Capítulo 24

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El pasillo de la primera planta era más bien austero en comparación con el recibidor que acababa de dejar atrás. Paredes blancas y suelo de baldosas grises perfectamente encerado era todo lo que podía observar, además de un cuadro de grandes dimensiones situado al fondo del pasillo, tan tenuemente iluminado que si no fuera por la claridad que entraba a través de las ventanas pasaría desapercibido.

La suela de goma de sus zapatos chirriaba a cada paso que daba, haciendo aún más incómodo el silencio durante el corto trayecto que compartía obligatoriamente con el chico. Éste había intentado entablar conversación, recibiendo una negativa tras otra en forma de respuestas cortas. Notaba el pulso en la sien y las manos sudorosas, más conforme cruzaba el corredor.

-Aquí es – anunció, deteniéndose a un lado -. Tómese el tiempo que necesite. Eso sí, a las 14:00 se sirve la comida a los residentes

-No se preocupe. Acabaré antes. Gracias – respondió escueta, con una mirada que invitaba a marcharse

Tras un pequeño vacile se marchó por fin, dejándola frente a la puerta. Golpeó suavemente con los nudillos la madera lacada, obteniendo una especie de quejido como respuesta.

-¿Se puede? – esbozó cohibida, asomándose levemente

En ningún momento había llegado a pensar en qué imagen se encontraría cuando la viera, pero desde luego no esperaba una tan cruel de la que en algún punto de su corta vida había sido su mejor amiga y su primer amor. Ni el tiempo ni las drogas parecían haberle dado una tregua, habiéndola transformado en a penas un etéreo reflejo de quien fue y de quien pudo haber sido.   

Alba cerró la puerta y permaneció estática, tratando de encajar el primer golpe de la mañana. Los ojos de Virginia viajaron hasta los suyos, vacíos y desconcertados; no parecía reconocerla. A pesar de ello, trató de esforzarse. Contuvo la respiración unos instantes como si se tratara de una especie de juicio casi divino en el que pocas posibilidades cabían.

-¿Al…ba? – pronunció con dificultad, regalándole una mueca amable. Casi inocente. A penas dos sílabas habían bastado para vapulearle el corazón a golpe de nostalgia

-Sí, soy yo – cabeceó. Se acercó con precaución a la cama para sentarse en el borde, junto a su silla. Se dio cuenta de que no sólo su mirada había perdido el brillo jovial; también su pelo lucía completamente apagado, yermo -. ¿Te…acuerdas de mí? – la voz le temblaba. Virginia negó. Ni siquiera el nombre parecía ser suficiente para desencadenar los recuerdos perdidos en algún lugar de su mente

-¿Tú y…yo…?

-Éramos amigas, sí – habló con lentitud, pues parecía tener bastante dificultad para procesar los sonidos de su boca hasta transformarse en palabras -. Solíamos salir juntas, ir de fiesta… - Se llevó la mano derecha a la cabeza con lentitud para rascarse la nuca, intentando disipar la niebla que desde hacía años ocupaba su mente. Justo como mi Nat pensó al asemejar el gesto, esbozando un mohín de tristeza -. ¿Cómo estás?

Vaya pregunta más estúpida Alba. Te has lucido bonita. La chica unió los labios con delicadeza hasta fruncirlos.

-B…b…bi…en – pronunció con dificultad

Los pinchazos en el pecho se sucedían uno detrás de otro y todo se había reducido a una lucha encarnizada entre marcharse por donde había venido antes de acabar rota o seguir. Seguir. Porque sentía que se lo debía. Al menos, el último adiós.

Virginia la observaba con la curiosidad propia de un niño, tratando de entender por qué la chica que se llamaba Alba y que decía que había sido amiga suya permanecía callada con la cabeza gacha y las facciones contraídas.

A cualquier otra parteWhere stories live. Discover now