Capítulo 20

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Para Neil los días que siguieron transcurrieron con una lentitud desesperante y tuvo que recurrir a toda su paciencia de cazador para reprimir el impulso de plantarse una noche en casa de la blancuzca, echársela a la espalda, al estilo de alguno de sus admirados antepasados en esos tiempos adorables en los que no existía lo políticamente correcto, y encerrarla en la cueva más cercana.

La obstinada araña patas largas no contestaba a sus llamadas. Annie había tratado de ayudarlo organizando varias comidas y cenas destinadas a reunirlos de una vez. Sin embargo, antes de aceptar Candy, cautelosa, preguntaba siempre quienes estarían presentes, y aunque su amiga trataba de disimular, la pobre era tan mala mintiendo que la otra se escaqueaba a tiempo con cualquier excusa.

Por eso, cuando aquel viernes por la tarde, casi un mes después de su regreso de Kamchatka, Neil escuchó el sonido de su móvil ―que había dejado en el suelo junto al sofá en el que estaba tumbado, con el control de la tele en una mano y un bol de palomitas de microondas recién hechas en la otra, mientras veía el primer capítulo de los cuatro que pensaba tragarse de su serie favorita― masculló un par de maldiciones.

Con desgana, dejó el enorme bol en precario equilibrio sobre su estómago y tanteó con la mano hasta que dio con el teléfono, miró la pantalla y comprobó que era un número fijo que no le sonaba.

-¿Diga? .-No oyó nada, así que apretó el botón de apagado del televisor y repitió:- ¿Bueno?-

Nada, no escuchó ningún sonido al otro lado. Estuvo a punto de soltar una palabrota y colgar, pero, de pronto, tuvo una intuición que aceleró su ritmo cardiaco de manera brutal y lo que dijo en cambio fue:

-Güerita, ¿eres tú?.-

Tras una breve pausa oyó la voz de Candy, que sonaba algo insegura.

-Acabo de encontrarla.-

Ni siquiera tuvo que aclararle qué era lo que había encontrado. Sin dudarlo un instante, Neil anunció:

-Voy para allá.-

Y colgó sin darle tiempo de protestar.

-*-*-*-*-*

Cada vez más inquieta a medida que pasaban los minutos, Candy se levantó de nuevo y en esta ocasión, se dirigió a la anticuada cocina del chalé que los Andrew tenían en la sierra. Tras rebuscar en la despensa, encontró una tableta de chocolate sin empezar. Satisfecha con aquel inesperado hallazgo, regresó al salón, se sentó con las piernas cruzadas sobre la gruesa alfombra de lana que había frente a la chimenea, apoyó la espalda contra el sofá, en su postura favorita desde que era una niña, y a pesar de que habían pasado casi seis meses desde la fecha de caducidad, rasgó el envoltorio y empezó a comer.

El chalé había permanecido cerrado durante mucho tiempo, así que, nada más entrar, antes de ir a la casita de juegos, había ido cuarto por cuarto abriendo las ventanas de par en par para que se fuera el olor a cerrado. Cuando llegó al lugar después de salir del trabajo, acababa de caer una de aquellas violentas tormentas tan frecuentes en la zona, y ahora el penetrante olor de la tierra mojada invadía la casa. La tormenta había refrescado el ambiente bochornoso, haciendo que la temperatura descendiera varios grados, por lo que había decidido encender el fuego.

Ensimismada en la contemplación de las llamas mientras las onzas de chocolate desaparecían una detrás de otra en el interior de su boca, Candy pensó de nuevo en el papel amarillento que guardaba en el bolsillo trasero de sus vaqueros.

Me hubiera gustado decírtelo antes de que ocurriera, pero no pude resistirme y, aunque sé que debería hacerlo, no me arrepiento de nada. Siempre te he querido.

ODIO A PRIMERA VISTAUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum