Capítulo 14

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Entre Kolia, Quikil y Neil descargaron el trineo y montaron las dos tiendas de campaña en un abrir y cerrar de ojos; en la más grande dormirían los cuatro hombres, y la pequeña quedaba reservada para las mujeres de la expedición. -Ustedes ponganse cómodos mientras Quikil y yo tratamos de encontrar alguna huella de oso. Tal y como les expliqué, a partir de ahora cazaremos a rececho, es decir, seguiremos el rastro de los animales a pie hasta dar con ellos.-

Neil se agachó para ajustar las correas de sus raquetas de nieve y el rastreador lo imitó. Cuando terminaron, ambos se colgaron las correas de los rifles a la espalda y se alejaron con rapidez.

Candy se mordió el labio sintiéndose extrañamente desvalida y permaneció con los ojos fijos en las dos figuras, cada vez más pequeñas, hasta que desaparecieron del todo. Sin saber muy bien qué hacer a continuación, se volvió a mirar a su alrededor y descubrió a Terry en la orilla del lago, muy ocupado lanzando piedras planas y haciéndolas rebotar en las aguas tranquilas; Susan, cámara en ristre, filmaba el campamento y Kolia, con una pequeña hacha en la mano, se dirigía al bosque para reunir leña.

Candy contuvo un suspiro; saltaba a la vista que, como de costumbre, ella era la única que estaba preocupada por todas las posibles desgracias que podían ocurrir. En un intento de calmar sus temores decidió ayudar al ruso y cuando Neil y el rastreador koryak regresaron, la comida estaba casi lista. Enseguida se sentaron todos en torno a la fogata, sobre unas pieles de reno que el cocinero había extendido alrededor.

Neil devoró con apetito unas cuantas cucharadas del sabroso guiso del día, antes de dar el parte: -Hemos localizado un rastro fresco unos tres kilómetros al noroeste. Un macho adulto. En cuanto hagamos la digestión, saldremos en su búsqueda.-

Al oírlo, Candy se atragantó con un trozo de carne y empezó a toser.-Tú puedes quedarte en el campamento, va a ser una tarde muy intensa. Si quieres puedes ayudar a Kolia a preparar la cena.-

-¡Una bella cocinerrra! ¡Kolia estarrr empalmado de felicidad!-

-Embargado .-le corrigió Candy de modo automático; desde el principio había hecho buenas migas con el cocinero y se había entregado con entusiasmo a la ardua tarea de pulir su español, tan peculiar.

La salida que el Mataperros le ofrecía, bastante digna por otro lado, era justo la que ella había soñado tener. Sin embargo, su espíritu de contradicción debía estar hipertrofiado porque al oír sus palabras, en lugar de saltar de contento, se sintió terriblemente ofendida y con la nariz respingona apuntando al cielo, replicó con altivez:

-Puedes ahorrarte tu condescendencia pues pienso ir con ustedes...enfrento el desafío.-

-¡Así se habla!.- Neil la miró con aprobación dándole unas palmaditas en la espalda.

Y Candy, que había pensado encararse con él, se quedó desconcertada. Más tarde, mientras entablaba una lucha encarnizada con las fijaciones de sus raquetas, se preguntó por centésima vez si no habría sido mucho mejor que se hubiera tragado su maldito orgullo con patatas. Dos horas después, con los músculos de las piernas al borde del colapso y sudando como un pollo para tratar de no quedarse rezagada del resto, maldijo una y mil veces su estúpido pundonor; a pesar de lo cual, apretó las mandíbulas con fuerza y siguió adelante.

En un momento dado, Quikil alzó una mano y todos se detuvieron en el acto. Neil se llevó un dedo enguantado a los labios para indicarles que debían permanecer en silencio, luego se dejó caer sobre la nieve y empezó a reptar con la habilidad de una lombriz.

«¡No lo haré! ¡No lo haré!»- Se juró Candy, pero al ver que Susan y Terry se lanzaban en plancha sobre el suelo helado sin dudarlo, igual que un par de Rambos de pacotilla, no le quedó más remedio que imitarlos.

ODIO A PRIMERA VISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora