28. Yule ball

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YULLE BALL

—¡Potter!, ¡Weasley!, ¿quieren atender?

Annie ahogó una risa.

La clase estaba acabando. Habían terminado el trabajo: las gallinas de Guinea que habían estado transformando en conejillos de Indias estaban guardadas en una jaula grande colocada sobre la mesa de la profesora McGonagall (el conejillo de Neville todavía tenía plumas), y habían copiado de la pizarra el enunciado de sus deberes («Describe, poniendo varios ejemplos, en qué deben modificarse los encantamientos transformadores al llevar a cabo cambios en especies híbridas»). La campana iba a sonar de un momento a otro. Cuando Harry y Ron, que habían estado luchando con dos de las varitas de pega de Fred y George a modo de espadas, levantaron la vista, Ron sujetaba un loro de hojalata, y Harry, una merluza de goma.

—Ahora que Potter y Weasley tendrán la amabilidad de comportarse de acuerdo con su edad —dijo la profesora McGonagall dirigiéndoles a los dos una mirada de enfado cuando la cabeza de la merluza de Harry cayó al suelo (súbitamente cortada por el pico del loro de hojalata de Ron)—, tengo que decirles algo a todos ustedes.

»Se acerca el baile de Navidad: constituye una parte tradicional del Torneo de los tres magos y es al mismo tiempo una buena oportunidad para relacionarnos con nuestros invitados extranjeros. Al baile sólo irán los alumnos de cuarto en adelante, aunque si lo desean pueden invitar a un estudiante más joven...

Lavender Brown dejó escapar una risita estridente.

—Será obligatoria la túnica de gala —prosiguió la profesora McGonagall—. El baile tendrá lugar en el Gran Comedor, comenzará a las ocho en punto del día de Navidad y terminará a medianoche. Ahora bien... —La profesora McGonagall recorrió la clase muy despacio con la mirada—. El baile de Navidad es por supuesto una oportunidad para que todos echemos una cana al aire —dijo, en tono de desaprobación.

Lavender se rió más fuerte, poniéndose la mano en la boca para ahogar el sonido.

—Pero eso no quiere decir —prosiguió la profesora McGonagall— que vayamos a exigir menos del comportamiento que esperamos de los alumnos de Hogwarts. Me disgustaré muy seriamente si algún alumno de Gryffindor deja en mal lugar al colegio.

Sonó la campana, y se formó el habitual revuelo mientras recogían las cosas y se echaban las mochilas al hombro. La profesora McGonagall llamó por encima del alboroto:

—Potter, por favor, quiero hablar contigo.

—¿Te espero afuera? —preguntó Annie colocándose la mochila al hombro. Harry asintió y caminó hacia McGonagall mientras Annie salía y se recargaba en la pared.

(...)

Annie arrojó su mochila a la cama del pelinegro y se tiró sobre ella, suspirando. Habían acordado subir a hacer los deberes, ya que en la sala común había demasiado ruido por el asunto del baile, además que Hermione estaba con Theo nuevamente y Ron con Daphne, cosa que extrañó a Annie.

—Así que... tienes que abrir el baile —comentó Annie divertida.

—Al parecer sí —respondió Harry, aunque la idea no le agradaba mucho.

Annie se sentó en la cama y abrió su mochila para comenzar con los deberes.

—¿Enserio tenemos que hacer tarea? —refunfuñó Harry.

—Pues los deberes no se hacen solos.

Harry suspiró y se aflojó la corbata, dejándola sobre su mesa de noche. Annie volteó de nuevo para verla. Ahí había un marco para fotos. La foto que estaba ahí fue en el cumpleaños de Annie, donde Hermione le había pedido que sonriera.

Annie y el Cáliz de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora