☆Capitulo 11: No soy una asesina.

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Enfermos Mentales. Capitulo 11:No soy una asesina.

Elizabeth tomó aire, provocando que el olor a metal oxidado invada sus fosas nasales. Cerró los ojos, prestando atención a los pequeños sonidos… como el chillido de una rata, por ejemplo. Volvió su vista al frente, repicoteando la banca de metal frío con su uña; era de las pocas cosas que podía hacer estando esposada. Tenía la cabeza apoyada a la pared, mirando hacia arriba, tratando de evitar cruzar miradas con Erick y los demás a su lado.

Erick, Alex, Sheyla, James, Sara… y Jennifer, sentados todos en la misma banca de metal, esperando que los llamen para testificar. A Erick se le habían escapado los nombres de las personas con las que estuvieron en el día.

—Agh, ¡Las esposas son muy incómodas! ¿Cómo hay gente que las usa? —preguntó Sara tratando de quitárselas.

—No las usan por gusto. Solo cuando los arrestan.

—Oh, no me refiero a la cárcel —explicó con inocencia, ganándose la mirada de todos.

—¿Me pueden decir qué diablos hago yo aquí? ¡No sé nada de lo que pasó después de que me fui! —se quejó Jennifer enojada.

—Porque estuviste con nosotros esta mañana —respondió Sheyla encorvada.

—Sí pero los abandoné. No sé que clase de idioteces hicieron por ahí y no me interesan —se quejó dejándose caer hacia atrás y recostando su espalda alta de la pared dura de ladrillos.

—Nadie te pregunto si te interesaba, igual que nadie te dijo que debías venir a Portland con nosotros, en ningún momento OX dijo que debías; pero sabías que tú fin de semana libre iba a ser uno muy aburrido, así que decidiste incluirte —respondió Shey con la vista fija en algún punto de la pared.

En el centro de esta, había uno de esos espejos policiales en los que del otro lado los policías podían verlos, pero ellos solo podían ver su reflejo. ¿Qué estarán pensando observándolos desde ahí detrás?

La puerta se abrió, dejando ver a un hombre gordo medianamente alto. Hizo una seña para que uno de ellos se levante. Señaló a Jennifer.

—¡Aleluya! —dijo parándose de la banca aún esposada. El hombre colocó una mano sobre su hombro ayudándola a salir.

Los iban a interrogar.

El interrogatorio era individual, pero las respuestas eran casi las mismas. Como si todos lo hubieran ensayado para saber que responder a cada pregunta.

—Según lo que han dicho, son de un internado mental en Massachusetts —el investigador se acomodó en el asiento, poniendo los codos sobre la mesa y descansando su barbilla sobre sus puños cerrados—, ¿Qué hacen en Portland? —preguntó a Sheyla con actitud totalmente relajada, un método para que ella se sienta en confianza también y lo suelte todo.

—De visita. Nos dan un descanso cada fin de semana para ver a nuestras familias o salir. Este fin de semana decidimos salir como amigos y conocer alguna ciudad juntos.

—¿Por qué se supone que debo creerte?

—Mire —dijo Elizabeth en la siguiente entrevista, levantando la manga de su abrigo de seda—. Nos ponen estos brazaletes para para saber dónde estamos. Si me escapo esta cosa comienza a sonar y lo escucha todo el que esté a medio kilómetro de distancia, para saber dónde estoy cuando me estén buscando con el geo localizador.

El hombre se acercó tomando el brazo y girándolo delicadamente para observarlo con detenimiento. Eso lo podría ayudar a averiguar dónde estuvo durante el día, Elizabeth lo sabía, así que tuvo que poner su primera mentira en marcha.

Enfermos Mentales: Edificio del terror. [Libro 2]Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα