Capítulo 3

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Neil se despertó, entumecido y desorientado. Abrió los ojos y a la tenue claridad que se filtraba por entre las contra ventanas descubrió a Candy profundamente dormida a su lado. Al instante, los acontecimientos de la noche anterior regresaron a su mente en tromba y el corazón empezó a palpitarle en el pecho con una fuerza casi dolorosa. ~.¿Qué he hecho?- Tragó saliva, angustiado; tenía la garganta completamente seca. Ni siquiera tenía la pobre excusa de haber bebido de más la noche anterior. La única explicación era que se hubiese vuelto loco. Sí, eso debía ser un caso de locura fulminante.

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Desde que al pasar por delante del dormitorio que ocupaban Annie y Candy se paró a escuchar junto a la puerta entreabierta y descubrió los disparatados planes de esta última, se había prometido a sí mismo que los boicotearía aunque fuera lo último que hiciera en su vida.

Recordaba tan bien la furia asesina que lo consumía mientras paseaba de arriba a abajo de su habitación, planeando sus próximos pasos. Sospechaba desde hacía semanas que aquella rubia descerebrada planeaba algo; conocía demasiado bien el peculiar chisporroteo de los grandes ojos verdes y la vigilaba de cerca. Al fin y al cabo, él era un cazador experimentado y había marcado a Candy como la pieza a cobrar -su trofeo más importante- desde el mismo instante en que aquella niña, flaca y larguirucha, entró en su vida.

Sabía que la rubia lo odiaba aún por aquel desdichado asunto del cachorro de mastín y su orgullo le había impedido tratar de hacer las paces con ella. Fue consciente de que si seguían viéndose era tan solo porque él era el otro mejor amigo de Annie; por eso Candy siempre lo incluía en sus Invitaciones, a pesar de las raras ocasiones que le dirigía la palabra. Se apartó un mechón de pelo del rostro con nerviosismo; aún no podía creer que hubiera planeado entregarle su virginidad al idiota de su novio con semejante frialdad.

Neil se consideraba más un espectador que un actor en la comedia humana y le gustaba mantenerse al margen mientras observaba las locuras del resto del mundo. Desde que supo que Candy salía con Robert lo había vigilado de cerca, de ese modo cauteloso y discreto que hacía que nadie se percatara de sus intenciones y lo había clasificado como uno de esos tipos básicos, sin una sola idea propia, que vivía para fardar de coche y de ropa delante de los demás y al que lo único que le preocupaba era su cara bonita, su cuerpo musculoso y su fama de conquistador.

Si de algo estaba seguro Neil era de un par de cosas: una, no estaba dispuesto a permitir que Candy le entregara su primera vez a un parásito como aquel; dos, haría lo que fuera necesario para impedirlo. De pronto, se detuvo y sonrió complacido; en su mente empezaban a trazarse las líneas maestras de un plan maquiavélico.

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En cuanto vio que Candy le decía algo a su novio al oído antes de salir del local, Neil se acercó a la barra y pidió dos copas. Con una en cada mano se acercó a aquel lugar donde Robert bailaba, muy concentrado, a ritmo agitado de la que se ha había convertido en la canción del verano. El novio de Candy tenía los ojos vidriosos y el rostro congestionado; saltaba a la vista que había bebido en exceso.

-Te invito a una copa. -Robert miró extrañado el vaso que el otro le tendía antes de encogerse de hombros y aceptado por fin-. Esta buena.-

Neil señaló con un gesto de la barbilla a una joven de larga melena rizada que se contoneaba, provocativa, a un metro escaso de ellos y le guiñó un ojo con complicidad. Aunque a Robert no dejó de sorprenderle que aquel tipo hosco, que apenas le había dirigido dos palabras desde que llegó a casa de Candy, se mostrase ahora tan amistoso, dio un trago a su copa y respondió con una mueca jactanciosa:

ODIO A PRIMERA VISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora