Capítulo 11

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No, no… Alba se revolvía inquieta. Por favor, ya es suficiente… Se movía con dificultad, como si alguien o algo tratara de impedírselo, sujetándola de pies y manos. Un sudor frío le recorría la nuca y la frente.

-¿A…Alba? – Natalia se había despertado, echándole un rápido vistazo al reloj. Las tres y media.- ¿Qué te pasa Alba? – La rubia no reaccionaba, forcejeando cada vez con más intensidad y una mueca desencajada en el rostro.- Despierta Alba, vamos – la zarandeó, sin éxito. Estaba cada vez más angustiada - ¡Despierta!

Emitió un quejido ronco que pareció devorar el vacío. Miró a un lado y al otro desorientada, buscando en los ojos de Natalia una explicación a su súbito despertar y recibiendo una mirada confusa como respuesta, cayendo por fin en la cuenta de lo que había pasado.

-Dios… - se llevó una mano a la frente, abatida e incapaz casi de reaccionar. Natalia decidió incorporarse, sujetando las manos de la chica entre las suyas

-Ha sido una pesadilla, Alba. Ya ha pasado, ya está – intentó calmarla, y por un breve espacio de tiempo pareció funcionar. Seguía inmóvil, escrutando el rostro de quien le hablaba como quien mira a una pared en blanco. Y entonces, las lágrimas entraron en contacto con sus mejillas sin poder hacer nada por detenerlo

Escondió la cabeza en el pecho de Natalia sin saber a ciencia cierta de qué se escondía, y mucho menos lo sabía ésta. Se limitó a acariciarle la espalda, dejando que Alba llorase todo el tiempo que necesitara.

-¿Mejor? – preguntó, una vez que las lágrimas habían cesado. Alba asintió-. ¿Vamos a dormir otra vez?

-No – negó enérgicamente – No voy a poder volver a dormir.- Continuaba escondida entre los largos brazos de Natalia, dejando que los latidos de su corazón la ayudasen a terminar de calmarse, y disfrutando de la sensación de protección que la envolvía

-¿Qué hacemos entonces? ¿Quedarnos así eternamente? – carcajeó suavemente

-La verdad es que no me importaría – pensó para sí - ¿Qué dices Alba? Calla que estás sensible y asustada. Deja de decir gilipolleces. Podríamos ver una película

-¿Una película? ¿Ahora? – meditó – Me parece bien

-¿Qué quieres ver?

-No sé. Me encanta el cine en general pero a Dani sólo le gustan las pelis Disney así que… - se encogió de hombros, separándose finalmente del largo contacto que habían mantenido. Alargó el brazo para encender la luz de la mesilla

-Creo que ya sé qué vamos a ver-. Cogió el mando de la enorme televisión que pendía de la pared y en la que Natalia no había reparado. Fue directa al buscador de Netflix, introduciendo el título con urgencia

-La princesa prometida – leyó la morena con gesto divertido-. Qué poco te pega

-Mira, si te vas a reír de mí, te puedes ir un rato a la mierda – espetó con brusquedad

-Tranqui churri – la picó-. Me ha sorprendido, nada más

-Era de mis películas favoritas cuando era pequeña – confesó con vergüenza. Natalia sonrió con cierta ternura, limitándose a recostarse


El niño protestaba ante la intención de su abuelo de leerle un libro, cuyo título daba nombre a la película. El anciano trataba de convencerle, dando su nieto el brazo a torcer. Justo cuando se disponía a comenzar la lectura, Alba cogió el brazo de Natalia, pasándolo por detrás de sus hombros. Ésta se deslizó levemente hacia abajo, permitiendo que pudiera apoyar la cabeza en su hombro. Ambas sonrieron, sin apartar la mirada de la pantalla.

Resultaba curioso como allí, lejos del bullicio, el trabajo, la prensa y la rutina, todo se evaporaba. En cuestión de horas, aquellas cuatro paredes se habían transformado en el refugio donde podían desprenderse de apariencias y dejarse gobernar por lo que sus impulsos les dictaban, aunque con la evidente torpeza de dos personas que aún no se conocen bien pero que desean hacerlo. Lo único palpable en esos momentos no era incomodidad, sino vergüenza. Alba quizás era un poco más resuelta, a pesar de luchar constantemente contra todo lo que la frenaba, especialmente el ego y el orgullo. Natalia, mucho más en paz con su yo interno, se dejaba hacer o actuaba en función de lo que le nacía.

“Sus pasatiempos favoritos eran montar a caballo y atormentar al muchacho que trabajaba en la granja – narraba la voz en off –. Nada proporcionaba tanto placer a Buttercup como dar órdenes a Westley a todas horas.” Anda, se parece a Alba, pensó Natalia. “-Muchacho – hablaba ahora Buttercup – abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella”

-Como desees – pronunciaron ambas al unísono, eclipsando las mismas palabras del protagonista

-No me habías dicho que la habías visto -Alba dejó de prestar atención para clavar su mirada en la de la morena, quien la observaba desde más arriba con complicidad

-Mi madre me la ponía mucho de pequeña – explicó -. Probablemente me sepa los diálogos hasta mejor que tú

Se dedicaron sendas sonrisas, tenuemente iluminadas por el televisor. “Aquel día descubrió con asombro que cuando él decía “Como desees” en realidad significaba “Te amo” La frase del narrador desató el pánico en ambas por un breve periodo de tiempo, provocando que las comisuras de sus bocas volvieran al estado inicial.

-¿Quieres palomitas? – susurró la rubia, encontrando una nueva excusa para perderse en el chocolate de los ojos de Natalia

-Ahora que lo dices, sí. Tengo hambre. Pero no te levantes, – la detuvo antes de que terminara de incorporarse – yo me encargo

-Gracias.- Natalia se levantó, no sin antes dejar un beso en su pelo como ya hiciera horas antes, dejándola completamente a solas con sus pensamientos

Dejó que el nórdico la engullera, haciéndose un ovillo. En las últimas 24 horas, su percepción sobre la chica había cambiado más de lo que ella misma hubiera llegado a imaginar. La había ayudado sin apenas pedirle nada a cambio, y no una sino varias veces, y a pesar de haberla cagado. Y esa misma noche, cuando más miedo había experimentado por primera vez en mucho tiempo, había permanecido junto a ella. Sin preguntas, sin excusas. En su mente comenzaba a tomar forma una imagen completamente nueva de Natalia, sin ningún tipo de idealización, porque ella no era de esas. No era temperamental ni excesivamente sentimental, de modo que todos sus juicios sobre las personas (aunque no siempre fueran acertados) se basaban en las acciones de éstas. Y las de la morena sólo la hacían ganar puntos.

Natalia, por su parte, luchaba por programar el modernísimo microondas de la modelo para que éste obrara su magia y transformara los granos de maíz del paquete en palomitas. Estaba descubriendo que Alba no sólo le caía bien, sino que empezaba a tener algo más que aprecio; le tenía cariño. Sobre todo, porque en el fondo sabía (conclusión a la que ya había llegado otras veces) que la modelo era mucho más que la apariencia que ofrecía al mundo. No era mala, nunca lo había sido; y sin embargo, sentía que Alba era la última persona del mundo a la que querría hacer daño, aunque la rubia no le fuera a poner eso especialmente fácil. No tenía pinta de ser el tipo de persona que se deja herir fácilmente, y que mucho menos enseña las heridas. ¿Le habrá hecho daño alguien? ¿Se habrá enamorado alguna vez? Eran las preguntas que repetía infinidad de veces al día en su cabeza y para las que no tenía respuesta


-Por fin vuelves – exclamó, gesticulando con las manos -. Quince minutos. Un nuevo récord

-No me aclaraba con el microondas – se sinceró, dejando el bol sobre su regazo

-¿En tu casa calentáis todo en una hoguera o qué? -. Se arrepintió de haber hecho el comentario al ver cómo el gesto de Natalia se volvía tremendamente serio

-En mi casa somos humildes, pero al menos podemos permitirnos tener microondas, aunque no tan moderno como el tuyo

-Perdóname, de verdad que no lo he dicho con esa intención.- Pero la morena no respondió. Se limitó a recostarse de nuevo, esta vez más alejada de ella

-¿Le vas a dar al play? – preguntó sin mirarla

-Cuando me perdones -. Su propia reflexión minutos antes pareció hacerle efecto. Se arrepentía completamente de haber dicho eso, y quería que la perdonara a toda costa .- ¿Qué tengo que hacer para que me perdones? – Pero no obtuvo respuesta alguna. En un acto de valentía impropio de ella, se incorporó hasta quedar a su misma altura, acercándose tímidamente para dejar un beso en la mejilla de Natalia mientras le acariciaba la otra.- ¿Así mejor? – preguntó con voz infantil

-Mucho mejor -. Dio luz verde a su disculpa, y agradeció que la oscuridad fuera suficiente para que Alba no pudiera notar el repentino enrojecimiento que plagaba su cara

A cualquier otra parteWhere stories live. Discover now