Capítulo 9

358 19 3
                                    

IX

No supo en qué momento se había dormido, como pudo en ese sillón tan distinto a su enorme cama y a la vez mucho más confortable. El calor de hogar que había sentido la noche anterior no la había abandonado mientras abría los ojos al notar la claridad del sol sobre su cara. Se estiró como pudo y se sentó, la espalda se le resentiría por esa noche pero le daba igual. Miró su reloj y certificó que no era muy tarde, cerca de las siete y media de la mañana, había dormido unas cuatro horas mas no le importó, se sentía descansada y fresca como una rosa por lo que una tímida sonrisa apareció en su rostro, sonrisa que desapareció cuando analizó su situación, había dormido en un sillón ajeno sin ser invitada, inmiscuyéndose en la vida de Inés sin su permiso, no sabía cómo reaccionaría la castaña al verla ahí y perdida en su propio mundo se sobresaltó al escuchar un carraspeo ante ella, alzó la mirada para encontrarse con aquella joven castaña de ojos oscuros y rasgos latinos que vivía con Inés, creía recordar que se llamaba Raven.

La muchacha la miraba como si intentase adivinar qué extraños motivos la habían llevado a pasar la noche en un sofá, mientras removía con parsimonia una cuchara dentro de una taza de humeante café.

-Le he apagado el despertador antes de que suene, hoy Inés no irá a trabajar señorita Montero, no después de la agitada noche que tuvo y menos aun sabiendo que su hijo está enfermo

-Creo que hoy las dos nos tomaremos el día libre, disculpe no sé su nombre aunque usted conozca el mío.

-Soy Cristina Reyes, compañera de piso y mejor amiga de Inés, no sé por qué decidió quedarse pero me alegro de que lo hiciera, yo he de marcharme y así ella no estará sola, hay café recién hecho aunque aquí no tenemos ni canela ni vainilla, así que tendrá que conformarse con leche y azúcar.

Irene enrojeció al ver que esa muchacha estaba al corriente de lo idiota que había sido con Inés, mas no pareció guardarle rencor, se marchó corriendo, dejándola sola preparando su café y saboreándolo con gusto mientras miraba por la ventana como el sol iba estando cada vez más alto, pensando y analizando la noche anterior y el descubrimiento que lo había cambiado todo.

Cuando vio a Inés a punto de marcharse la primera vez, tan dolida y fuera de lugar, por primera vez desde que entró a trabajar para ella sintió remordimiento y asco hacia sí misma por su comportamiento, no podía dejar que se marchara pues la sola idea de que la castaña no estuviera a su lado en ese momento le provocaba nauseas. Consiguió detenerla, intentó que estuviera a gusto ignorando las voces de alarma que gritaban en su mente, que le recordaban a quién tenía delante y lo que significó para ella, cuánto la hirió y sobre todo cuánto había llegado a amarla.

Luego la vio correr, desesperada, al borde de las lágrimas y el miedo se apoderó de ella, solo la había dejado sola unos minutos y no entendía qué había podido asustarla tanto, no lo entendía hasta que confesó su maternidad, un hecho que no se esperaba y que le había golpeado en las entrañas, la castaña era madre y su hijo estaba enfermo. Como huérfana conocía la sensación de estar enfermo y no tener a nadie que sujete tu mano, que esté a tu lado, que te de fuerzas... Ver el pánico en la mirada avellana de Inés por no estar al lado de su pequeño la había enternecido demasiado, la castaña tenía un pasado pero al verla junto a Iván supo que no era la misma que conoció, no volvería a serlo nunca pues estaba llena de amor.

Suspiró contra la ventana, sin saber si marcharse o esperar a que ella despertara, finalmente optó por coger el periódico que Cristina había dejado sobre la mesa y leer, no iba a marcharse sin saber si Iván estaba bien, aunque fuese la excusa barata que se puso a sí misma pues en el fondo sabía que solo quería verla a ella, a Inés, la mujer que llevaba demasiado tiempo ocupando cada uno de sus pensamientos.

La última miradaWhere stories live. Discover now