Capítulo 2

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—He llegado tarde a mi primera clase —me soltó Naya, malhumorada, dejando la mochila en el suelo para sentarse delante de mí.

Estaba probando las hamburguesas de la cafetería. No estaban mal... teniendo en cuenta lo mal que sabía la sopa.

—¿Por qué?

—Porque ayer estuvimos en casa de Will hasta las tantas y esta mañana me he dormido —suspiró—. Bueno, valió la pena. Hacía mucho que no lo veía y eso, pero...

—Tampoco habrá sido para tanto —dije—. En mi clase hay tanta gente que podrías irte sin que nadie se enterara.

—Y en la mía, pero me molesta no llegar puntual —suspiró y agarró el cuenco de sopa que había cogido—. Huele raro.

—Huele raro y sabe a gato muerto.

—¿Cómo sabes a qué sabe un gato muerto? ¿Lo has probado?

—Pruébalo y me cuentas.

Ella se tomó un momento para darle un sorbo a la sopa.

—Vale. Sabe a gato muerto y podrido.

—¿Lo ves?

Dejó la sopa a un lado con mala cara y agarró el sándwich de pavo. Eso pareció gustarle más.

—¿Ya has hablado con tu novio? —me preguntó.

—Esta mañana me ha mandado un mensaje preguntándome qué tal todo, pero nada más.

—Podríais hacer algo por Skype —sugirió—. Will y yo lo hacíamos cuando no podíamos vernos muy a menudo.

—¿Hacer algo? —pregunté, confusa.

—Algo sexual, mujer —se rio—. No pongas esa cara, no es para tanto.

—No es que suene muy erótico —murmuré, arrugando la nariz.

—Es mejor que nada. Otra opción es comprarte un vibrador en Amazon.

—Será mi plan B.

Di otro bocado a la hamburguesa, pensativa. Quizá debería proponérselo a Monty.

Cuando volví a la residencia, vi a Chris sentado tras el mostrador y jugando al Candy Crush, justo como había dicho Ross. Levantó la cabeza cuando me oyó abrir la puerta.

—¿Qué tal tu primer día? —me preguntó.

—Un poco aburrido, la verdad. Solo ha habido presentaciones de profesores.

—Mañana ya empezaréis el temario y no te aburrirás tanto —me sonrió.

O el aburrimiento será peor.

—Naya me ha dicho que habéis hecho buenas migas. Es una gran noticia. Cambiar a la gente de habitación siempre es un lío de papeles.

—¿Cuánta gente pide cambios?

—Más de la que te pueda parecer —me aseguró—. Ayer vino una chica diciéndome que su compañera de habitación tenía un sacacorchos escondido bajo su almohada y quería el traslado inmediato.

—¿Un sacacorchos?

—Sí —él dudó—. Ahora que lo pienso, no he vuelto a verla.

—Quizá le haya clavado el sacacorchos en un ojo.

—Quizá —él se encogió de hombros—. ¡Mierda! Me he quedado sin vidas.

Estaba tan ocupado maldiciendo el haberse quedado sin vidas que no respondió a mi despedida.

Antes de diciembre / Después de diciembreWhere stories live. Discover now