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LA SEGUNDA PRUEBA

—¡Dijiste que ya habías descifrado el enigma! —exclamó Hermione indignada. 

—¡Baja la voz! Sólo me falta... afinar un poco, ¿de acuerdo?

Annie rió un poco mientras su novio era regañado por su mejor amiga.

Ocupaban un pupitre justo al final del aula de Encantamientos. Aquel día tenían que practicar lo contrario del encantamiento convocador: el encantamiento repulsor. Debido a la posibilidad de que ocurrieran desagradables percances cuando los objetos cruzaban el aula por los aires, el profesor Flitwick había entregado a cada estudiante una pila de cojines con los que practicar, suponiendo que éstos no le harían daño a nadie aunque erraran su diana.

—Olvídense por un minuto del huevo ese, ¿quieren? —susurró Harry, mientras el profesor Flitwick, con aspecto resignado, pasaba volando por su lado e iba a aterrizar sobre un armario grande—. Lo que quiero es hablarles de Snape y Moody...

Annie todavía recordaba el pequeño problema que habían tenido de camino a la sala común, se había asustado bastante.

—¿Qué? —exclamó Ron, sorprendido, mientras su segundo almohadón salía por el aire rotando, rebotaba en la lámpara del techo y caía pesadamente sobre la mesa de Flitwick—. Harry... ¡a lo mejor Moody cree que fue Snape el que puso tu nombre en el cáliz de fuego!

Exclamó Ron después de que Harry terminara de relatarles todo con pelos y señales.

—Vamos, Ron —dijo Hermione, escéptica—, ya creímos en cierta ocasión que Snape intentaba matar a Harry, y resultó que le estaba salvando la vida ¿recuerdas?

Annie jugaba divertida con los cojines mientras estos volaban en dirección al baúl.

(...)

Para cumplir el encargo de Sirius de ser informado sobre cualquier cosa rara que ocurriera en Hogwarts, Harry le envió aquella noche una lechuza parda con una carta en la que le explicaba todo lo referente a la incursión del señor Crouch en el despacho de Snape y la conversación entre éste y Moody. Luego dedicó toda la atención al problema más apremiante que tenía a la vista: cómo sobrevivir bajo el agua durante una hora el día 24 de febrero.

—Tiene que haber algo.. —murmuró Annie con pilas de libros a su alrededor

Los días pasaban y los cuatro no encontraban una solución, lo que estaba haciendo que Annie comenzara a alarmarse. Lo único bueno de aquellos días, había sido la contestación de Sirius.

Envíame la lechuza de vuelta indicando la fecha de su próximo permiso para ir a Hogsmeade.

—Este fin de semana no, el siguiente —susurró Hermione, que había leído la nota por encima del hombro de Harry—. Toma, ten mi pluma y envíale otra vez la lechuza. 

—¿Para qué querrá saber lo del próximo permiso para ir a Hogsmeade? —preguntó Ron.

—No lo sé —dijo Harry desanimado. Se había esfumado la momentánea felicidad que lo había embargado al ver la lechuza—. Vamos, nos toca Cuidado de Criaturas Mágicas.

Los cuatro salieron a los terrenos. Encontraron a Hagrid con unos cuantos hermosos unicornios

—Son más fáciles de ver que los adultos —explicaba Hagrid a la clase—. Cuando tienen unos dos años de edad se vuelven de color plateado, y a los cuatro les sale el cuerno. No se vuelven completamente blancos hasta que son plenamente adultos, más o menos a los siete años. De recién nacidos son más confiados... admiten incluso a los chicos. Vamos, acérquense un poco. Si quieren pueden acariciarlos... Denles unos terrones de azúcar de ésos.

Annie y el Cáliz de FuegoWhere stories live. Discover now