Capítulo 11

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XI

Corrieron sin rumbo fijo, sin soltarse de la mano, por aquellas calles tan conocidas y a la vez tan nuevas, con ese sentimiento que afloraba con fuerza en su interior, que le daba alas, la sensación de libertad con la que había soñado toda la vida.

Besándola en cada esquina, agarrando su cintura, intentando demostrar al mundo entero y a sí misma que esa mujer castaña de ojos almendrados era su hogar.

Caminaron por parques sin prisa, deteniéndose a admirar los lagos, las aves en el cielo, con una sonrisa cómplice, besos robados, caricias tiernas y los ojos brillando, como dos niñas que se esconden del mundo a plena vista, como si el resto de personas que deambulaban perdidas en sus propias inquietudes no existieran, solo ellas y sus miradas, sus manos unidas, sus sueños gritados sin palabras.

Pararon a comer cuando sintieron hambre, sentadas bajo la sombra de los árboles, jugando con los castaños cabellos de aquella a la que quería, a la que había querido desde que supo lo que significaba esa palabra, perdida en la laguna avellana de sus ojos, intentando descifrar sus miradas, sonriendo mientras su rostro se teñía de escarlata y sintiendo su pecho hinchado de alegría, sintiendo por primera vez en su vida que pertenecía a alguna parte, que sus pies habían tocado tierra solo para alzar el vuelo una vez más, siempre de la mano de Inés, la rubia era su hogar, era la reconciliación con su pasado, la mirada hacia su futuro, ella lo era todo y no sabía cómo empezar a explicarlo, se conformaba con atrapar su rostro entre sus manos, mirarla, perderse en sus ojos, besar sus labios con pasión, con ternura, sellando los latidos de su corazón cada vez más acelerados, sellando una promesa no escrita, estaba harta de huir, del miedo a sentir, se había lanzado al vacío y se había vuelto adicta, como una droga la castaña se había metido en su sangre, calado sus huesos, adicta a sus labios dulces, rojo sangre, coronados por esa cicatriz que la enloquecía, que avivaba su curiosidad y sus ganas de saber.

No se cansaba de preguntarse por ella, su pasado, cada uno de sus sueños, el motivo de sus lágrimas y sus sonrisas, sus sueños para poder cumplirlos, sus pesadillas para espantarlas y que jamás volvieran a atormentarla, quería saberlo todo, abarcarlo todo en sus manos, quería ser su todo y no cansarse de quererla cada día.

Inés la miraba, hacía temblar sus manos, todo su interior era un volcán de emociones largo tiempo escondidas que brotaban, se convertían en sonrisas, era tan embriagador que sentía ganas de llorar, reír, saltar y gritar, pero se conformaba con revolver su pelo, besarla cuando ella no lo esperaba, arrancarle carcajadas, suspiros al romper su contacto, sus manos unidas y por primera vez se sentía dueña del mundo, ni todo el dinero que hinchaba su cuenta bancaria podría hacerle volar de esa manera, Inés acariciando su rostro, colocando los mechones rebeldes tras su oído, sonriéndole con ternura, Inés riendo, sus ojos perdidos en el infinito, su dulce voz susurrándole tiernas palabras, el mundo se había detenido y ya nada existía, solo ella, su hogar, su vida.

Empezó a hacerse tarde y la castaña miró el reloj, sonriendo, una sonrisa triste que alertó sus sentidos, no sabía si preguntar pero necesitaba saber qué había turbado el ánimo la joven, qué podía romper ese momento idílico.

-¿Qué ocurre?

-No es nada...

-Sí lo es, tu sonrisa es triste.

-En un rato sale Iván de la escuela, hace mucho que no voy a recogerlo pero no sé si sería adecuado marcharme.

-Vamos juntas, solo quiero que seas feliz.

Y ahí estaba nuevamente, su sonrisa radiante, como una niña feliz. La cogió de la mano y volvieron a correr, entre risas. Subiendo al autobús para llegar antes a la escuela, medio de transporte que ella no usaba desde hacía demasiado mas no le importó, no le importaba nada más que estar junto a ella, perderse junto a ella, verla sonreír era mucho más gratificante que todos esos meses buscando su desgracia, no podía dejar de besarla, se consideraba adicta a ella y la castaña no hacía nada para detener ese río que brotaba de su interior, besos entre risas, entre suspiros, besos tiernos cargados de promesas.

Al verlas Iván se asombró, pero acto seguido su rostro brilló de alegría, su mamá había ido a recogerle junto a la mujer morena que había estado con ellos en los inicios de su enfermedad. Saltó al cuello de su madre e Irene los miró sabiendo que por fin había encontrado su lugar en el mundo. Los llevó a merendar, como una pequeña familia. Iván parloteó todo el raro, contando sus mil aventuras mientras ellas bajo la mesa acariciaban sus manos y se miraban de forma cómplice y divertida.

Jugaron juntos toda la tarde, corriendo por la ciudad, buscando e imaginando historias para soñar, hasta que Iván, agotado, suplicó a su madre que se marcharan a casa. Nuevamente en el autobús, turnándose para cargar al pequeño que se estaba quedando dormido, hablando entre susurros y riendo en voz baja, supo que quería hacer las cosas bien, que quería todo con Inés. Quería convertirse en un miembro más de su familia, quería darle el mundo entero, ayudarla a alcanzar sus metas, lo quería todo junto a ella. El niño se durmió en sus brazos y unió sus labios una vez más con Inés, provocándole una sonrisa, un beso con el que sellaba su pasado para siempre. Algún día tendría que contarle la verdad, pero no hoy, no en ese momento, no cuando flotaban sin miedo abrazando esos sentimientos que las invadían.

Una vez en casa de la castaña, esta acostó a Iván en la cama para que descansara y se lo quedó mirando con amor mientras Irene la miraba desde la puerta. Cuando sus miradas se cruzaron Inés sonrió y se acercó a ella depositando un casto beso sobre sus labios, un beso de adiós pues Irene debía marcharse a buscar su coche que se había quedado en la empresa.

La acompañó a la puerta en silencio, no tenía palabras ni tenía cómo usarlas cuando Irene frenó en seco, mirándola a los ojos con una ternura que le quitó el aliento, agarrado su cara una vez más y besándola con ternura, sin ganas de apartarse, sintiendo como se detenía el tiempo. Cuando se separaron para tomar aliento supo que debía hacer las cosas bien, supo lo que quería y supo cómo conseguirlo.

-Quiero hacer las cosas bien Inés.

-¿A qué te refieres?

-Quiero que me concedas una cita, déjame cortejarte, dame el gusto.

-¿Una cita?

-Ir a cenar, las dos solas, conocernos un poco más, saber más de ti que tú conozcas más de mí, hacer las cosas bien

-Está bien, ¿El sábado?

-El sábado es perfecto.

Un beso fugaz y se marchó, dejándola atrás con una sonrisa boba en el rostro, pensando en el sábado y en que, en algún momento quería ser sincera con ella. Estaba enamorada de ella y no quería empezar una relación que podía cambiarle la vida sustentada en una mentira.

Continuará...
Estoy softisima.

La última miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora