Maddox Gaskell es llamado en el bajo mundo como el diablo por la despiadada forma de operar su casino y por su frialdad al tratar con los deudores.
Para él no existe la bondad; nunca la ha recibido de nadie y mucho menos la otorga.
Brooke...
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Los cuatro socios del Hellville terminaron de comer y esperaban ir a descansar una horas antes de volver por la noche, a excepción de Maddox que esperaba noticias de su encomienda y aunque sus amigos habían dicho que se irían, bien sabía que no lo harían hasta que tuvieran noticias o en su defecto volverían apenas les llamara.
—Siento que voy a morir joven —dijo Max—. He comido como un cerdo y ahora quiero dormir. Seguro voy a morir dormido.
—Vas a morir como el cerdo que eres —respondió Maddox—. Los cerdos mueren chillando, así lo harás tú.
—Haremos —replicó ofendido—. No pretendan lavar sus pecados.
Maddox iba a replicar pero uno de los hombres de seguridad apareció deteniendo su réplica.
—Señor —dijo el hombre—. Está aquí.
La sonrisa alegre de Maddox se borró de inmediato y se puso de pie.
—Ya saben a donde llevarlo —dijo con autoridad.
El hombre asintió y se fue sin más antes de que mirara a sus amigos.
Parker sonrió y se puso de pie.
—Al final no me he vestido como manda la etiqueta. En fin, voy a mi posición de monarca.
Maddox abandonó la oficina y enfiló de inmediato a la sala de billar privada, dónde algunas veces los cuatro jugaban y apostaban cualquier cosa.
Abrió la puerta y entró mirando inmediatamente al sujeto que se revolvía tratando de liberarse del agarre de sus hombres.
Observó al tipo, no lo había visto bien la primera vez, pero ahora en la plenitud de su rabia podía observarlo.
No tenía más de 40 años, pero su aspecto era deprimente y asqueroso; transpiraba suciedad y dejaba claro que no era tan lícito en sus actividades.
El pelo grasoso y el abultado estómago dejaba claro que su día a día era el de cualquier borracho de cantina y la barba descuidada más el cabello cano y desaliñado mostraban solo su falta de higiene.
Se imaginó a Brooke en manos de un hombre como él, en lo que convertiría su vida si la tuviera y en lo desalmado que parecía ser.
—¡Qué diablos quieres conmigo! —dijo el hombre con voz altanera al ver a Maddox—. Te aseguro que te vas a arrepentir de haberme traído aquí.
Le sonrió en respuesta y se mantuvo parado frente a él solamente observándolo.
—No sé quién eres —continuó—. Pero te aseguro que te vas a arrepentir mocoso estúpido.
Aspiró el asqueroso aroma que desprendía el sujeto antes de acercarse a él.
—Walter Deskop —dijo mirándolo—. Creo que sabes la razón por la que estás aquí.
