Capítulo 20

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XX

Amaneció, sintió los rayos del sol acariciando su rostro con suavidad, sintió la paz y la serenidad que hacía años anhelaba, mientras los recuerdos de la noche anterior iban bailando en su mente y una sonrisa nacía en sus labios. El destino era caprichoso e irónicamente se había enamorado de la misma persona a la que había amado toda su vida, su patito feo que al final resultó ser su jefa.

Con un escalofrío en su espalda recordó las manos de Irene sobre su piel, sus labios recorriéndola, sus dulces palabras de amor. Notó frío pues se durmió desnuda, abrazada a la morena sin ganas de separarse, mas al abrir los ojos ella no estaba a su lado. Barrió con la mirada la habitación, los restos de su noche romántica aún estaban en su lugar, pero Irene no estaba en ninguna parte. Se levantó como pudo y cubrió su desnudez, saliendo de la habitación, buscando a Irene por todas partes.

Finalmente la encontró, bebiendo de una taza de café y con la mirada perdida al otro lado del ventanal. La pequeña bata semitransparente que cubría su cuerpo dejaba ver su desnudez y tuvo que tragar saliva antes de acercarse a ella y llamar tiernamente su atención.

Sus ojos oscuros se clavaron en ella y su sonrisa se ensanchó, mientras la atraía hacia sí y atrapaba sus labios en un suave beso de buenos días, un beso con sabor a café y canela.

-¿Has dormido bien mi amor?

-Mejor que nunca, ¿Qué haces aquí sola?

-Intentaba poner en orden mis ideas.

-A qué te refieres.

-A que llevo varios días dándole vueltas a demasiadas cosas, pero sobre todo a que quiero que seas feliz.

Inés se abrazó a Irene, pegándose a ella por completo mientras escondía su rostro en el hueco de su cuello, aspirando su aroma y besando su piel con dulzura.

-Soy feliz, más feliz que nunca Irene.

-Ya hace un año que estamos juntas Inés, después de tanto tiempo.

-Sí... Has tardado un año entero en confesarme quién eras... Y después de tanto tiempo preguntándome qué había sido de ti resulta que te las intentaste para enamorarme otra vez.

-Inés... No quiero que sigas trabajando para mí.

La castaña se separó de ella en el acto, sus ojos almendrados cargados de duda y horror se clavaron en ella sin entender lo que estaba escuchando.

-¿Me despides? ¿Por qué?

Irene se separó de ella, rebuscando algo sobre una mesa y volvió hacia ella con un sobre en las manos, la castaña se sentía nerviosa sin terminar de entender qué pretendía Irene, por qué la estaba despidiendo, ella le tendió el sobre y lo abrió mientras le temblaban ligeramente las manos. El contenido de dicho sobre cambió su mirada de duda a asombro, miró a la morena dueña sin saber qué decir, había enmudecido.

-No puedes ocuparte de tu hijo y terminar tu carrera trabajando para mí, no tendrías tiempo material...

-¿Me has matriculado en la universidad? Irene yo no voy a poder pagártelo.

-Ya te he dicho que quiero que seas feliz, necesitas realizarte como mujer y no quedarte estancada, ¿Por qué conformarte con ser secretaria cuando tienes el potencial de ser la dueña del mundo Inés?

-Pero sin trabajo cómo pago el alquiler, cómo sigo viviendo... es una locura lo que me propones Irene.

-He pensado que podías venir a vivir aquí conmigo, tú e Iván, hay sitio de sobra.

-Irene, me fui de casa de mis padres para no ser una mantenida, no voy a dejar que te hagas cargo de mí y de mi hijo, no sería justo...

-No serás una mantenida... Bueno puede que al principio pero cuando termines de estudiar volverás al trabajo con un puesto mejor... Y ya no serás una mantenida.

-Llámalo cómo quieras pero sí lo seré.

-No, no lo serás si te casas conmigo Inés... Serás mi mujer y yo cuidaré de vosotros mientras te ayudo a cumplir con todos tus sueños.

La castaña volvió a enmudecer, mirando a Irene intensamente, buscando síntomas de burla, indicios de que le estaba tomando el pelo. Irene sujetaba su mano con fuerza, sus ojos ardían de pasión, nunca había hablado tan en serio.

-Te amo, te amo Inés Arrimadss, te he amado toda mi vida, cásate conmigo.

El pequeño anillo que Irene sostenía en su otra mano no dejaba lugar a dudas, le estaba proponiendo matrimonio en serio, Sintió como el suelo se desvanecía bajo sus pies y se sujetó con fuerza a los hombros de su morena mientras las lágrimas afloraban en sus ojos y cubrían sus mejillas, su sonrisa deslumbrante y una simple palabra para sellar su destino.

-Sí, sí... o dios mío claro que me casaré contigo Irene.

La morena la alzó por la cintura e Inés enredó sus piernas alrededor de su cadera mientras devoraba sus labios con ansia. Irene la llevó sorteando muebles y obstáculos una vez más a su habitación, dispuesta a sellar su reciente compromiso haciendo el amor con ella hasta que le faltaran las fuerzas.

Durante horas recorrió su cuerpo, bebió sus gemidos, fue la dueña de sus gritos, de sus arañazos sobre su espalda, de sus súplicas ahogadas, sus miradas cargadas de sueños, cada beso regalado, palabra de amor susurrada o proclamada entre gemidos, Inés sobre su cuerpo, sus ojos castaños devorándola, clamando su amor en la intensidad de su mirada, su piel suave, caliente, estremeciéndose a su tacto, con cada una de sus caricias, sus besos suaves, besos hambrientos,

Descubrió a una Inés atrevida, hambrienta de ella, mordía sus labios, suplicando sus palabras, elevando sus gemidos a medida que aceleraba sus embestidas, besaba, mordía, acariciaba su piel como si estuviese degustando un manjar exquisito.

Durante horas, furiosas y tiernas, se unieron hasta caer exhaustas la una sobre la otra. Se miraron a los ojos con una sonrisa. Ese era su nuevo comienzo, su empezar desde cero, unidas tras tantos años buscándose sin percatarse de ello. Todo estaba en su sitio y estaban listas para formar su pequeña familia.

Continuará...

La última miradaWhere stories live. Discover now