Epílogo

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A pesar de que hubieran deseado quedarse para acompañar a Annie y a Raff, el ginecólogo se los quitó de la cabeza. La cosa llevaría su tiempo, afirmó muy seguro. De hecho, cuando Neil y Candy regresaron al hospital ocho horas más tarde, la enfermera de planta, una mujer de mediana edad de agradable sonrisa, les informó de que acababan de bajarla a quirofano y les indicó que aguardaran en la sala de espera.

Obedientes, se sentaron en la sala vacía. Candy lo cogió de la mano y se la apretó con fuerza. Apenas había podido dormir unas horas y se sentía tan angustiada como cuando nació Katy. La situación se repetía, pensó; en aquella ocasión, Neil y ella habían esperado también en la habitación del hospital en compañía de Armin, el primer marido de Annie, que estaba muy nervioso y había bebido más de la cuenta, por lo que el médico no le había permitido estar presente en el parto.

Neil le devolvió el apretón; también él pensaba en aquel día ya lejano consciente de que, por aquel entonces, su güerita favorita no habría consentido que le brindara ni siquiera el consuelo inocente de sus dedos entrelazados. Y ahí estaban de nuevo Annie, Candy y él juntos, al menos en espíritu, como en tantas otras situaciones importantes que habían compartido a lo largo de sus vidas.

-Tranquila, está en buenas manos.-

Candy apoyó la cabeza sobre su hombro y Neil le pasó un brazo por la cintura, apretándola más contra él, mientras su mente daba un nuevo salto en el tiempo, esta vez a un pasado mucho más cercano. Aún no podía creerse del todo que la joven que se apoyaba en él, confiada, fuera su mujer.

«Mi mujer», paladeó la palabra en silencio.

Entre Annie y Candy habían organizado la boda en un abrir y cerrar de ojos; una ceremonia sencilla pero muy emotiva en una ermita de la sierra, donde habían acudido los padres de Annie, la familia Andrew y la por supuesto la familia Leagan.

Jamás olvidaría el momento en que la vio avanzar hacia él por el pasillo, tomada del brazo de su padre adoptivo William Andrew. A pesar de su tendencia a la extravagancia, Candy había elegido para la ocasión un vestido muy sobrio y, si bien sería incapaz de describir el corte o acertar con el nombre del tejido aunque su vida dependiera de ello, había pensado que su adorada blancuzca estaba tan bella como una princesa de cuento.

-¿En qué piensas? Se te ha puesto una sonrisita boba. -La voz de Candy lo devolvió de golpe a la sala de espera del hospital.

-Así que boba, ¿eh? .-Su rostro recuperó su aspecto más severo.

-Sí, boba, nada a tono con las inquietantes circunstancias presentes.-

-Para tu información, pensaba en el día de nuestra boda. En lo bellísima que estabas; por desgracia, me has interrumpido antes de poder recrearme en lo bien que lo pasamos unas horas después.-

-Sí que lo pasamos bien, ¿verdad?.- Candy le lanzó una mirada pícara y el hoyuelo adorable que siempre lo había enloquecido, asomó junto a su boca, por lo que no le quedó más remedio que apretujarla aún más contra sí y besarla con toda la artillería pesada. Si no hubiera sido por la jovencísima enfermera, que los interrumpió un poco más tarde, seguramente se habría olvidado por completo de dónde y en qué circunstancias, inquietantes o no, se encontraban.

-Ya están subiendo a la Sra. Connor a piso ―anunció tras un carraspeo entre educado y malicioso.

Con las mejillas sonrojadas a más no poder, Candy se apartó de él de inmediato y se puso en pie; sin embargo, a juzgar por la sonrisa chuleta que Neil le lanzó a la enfermera ―y que la dejó clavada en el sitio sin dejar de parpadear, deslumbrada―, comprendió que su marido no se sentía ni un poquito incómodo.

ODIO A PRIMERA VISTAWhere stories live. Discover now