Capítulo 21

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XXI

Todo se había precipitado sin control y la euforia se había apoderado de ella. Llevaba varios días dándole vueltas a la idea de proponerle a la castaña que fuese su esposa, no quería esperar, llevaba amándola toda su vida y estaba segura de que esta vez no iba a perderla.

Su respuesta afirmativa encendió su alma como un volcán largo tiempo dormido, pasaron las horas en un suspiro mientras se devoraban, atrapadas ambas por la magia y la inconsciencia, por un sentimiento mayor que todo cuanto conocían. Entre risas y sueños susurrados con tiernos besos y cálidas miradas tuvieron que aterrizar, poner en orden todo lo acontecido y empezar poco a poco los grandes cambios que se avecinaban, el primero de ellos era hablar con Iván, el pequeño adoraba a Irene con locura pero no sabían cómo se tomaría su inminente enlace con su madre.

Se vistieron lentamente, robándose besos de vez en cuando, y decidieron que no iban a tardar más en explicarle al pequeño lo acontecido, el anillo de compromiso adornaba el anular de su amada como la firma a un pacto no escrito, Inés iba a ser su mujer, iban a pertenecerse por completo y ella iba a convertir su vida en el cuento de hadas donde ella era la reina, en su mente una sola obsesión, darle a su amada todo lo que era, todo cuanto le pertenecía si llegara a ser necesario, todo para que esta fuese inmensamente feliz.

Una vez en el pequeño apartamento de la castaña, se sentaron los tres a responder todas las preguntas de Iván que se moría por estar con ellas, las había echado de menos. Con delicadeza para que no se lo tomase mal, Inés empezó a contarle la situación a su hijo, diciéndole que habían decido casarse, esperando que él estuviera de acuerdo con dicha decisión. El pequeño las miró alternativamente, intentando asimilar que las cosas iban a cambiar de la noche a la mañana, que su familia ya no iba a ser su mamá y él, Irene formaría parte de ella, de su rutina, de su día a día, iba a ser su madre también.

Ambas lo miraron expectantes, Irene sabía que si Iván no estaba de acuerdo con compartir a su madre la castaña se echaría atrás y estaba aterrada ante la idea de que eso sucediese, por el contrario Inés se debatía con sus propios demonios, recordando el dolor que le provocó que su madre se casara sin consultarle, esperando no causarle el mismo daño a su pequeño.

Tras unos minutos que se hicieron eternos, Iván saltó a los brazos de Irene feliz, adoraba a esa mujer y la idea de pasar el resto de su vida con ella le había fascinado. La morena lo estrechó entre sus brazos, besando su cabecita y mirando a la castaña con amor, era solo el comienzo, todo se estaba enderezando, pronto serían una familia de verdad.

Las siguientes semanas fueron un caos, desde su compromiso Irene se había negado a volver a un apartamento vacío, lejos de su pequeña familia, por lo que decidieron mudarse de inmediato. Después del trabajo ambas se dedicaban a adecentar ese lugar para convertirlo en su hogar, a gusto de los tres. Irene vació su gimnasio que no usaba para convertirlo en la habitación de Iván, habitación que pintaron los tres juntos, terminando empapados en pintura y riendo a carcajadas. Un ático enorme y frío poco a poco se llenó de luz, el minibar desapareció y en su lugar toda la colección de trenes de Iván adornaba el salón, fue llenándose con ese calor de hogar que había fascinado a Irene desde la primera vez que puso el pie en el apartamento de Inés.

Poco a poco Ivan se fue acostumbrando a dormir lejos de su madre, a pesar de que a menudo acababa metido en la cama de matrimonio y automáticamente era recibido por los brazos de su madre y las suaves caricias en su cabello de Irene, protegiéndolo y cuidándolo, se sentía bien con ambas, las adoraba casi con la misma intensidad.

Casi sin darse cuenta llegó la semana de navidad, ambas habían decidido que pasarían ese día separadas ya que aún no habían hablado de su compromiso con sus familias, ambas querían pasar esa noche especial en casa con los suyos lo que implicaba tomar caminos distintos, mas al haberse acostumbrado a la presencia de la otra, a amanecer juntas, pelearse por ser la primera en entrar en el baño, quedarse despiertas hasta tarde mirándose, incluso haciendo especiales momentos tan cotidianos como cocinar, limpiar o mirar la televisión, les costó mucho despedirse ese veinticuatro de diciembre.

La última miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora