Capítulo 17

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De súbito, una ola de furia hirviente le subió desde el pecho hasta el cerebro, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Estaba tan rabiosa, que tuvo que apretar las manos ―que se habían transformado en puños ansiosos de golpearlo― contra los muslos.

-¡Te juro que nunca, nunca te perdonaré!. ―Las palabras salían a duras penas de entre sus dientes apretados.- ¡No eres más que un mentiroso y rastrero que se aprovecha de la inocencia de las personas!.-

-¡Nunca planeé aprovecharme de ti, Candy! ¡Tienes que creerme! Yo también era inocente, no fui capaz de controlar la situación. ―Ella detectó su angustia, pero no se dejó conmover.

-¡¿Y por qué nunca me lo dijiste?! ¿Por eso mantenías siempre esa calma que me sacaba de mis casillas cuando te metías conmigo? Seguro que en el fondo te decías: «lo que no sabe esta pobre estúpida es que me he acostado con ella, que la he tocado de arriba abajo, que conozco todos los trucos para hacerla gemir...».

Su voz se quebró, pero enseguida se repuso y volvió al ataque―: ¡Has tenido que disfrutar como un enano a mi costa con ese «secretillo» tan inocente! Debe molar guardarse semejante as en la manga...-

Entonces se vino abajo por completo. Empezó a llorar con tal desconsuelo que Neil, incapaz de resistirlo, la estrechó con todas sus fuerzas contra sí. Candy forcejeó durante unos segundos, tratando de liberarse, pero no logró apartarlo ni un milímetro. Cansada, desistió de aquella lucha inútil y, con el rostro hundido en el cálido cuello del aborrecido Mataperros, dejó escapar un millar de lágrimas que ni siquiera sospechaba que guardaba dentro; por lo que pudo ser y no fue, o por el tiempo perdido o por... en realidad, no sabía muy bien por qué lloraba con semejante desconsuelo.

Durante todo ese tiempo Neil no dijo una sola palabra, tan solo la apretó contra él, sin dejar de acariciar los ensortijados cabellos hasta que los sollozos cesaron. Cuando los suspiros se fueron espaciando más y más, y volvió a reinar el silencio en el interior de aquel saco de dormir, que al igual que el capullo de una mariposa parecía aislarlos del resto del mundo, susurró en su oído:

-Te dejé una nota. Tú dormías y no quería despertarte. Si te soy sincero, no lo hice porque tenía miedo de que empezaras a mirarme con odio. Arranqué un papel de uno de tus cuadernos y te la dejé ahí, sobre las mantas donde yacimos.-

Candy no contestó. Neil no estaba seguro de que le hubiera oído, pero decidió dejarlo estar. ¿Para qué seguir con las explicaciones? Estaba claro que ella no le iba a perdonar jamás; lo más seguro era que en cuanto regresaran a Chicago se negara a volver a verlo siquiera. Al pensar en los años vacíos que seguramente le aguardaban, sintió una angustiosa desesperación; no podía ni imaginar una vida sin la presencia de aquella rubia que lo traía por la calle de la amargura, pero que era tan esencial para él como el aire que respiraba.

Justo entonces se le ocurrió que, tal vez, ya nunca más volvería a tenerla entre sus brazos. Se le hizo un nudo en la garganta y la apretó un poco más contra sí; la besó en la frente y se dispuso a disfrutar del placer agridulce de abrazarla quizá por última vez.

-*-*-*-*-*

El agradable olor del café recién hecho despertó a Candy. Abrió los ojos y vio a Neil en cuclillas junto al calentador. A pesar de las intensas emociones del día anterior, su sueño había sido profundo y sin interrupciones. Tan solo se había despertado en una ocasión en mitad de la noche sintiéndose desorientada, pero la respiración regular del Mataperros, que dormía estrechamente abrazado a ella, la había tranquilizado y había vuelto a dormirse en el acto.

El Mataperros y ella... Aquella noche... Con determinación, se obligó a dejar de pensar en aquel espinoso asunto, abrió la cremallera del saco y se estremeció al notar el cambio de temperatura.

ODIO A PRIMERA VISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora