Capítulo 2

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Natalia se despertó levemente angustiada por la presión que sentía en el pecho. Algo o alguien estaba sobre ella. Al abrir los ojos, comprobó feliz que el culpable de la opresión no era otro que Pipo. Lo habían adoptado hacía aproximadamente un año, cuando no era más que un cachorro asustadizo de color atigrado. El animal disfrutaba especialmente en compañía de la morena, quien solía llevarlo casi siempre con ella al taller. Incluso había veces en las que se podía permitir subirlo a la moto. Pipo se sentaba sobre el tanque, entre los brazos de su dueña, y permanecía inmóvil mientras recorrían las calles de la periferia madrileña. Natalia disfrutaba al ver cómo el animal abría mucho la boca y sacaba la lengua durante sus paseos, con expresión de satisfacción y las orejas levantadas al máximo.

-Ven aquí – le dijo, sonriendo, al tiempo que trataba de abrazarlo. El perro no se dejó atrapar tan fácilmente, saltando sobre ella repetidas veces para luego darle varios lametazos por toda la cara.- Yo también te quiero tonto

Bostezó expresivamente. Eran las 8 de la mañana y todos en su casa dormían, a excepción de Santi, quien había entrado a trabajar hacía media hora. El mismo destino esperaba a la morena, que en una hora debía estar en el taller de Ramón. Se acordó inevitablemente de que tenía que pedirle el día siguiente libre, ya que solo así podría trabajar en el catering que le había conseguido su hermano.
Con pasos lentos se dirigió a la cocina, dispuesta a tomarse un café que le ayudara a despertar un poco más, con Pipo siguiéndola de cerca.

-¿Tú también quieres un poco? – dijo divertida, despegando instantáneamente los ojos de la cafetera para mirar al animal

Después de ingerir por completo la bebida, volvió a su habitación para ponerse el uniforme de trabajo. Consistía en unos pantalones grises con múltiples bolsillos por todas partes, botas de seguridad y un polo negro, el cual tenía su nombre en letras blancas en la parte delantera y el nombre del taller en la espalda.
Era martes, lo que significaba que a Natalia no le tocaba el turno de grúa y por tanto podía llevarse a Pipo con ella. Según terminaba de atarse una de las botas, el teléfono empezó a sonar en la cocina. Corrió a cogerlo, con cuidado de no hacer demasiado ruido, antes de que la melodía despertara a nadie.

-Dime Santi

-Nat, ¿has hablado con David?

-Sí, anoche me escribió con todos los detalles

-Uf, menos mal – resopló, aliviado – Ya sabes cómo es. El cabrón siempre lo deja todo para el último momento

-Lo sé – soltó una pequeña carcajada – pero no te preocupes. Todo controlado

-Oye, tengo que colgar – al otro lado de la línea se oían platos y vasos chocando unos con otros.- Espero que te vaya bien y puedas soportar a tanto pijo suelto

-Claro, claro. Nos vemos luego

Acabó de prepararse el bocadillo del almuerzo con prisas y dio el sobrante del pan al perro. Se había entretenido, y a pesar de que aún le quedaban diez minutos para entrar en el taller y vivía justo al lado, le gustaba llegar antes de la hora. Mucho más ese día, sabiendo que tenía que hablar con el jefe.

-¿Vamos Pipo? – Abrió la puerta, golpeando suavemente una de sus rodillas. El animal no se lo pensó dos veces y salió detrás de su dueña, moviendo el rabo con ganas

     *        *        *

-Buenos días Natalia – saludó Ramón, asomando la cabeza desde detrás del ordenador

-Hola Ramón - la morena le devolvió el saludo con una sonrisa amplia- ¿Puedo sentarme?

-Sabes que sí. Dime

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