Capítulo 4

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IV

Maine, 11 años antes

Una vez más cambiaba de domicilio, una vez más en sus quince años de vida la cambiaban a una nueva casa de acogida. No conocía el significado de familia, el amor le era desconocido ya que no era nada más que alguien por quien el estado daba dinero a una familia a cambio de acogerla durante un tiempo. Nunca deshacía su maleta ya que no lo encontraba necesario, tarde o temprano volvería la asistente social y tendría que marcharse, tampoco le tenía apego a ningún lugar, no formaba parte de ningún sitio, no era nadie, ni siquiera tenía apellido solo uno prestado por el estado hasta que alguien decidiera firmar aquellos papeles esquivos que certificarían que pertenecía a una familia.

Esa casa no era distinta a las demás, un montón de niños iguales que ella corrían y se peleaban por los pasillos, las normas eran sencillas, no molestes y nadie te molestará a ti, se invisible y no tendrás problemas. Su habitación, como siempre compartida era idéntica a todas la demás, solo había cambiado su ubicación en el mapa, un pequeño pueblo a las afueras de Maine, pueblo de pescadores, perdido y escondido, un lugar que ya la asfixiaba nada más llegar.

Lo peor de cambiar de hogar siempre era cambiar de instituto, cuando lograba hacer unos cuantos amigos siempre tenía que marcharse por lo que la soledad jamás la abandonaba, sin padres, sin gente que se preocupara con ella, sin amigos que pudieran seguirla en su viaje, no era nadie.

Entró en aquel edificio antiguo, escuchando sin prestar atención el bullicio de alegres estudiantes dirigiéndose a sus aulas, grupos de amigos riendo de algún chiste, personas normales que jamás la verían como una igual, ella era esa chica huérfana que llegaba, estaba un tiempo y después desaparecía, lo que no sabía era que su estancia en Maine la cambiaría para siempre, que uniría su camino con aquella muchacha que destruiría todos sus esquemas y abriría una herida que jamás podría borrar.

Las clases pasaron sin gran sobresalto, no era una alumna brillante pero tampoco mediocre, no sobresalía ni era digna de mención, era invisible a ojos de todos y se refugiaba en su coraza.

Durante el recreo se apartó, sin saber cómo iniciar una conversación con sus compañeros y, en el fondo, rendida ya que cuando se marchase de ahí no volvería a verlos, era mejor no crear lazos que luego provocaran dolor al romperse.

Perdida estaba en sus pensamientos cuando una muchacha morena, de cabellos largos y mirada dulce se plantó ante ella con una sonrisa.

-Hola, no te vi antes por aquí ¿Eres nueva en la ciudad?

-Sí, soy nueva.

-¿Cómo te llamas? Yo soy Begoña, pero todos me dicen Bego.

-Soy Irene.

-¿Solo Irene?

-Irene Scott, el apellido me lo dio el estado así que no lo siento como mío.

-Entonces solo Irene.

Su sonrisa parecía sincera y no se escandalizó al saber que era una chica de nadie, no parecía importarle que vistiera ropas tres tallas más grandes, donadas por la iglesia, ni sus gafas viejas, ni su aspecto desaliñado y dejado, por primera vez desde que llegó al pueblo, Irene sonrió, le gustaba esa chica, era amable con ella.

De pronto, al fondo del enorme patio donde estaban, apareció la visión más hermosa que  había visto en su vida, una muchacha de su edad, con el cabello largo y castañ como el chocolate, de formas perfectas y andar elegante, nada más verla sintió como se le encogía el estómago y todo le daba vueltas, necesitaba saber quién era esa chica.

La última miradaWhere stories live. Discover now