Capítulo 9

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El nativo de Nueva York era un hombre de mediana edad, algo entrado en carnes, -¡Encantado de volverte a ver, amigo! .-saludó con una retumbante carcajada, antes de ofrecerles el contenido de una petaca de plata que todos, salvo su novia, una pelirroja bastante guapa que no debía tener más de veinte años, rechazaron de plano.

Tras las presentaciones, Murray, el guía del millonario y su ayudante, un chico de pelo rapado con el gorro de lana calado hasta las cejas, les ayudaron a subir a la embarcación. Susan decidió que quería algunas tomas del perfil de Terry recortado contra aquel cielo plomizo, así que ambos se sentaron en la proa. Candy y Neil lo hicieron en el centro y el millonario y su novia, quien a cada rato soltaba una risita irritante, atrás junto al ruso que llevaba el timón.

Neil observó, disgustado, la forma descuidada en que Murray sujetaba su carísimo rifle de caza último modelo.

-Será mejor que deje el arma en tierra, amigo.-dijo Neil.

Sin embargo, se negó en redondo y, con las venas del rostro a punto de estallar a juzgar por el tono aún más chillón que adquirieron sus mejillas, gritó que a él nadie le daba órdenes. Neil se dirigió entonces al ruso en su propia lengua, pero Murray, sin mirarlo en ningún momento a la cara, se defendió diciendo que el millonario era un buen cliente y que si él podía llevar su rifle a bordo no veía por qué el otro no.

Neil sabía que Murray tenía el monopolio de las lanchas de la zona. Si se negaba a llevarlos, la agenda del rodaje se retrasaría y las penalizaciones que ocasionara ese retraso recaerían sobre su propia empresa, así que, aunque no le gustaba nada el cariz que estaba tomando el asunto, no le quedó más remedio que dejarlo estar.

-Muy bien .-habló en un tono sereno, a pesar de que sus dedos se apretaron con fuerza en torno a su propia arma.- Antes de partir una última advertencia: cómo pueden ver el mar está agitado; en una lancha de este tipo la estabilidad es alta y es difícil que vuelque, pero no sería extraño que alguno saliera despedido a causa del oleaje, así que sujetense a las cuerdas situadas en los flotadores. Dudo que un baño en estas aguas heladas resulte muy agradable.-

Al terminar le hizo una señal a Murray quien, a su vez, gritó una orden en ruso. Entonces el más joven empujó la barca mar adentro y permaneció en la orilla contemplando cómo se alejaban. Candy se agarró en el acto a la cuerda más cercana con la misma fuerza con la que un falso suicida se aferra a la barandilla del puente desde el que amenaza con saltar. Aún no entendía qué pintaba una chica de ciudad como ella, que jamás había fantaseado con convertirse en la nueva Lara Croft, en una expedición salvaje como aquella.

Cada vez que sus ojos se posaban en las aguas turbulentas, se arrepentía amargamente de haberse apuntado a aquel viaje. En ese momento notó la presión de unos dedos sobre su mano enguantada. Sorprendida, alzó el rostro y tuvo una visión fugaz de una de esas medias sonrisas, apenas esbozada, tan característica del Mataperros y, aunque retiró la mano en el acto, de pronto, cosa extraña, se sintió mucho más tranquila.

El ruso guiaba la barca con pericia a través de las aguas encrespadas, y después de un rato de navegación Candy consiguió relajarse lo suficiente para mirar a su alrededor; eso sí, seguía aferrada a la cuerda con tanta fuerza que si no hubiera llevado guantes le habrían salido ampollas. Murray procuraba mantener la lancha lo más cerca posible de aquella costa de abrupta orografía cubierta aún por bancos de nieves invernales de los que, a cada poco, surgían las puntas afiladas de las peligrosas rocas que acechaban bajo el manto helado.

Neil les había explicado en el campamento que una de las formas más habituales de cazar al gran oso pardo de Kamchatka durante la primavera era desde el mar, a bordo de una lancha. Si bien era cierto que resultaba complicado disparar desde una embarcación en continuo movimiento, el pelo oscuro de los plantígrados que se acercaban al agua resaltaba con nitidez contra la nieve que se acumulaba aún en las laderas escarpadas, lo que los convertía en un blanco bien visible. La otra forma, había añadido, era recorrer en trineo grandes distancias, y una vez avistadas las huellas de algún animal continuar la caza a rececho, es decir, a pie; de ahí la necesidad de aprender a moverse con soltura con las raquetas de nieve.

ODIO A PRIMERA VISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora