Capítulo 18

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Dos días después, Susan y Candy se despedían frente a la puerta de la Terminal 4 del aeropuerto de Chicago con una efusividad desconocida hasta entonces.

Los otros dos componentes de la expedición se habían quedado unos días más en Petropávlovsk. El médico que había examinado a Terry dictaminó que sería conveniente que pasara un tiempo en observación y Neil, en calidad de responsable de la expedición y por su dominio del ruso, había insistido en quedarse con él y encargarse de hacer los arreglos que fueran necesarios para su vuelta; sin hacer caso de las protestas de Susan quien, después del susto vivido, no parecía dispuesta a perder de vista ni un segundo a Terry.

Candy observó la ciudad desde las ventanillas del taxi que la llevaba a su departamento. El tráfico intenso y el flujo continuo de personas le produjeron un ligero agobio; después de la vastedad de Kamchatka, Chicago se le antojaba demasiado civilizada con sus concurridas calles y sus edificios modernos. Sin poder evitarlo, un profundo suspiro se escapó de sus labios. En ese momento sonó su móvil:

-¿Ya ha regresado a la civilización la intrépida exploradora?.-

La voz alegre de Annie aflojó un poco la opresión que llevaba sintiendo en el pecho desde el instante en que embarcó en el primer avión.

-En efecto, aquí estoy sana y salva a pesar de las peligrosísimas aventuras a las que me he enfrentado, fieras salvajes incluidas. ―Hizo un esfuerzo por sonar animada.

-¿Estás bien?.-

-¡Caray!.- se dijo en silencio, su amiga la conocía demasiado bien.

-Sí, claro que estoy bien, lo que pasa es que ha sido un viaje muy largo y estoy cansada.

Su respuesta pareció tranquilizarla.

-Katy no para de preguntar por ti; está deseando que le cuentes tu viaje con pelos y señales, así que recupera fuerzas cuanto antes ―ordenó― porque el sábado te esperamos a comer y tienes que estar en plena forma para responder a todas sus preguntas.

-Así que me espera un interrogatorio en toda regla. ―Candy sonrió al pensar en la curiosidad insaciable de su ahijada.

-Cuenta con ello.-

-Annie y tú, ¿cómo estás?.--

-Gorda, mimada, feliz... Raff vuelve el viernes por la tarde de Dallas. A ver con qué se presenta esta vez ―la risita que soltó Annie rebosaba contento―. Lo último fue un sombrero texano y unas botas de cowboy en miniatura, y tuve que pararle los pies porque ya tenía apalabrado un poni para llevarlo a la finca. A este paso, nuestro hijo va a ser el niño más malcriado del planeta Tierra.

Al oírla, Candy recordó la cara de felicidad casi cómica que lució Raff durante horas el día que se enteró de que el bebé que esperaba su amiga sería un niño. En realidad, estaba segura de que si le hubiera dicho que iba a ser niña su reacción habría sido exactamente la misma; saltaba a la vista que estaba loco por Annie, por la criatura que llevaba en su seno, por Katy e, incluso, por la Tata. Candy no pudo reprimir una punzada de envidia al pensarlo.

-Bueno, Candy, estoy oyendo a Katy y a la Tata que vuelven del parque, ya te lo cuento todo el sábado. Te espero a las dos.- Annie colgó justo en el momento en el que el taxi se detenía frente al portal de su edificio.

Candy pagó, recogió su equipaje y subió en el ascensor. Cuando abrió la puerta de su piso y percibió el olor familiar no la asaltó la acostumbrada ráfaga de satisfacción que solía experimentar siempre que regresaba a su hogar. Esta vez, la penumbra producida por las persianas a medio bajar y el silencio reinante le resultaron sofocantes.

ODIO A PRIMERA VISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora