Capítulo 11

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—¿Cómo es la madre de Ross? —le pregunté a Will en voz baja mientras nos alejábamos de su coche aparcado.

Naya, Sue y Ross iban unos metros por delante, quejándose de no sé qué. Bueno, se quejaban Naya y Ross. Sue se limitaba a suspirar, como si no quisiera formar parte de esa conversación. No les presté demasiada atención.

Estaba estúpidamente nerviosa.

—Muy simpática —Will se encogió de hombros—. Nunca la he visto siendo antipática con nadie.

—Vale —no pude evitar sonar aliviada.

Will sonrió, divertido.

—Relájate —me dijo—. Le caerás bien.

—¿Y por qué querría yo caerle bien? —pregunté, con una risita nerviosa.

Él me miró como si supiera perfectamente lo que ocultaba, pero no dijo nada.

—Porque es la madre de tu amigo, ¿no? —preguntó, haciendo énfasis en la palabra amigo.

—Oh, sí, claro —asentí con la cabeza, a lo que él pareció aún más divertido—. Mi amigo Ross, claro.

—¿Venís o qué? —protestó Naya, que ya había llegado a la entrada de la galería. Los dos nos apresuramos a llegar a su altura.

Ella abrió la puerta de la galería y aproveché para ver qué se había puesto. Yo había estado más tiempo delante del armario del que admitiría jamás y seguía sintiéndome demasiado desaliñada. Naya iba como siempre, pero tenía un don con la ropa. Se pusiera lo que se pusiera, siempre parecía que iba formal.

Qué suerte.

—¿Cuánto tiempo duran estas cosas? —preguntó Sue, que iba detrás de nosotros.

Me había sorprendido que hubiera querido venir, por cierto. 

—Normalmente, hasta que se termina la comida —Ross sonrió y entró en el edificio.

Entré tras él y lo primero que vi fue dos hombres vestidos formalmente saludando a la gente que entraba. Supuse que serían ayudantes o algo así, porque Ross no se detuvo mucho tiempo a saludarlos. Se conformó con un asentimiento de cabeza.

La sala principal era grande, blanca, y tenía cuatro columnas en las que había cuadros colgados. Las paredes estaban repletas de ellos. De colores, en blanco y negro, con formas difusas, retratos... de mil formas. Había otras dos salas. La gente se paseaba y miraba los cuadros con copas de vino en las manos. Había camareros con bandejas paseándose. Enseguida localicé la mesa de comida y tuve la tentación de relamerme los labios.

—¿Tienes hambre? —me preguntó Ross, divertido, siguiendo mi mirada.

—Me ha costado mucho pintarme los labios. No lo arruinaré tan rápido —dije.

—Yo podría... —se interrumpió a sí mismo cuando un hombre se le acercó y empezó a hablarle de su madre y de no sé qué. 

Esperé pacientemente a su lado mientras los demás desaparecían. Ross asentía con la cabeza como si supiera todo lo que le decía ese hombre. Sonreía amablemente todo el rato. Cuando el hombre se marchó, volvió a girarse hacia mí.

—¿Lo conocías? —pregunté, curiosa.

—No tengo la más mínima idea de quién era —se encogió de hombros.

Negué con la cabeza, mirando a mi alrededor.

—Oh, no —Ross me agarró de la muñeca—. Vamos, corre.

Antes de diciembre / Después de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora