca había tenido al Cuerpo de Exploración entre sus favoritos, no tuvo más remedio que guardar silencio, aceptando con ello al Comandante, pues en teoría los dos querían lo mismo: derrotar a los titanes y liberar a la humanidad.

Salvado el principal escollo, sin embargo, llegaba la parte más difícil para Smith: regresar junto a sus hombres y esperar a que los ánimos terminaran de calmarse.
Y durante ese tiempo indeterminado debió permanecer con la cabeza agachada para llamar lo menos posible la atención y hacer creer a todos que era un buen soldado que se limitaba a gastar los impuestos de los ciudadanos.
No obstante, al final Erwin tuvo que admitir que ese descanso obligatorio le vino bien al Cuerpo de Exploración. Prácticamente desde que el Titán Colosal y el Titán Acorazado destruyeran el muro de Trost, no habían parado un segundo. Las bajas habían sido cuantiosas, especialmente durante las misiones secretas para atrapar al Titán Hembra, por lo que era buen momento para recuperar fuerzas. Y así los reclutas recién llegados, los que se estrenaron en el Cuerpo de Exploración afrontando la muerte como ningún otro soldado había hecho jamás, por fin contaron con tiempo para aprender las técnicas de combate de manos de los mejores.
Por no hablar de que ahora tenían con ellos a Eren, la clave para desvelar el secreto de los titanes, y del que Hange no se separaba.
Sí, en el fondo las cosas estaban bien, pensaba el Comandante cada mañana desde que regresaron de Stohess. Y aunque tardaba unos segundos en placar el leve temblor de sus manos, ese con el que se despertaba al recordar que hoy tampoco estaban más cerca de derrotar a los titanes, todo mejoraba cuando abría la ventana de su dormitorio.
Entonces veía a los cadetes recién llegados bromeando y presumiendo que pronto estarían entre los mejores del Cuerpo, mientras que los más veteranos aprovechaban su posición para ordenarles que limpiaran los barracones o pelaran patatas, pues hoy esa sería su gran misión.
Poder contemplarles con esa tranquilidad, conscientes de que hoy tampoco morirían hacía que las ansias por salir del muro se vieran placadas. Si había que esperar un poco más, que así fuera.

El PactoWhere stories live. Discover now