Capítulo 19

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Los ojos azules de Katy brillaban llenos de emoción al escuchar por tercera vez una de las increíbles aventuras de su madrina. Desde que había llegado al maravilloso piso en el que vivía su amiga Annie, Candy casi no había parado de hablar. Primero, contando hasta el último detalle de su viaje a Kamchatka y, después, contestando, una a una, todas las preguntas que se le ocurrían al inquisitivo cerebro de su ahijada. Por ello, a pesar de su tendencia a hablar por los codos, tenía la boca seca. Así que, cuando se oyó el sonido de la llave en la cerradura y tanto Annie como Katy se pusieron en pie de un salto, aprovechó para dar un largo trago a su cocacola, aliviada.

Al final Raff, el marido de Annie, había tenido que retrasar su vuelo unos días debido a ciertas complicaciones de última hora; por ello, en cuanto abrió la puerta, apenas tuvo tiempo de soltar la pequeña maleta con ruedas antes de que su mujer y su hijastra lo asaltaran, ansiosas, cada una por un lado.

-¡Hola, chiquita! Ya veo que se te ha caído otro diente. ¿Seguro que solo tienes siete años y no ciento cincuenta?.-

Alzó a la sonriente chiquilla con el brazo derecho, le dio un sonoro beso en la mejilla y luego se volvió hacia su mujer, a la que mantenía bien apretada contra el costado izquierdo.

-Cada vez que te veo estás más guapa, baby .-afirmó con voz ronca, un segundo antes de inclinar la cabeza y besarla con un ardor que no había disminuido ni un ápice a pesar de los meses transcurridos.

Al ver aquel recibimiento, Candy volvió a sentir la ya familiar punzada de envidia que, a pesar de sus esfuerzos y de lo mal que la hacía sentir, no podía reprimir cada vez que veía reunida a la encantadora familia que su amiga había formado. En realidad, se alegraba de corazón de que Annie, que había sufrido mucho en un matrimonio anterior, en esta ocasión y a pesar de los comienzos nada propicios, hubiera tenido la suerte de encontrar a un hombre tan cariñoso y considerado como aquel gigantesco chico, que no podía disimular que estaba loco por ella.

Unos minutos después, ambos parecieron recordar por fin que no estaban solos y, de mala gana, se apartaron el uno del otro; ella con las mejillas muy coloradas y él con un destello pícaro en los brillantes ojos azules.

-Vamos, pasa, la Tata ya tiene la comida lista.-

-Espera un momento, tengo algo por aquí...-

Raff salió de nuevo al descansillo y regresó arrastrando una pequeña bicicleta con ruedines, de un brillante color rosa chicle, y con una coqueta cesta de paja en el manillar.

-¿Le has comprado otra cosa al bebé?.-Katy sacudió la cabeza con desaprobación y añadió en un susurro bien audible: -Mamá te va a matar.-

-¿Tú crees? .-susurró él a su vez, al tiempo que le lanzaba a Annie una cómica mirada de temor.

Katy asintió, muy seria.

-Y encima le has comprado una bici rosa... -Volvió a sacudir la cabeza, esta vez con pesimismo.

-¿Crees que al bebé no le gustará?-

El seguía hablando en voz baja, como si no fuera consciente de que Annie, Candy y ahora también la Tata, que acababa de salir de la cocina, seguían aquel diálogo con mucho interés.

-Papá, el bebé es un ni-ño .-Alargó las sílabas como si pensara que así le resultaría más fácil de entender.

-¿Y a los niños no les gusta el color rosa? .-Raff se rascó la nariz, muy concentrado.

-No. No les gusta nada.-

-Ya veo.-

Al ver su expresión de desilusión, la pequeña trató de animarlo:

ODIO A PRIMERA VISTAOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz