Capítulo 7

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VII

Maine, once años antes:

Odiaba profundamente el instituto, desde el primer día se había sentido como un pez fuera del agua, no encajaba en ese lugar como no encajaba en ninguno, no era nadie y todos lo sabían, disfrutaban recordándoselo, en especial cierta castaña que parecía haber encontrado como pasatiempo favorito hacerla llorar.

Inés disfrutaba con su sufrimiento, cada día encontraba formas más crueles de burlarse de ella, de hacer que se sintiera inferior, de humillarla y hundirla en un mar de desesperación. Sus palabras le dolían puesto que su corazón se empeñaba en combatir sentimientos contrarios cada vez que la miraba o la tenía cerca, nunca supo en qué momento se enamoró de Inés Arrimadas, solo sabía que la odiaba y la quería con la misma intensidad, que lloraba bajo sus humillaciones y, en secreto, rogaba por un gesto amable de la dueña de sus sueños.

Ese día no iba a ser distinto, tras el timbre que anunciaba el fin de las clases, se dirigió como una sombra al patio de recreo, intentando pasar desapercibida, como cada día con resultados nefastos. Inés había reparado en ella y se acercaba, seguida por sus secuaces con una sonrisa sarcástica en el rostro.

Se sintió empequeñecer al ver que todos sus compañeros, curiosos, se habían concentrado en círculo para disfrutar del espectáculo que su reina les iba a ofrecer, hecho que llenó de orgullo el ennegrecido corazón de la castaña, dándole coraje para una nueva humillación.

Dentro del improvisado círculo, ella temblaba ante la  mirada oscura de Inés, intentando descifrar en sus pupilas qué podía navegar por su mente, que maldad, que vejación, mientras todos la coreaban con júbilo. Inés la miró a los ojos, sonriendo con falsedad e hipocresía, dirigiéndose a ella con desprecio, como si escupiera las palabras ya que no la consideraba digna de estar a su altura.

-Buenos días Patito Feo ¿Querías huir de mi?

-Buenos días Inés, quería ir al patio así que si no te importa dejarme pasar.

Desafiante como siempre, lograba sacar a la castaña de sus casillas aunque el valor se le esfumó en cuanto sus secuaces la agarraron por los brazos obligándola a arrodillarse ante ella, su mirada ardía de furia y sus palabras quemaban como el fuego.

-¿Cómo me has llamado?

-In... Inés.

-¿Quién te crees que eres para pronunciar mi nombre? Aquí soy una reina y tú no eres más que una huérfana sin futuro, no volverás a ensuciar mi nombre pronunciándolo, para ti soy majestad.

Los secuaces de Inés aumentaron su agarre provocándole un dolor intenso en los brazos, mientras esta esperaba oír de su boca esa muletilla, para terminar de hundirla en el fango, no tardó en rendirse pues sabía que no tenía nada que hacer, de rodillas ante ella suspiró.

-Está bien Su majestad ¿Ahora puedo marcharme?

Inés la miró con una sonrisa que no vaticinaba nada bueno, el corro de alumnos expectantes para presenciar una nueva humillación la animaba demasiado para dejarla escapar tan pronto. Con una risa cargada que heló su sangre, susurró algo al oído de uno de sus inseparables gorilas y este, sonriendo, hurgó en su bolsa y sacó unas tijeras, pasándoselas a su jefa con cara de idiota mientras aquellos que la tenían sujeta apretaron más su agarre para que no se moviera.

-Podrás irte cuando te arregle ese pelo estropajo que tienes, no me gusta que mis súbditos parezcan mendigos.

A pesar de que intentó marcharse, liberarse de esos idiotas que la sujetaban, no pudo moverse e Inés, poco a poco y entre risas, fue cortando su cabello a mechones. Al verse vencida simplemente dejó que cayeran las lágrimas pues poco podía hacer, solo le quedaba rezar porque algún día la castaña se cansase de hundirla en la miseria, rezar para que ese fuego que ardía en su pecho se apagara.

La última miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora