Capítulo 8

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VIII

Por un momento su mente dejó de razonar, solo podía pensar en una cosa y era que Inés era madre, jamás lo habría imaginado. La castaña, aprovechando su momento de shock ante la noticia, se deshizo de su agarre y entró en el ascensor dispuesta a marcharse, en ese momento solo pensaba en el bienestar de su pequeño. Reaccionó con rapidez y entró junto a ella en el ascensor, mientras parecía que Inés estallaría en cualquier momento debido a los nervios y la ansiedad, sus ojos reflejaban pánico decidida y dispuesta a enfrentarse a su jefa para correr al lado de su hijo.

-Señorita Montero, por favor, ya le he dicho que debo marcharme, no me insista porque no me voy a quedar.

-Está loca si piensa que un viernes por la noche va a encontrar un taxi en Boston Arrimadas, afortunadamente traje mi coche, yo la acercaré a casa.

Sin pronunciar una sola palabra más, apretó el botón que llevaba directamente al parking del edificio y bajaron en silencio, cada una perdida en sus propias emociones y pensamientos.

El Lamborggini negro que conducía, volaba por el asfalto, saltándose alguna que otra señal de tráfico debido a las prisas. A su lado, Inés viajaba en completo silencio a pesar de que si la miraba fijamente podía distinguir sus ojos empañados en lágrimas que se negaba a liberar, manteniendo la compostura y sin dejar de pensar en su hijo y en que lo había dejado solo, en lo callado que estuvo toda la tarde y en cómo no se había dado cuenta de que estaba enfermo.

Siguiendo sus indicaciones llegaron al pequeño apartamento donde vivía la castaña, Irene se entretuvo en analizar el barrio por encima, tan distinto al suyo, tan pintoresco, tan parecido a los barrios donde solía habitar de niña. Inés entró en su apartamento con prisa, sin darse cuenta de que Irene entraba tras de sí. En cuanto Cristina escuchó la puerta salió de la habitación de la castaña con signos de alarma y fatiga en el rostro, Inés no escuchó lo que le decía mientras corría hacia su habitación donde encontró a su hijo, llorando en la cama y llamándola.

Irene observaba desde el umbral de la puerta, sin atreverse a inmiscuirse en ese momento madre e hijo. Pudo fijarse en el pequeño y vio que era un clon de Inés exceptuando sus ojitos azules empañados en lágrimas infantiles, el mismo tono de piel, sus cabellos avellana, no había duda de que era su hijo. La castaña secó sus lágrimas con amor, notando en seguida la alta temperatura de su piel.

-Mi amor ¿Qué te pasó? Mami está contigo no llores más.

-No me siento bien.

-Estás ardiendo.

-Mami no te vayas.

-No me voy, me quedo contigo, Dios mío pequeño estás ardiendo.

Inés estaba a punto de romperse viendo a su hijo en ese estado, no se atrevía a tomarle la temperatura para no asustarse, no tenía dinero para llevarlo al médico y no sabía qué hacer, se sentía perdida.

De pronto notó sobre su brazo una mano suave, incitándola a echarse a un lado. Cuando alzó la mirada cargada de lágrimas y desesperación se encontró con Irene y se sobresaltó, no esperaba verla en su casa, ni siquiera había reparado en ella cuando entraron al apartamento. La morena posó su mano sobre la frente de su hijo y su mirada se ensombreció.

-¿Tienes bañera Inés?

-Sí...pero no entiendo...

-Hazme caso, llénala con agua fría, cuanto más fría mejor y échale hielo, hay que bajarle la fiebre.

Sin entender que pretendía su jefa le hizo caso solo por el mero hecho de sentir que estaba haciendo algo por Iván, ya que se sentía inútil. No tardó en llenar la bañera y se lo hizo saber a Irene, esta desvistió al pequeño con cuidado y, tomándolo en brazos, lo llevo al baño junto a su madre, sumergiéndolo poco a poco en el agua helada, destrozando su esmoquin aunque tampoco le importó demasiado. El pequeño se aferró a ella, intentando salir del agua mientras empezaba a llorar otra vez llamando a su madre, pero Irene lo tenía bien sujeto. Durante toda su infancia había visto a muchos niños enfermos, tan enfermos como lo estaba ese pequeño y sabía exactamente cómo actuar para bajarle la fiebre.

-Chiquitín, escúchame ¿Sí? Sé que está fría y que no te gusta pero es para ponerte bien ¿Cómo te llamas?

-Iván...Quiero a mi mamá.

-Mamá está justo aquí, no se marcha a ninguna parte.

Irene, sin soltar su agarre al pequeño, se apartó para que este viera a su madre, justo a su lado, sin moverse e intentando no llorar al ver sufrir a su pequeño. La morena, sabiendo que ese método para bajar la fiebre era el más efectivo pero también una tortura, intentó sacarle conversación al pequeño para que no pensara.

-¿Ves? Está aquí con nosotros, dime pequeñín ¿Qué es lo que más te gusta en el mundo?

-Los animales...

-¿Todos los animales?

-En navidad mamá y yo iremos al aquarium.

-¿Al de Nueva York?

-Al más grande de todos.

-En el de Nueva York tienen ositos panda, no es solo aquarium ¿Lo sabías?

Poco a poco, Iván dejó de llorar, emocionado por las anécdotas que esa morena extraña con voz dulce le iba relatando y reconfortado con la presencia de su madre. Irene no tardó en sacarlo del agua al comprobar que su temperatura había bajado considerablemente, envolviéndolo en una toalla y entregándoselo a su madre que, con cariño, lo secó lentamente y le puso su pijama de trenes, el que más le gustaba, acostándolo suavemente en la cama y cubriéndolo con una manta. Tras ella, la voz de Irene sonó imperativa pero suave.

-No lo cubras demasiado, tiene frío por la fiebre pero es mejor así

Obedeciéndola ya que había demostrado saber de lo que hablaba, besó suavemente la frente de su hijo que ya se estaba quedando dormido y se levantó para encarar a su jefa, pues desde que habían salido de la fiesta no había tenido ocasión de pedirle excusas por su actitud.

Al verla se dio cuenta de que esta se había quitado la chaqueta del esmoquin y que su camisa estaba empapada, debido a haber aguantado a su pequeño dentro del agua para curarle la fiebre. Ella le hizo una señal para que se mantuviera callada mientras tecleaba a toda prisa en su teléfono móvil y desaparecía de su vista, a los cinco minutos volvió ante ella y la miró con una sonrisa cansada.

-¿Cómo has sabido que el agua helada le ayudaría?

-He visto enfermar a muchos niños, sabía cómo hacerle bajar la fiebre pero no soy médico no sé cómo curarlo, para eso llamé a mi médico personal, estará aquí en una hora.

-Yo no puedo pagar un médico señorita Montero, son caros y mi hijo no entra en el seguro de la empresa.

-No te preocupes por eso, lo importante ahora es que él se ponga bien.

Inés se había quedado sin palabras, la Irene que tenía delante era muy distinta a la mujer fría y distante, incluso malvada que ella conocía, era una mujer mucho más humana y no supo cómo reaccionar. Preparó café cosa que su invitada agradeció enormemente y en silencio esperaron a que llegara el médico.

Cuando este llegó, reconoció en seguida a Iván y certificó lo mismo que Inés había pensado desde el principio, era una gripe ya que este virus solía atacar con más fuerza a los niños, le dio a la madre indicaciones precisas para que no le subiera la fiebre y una serie de medicamentos para paliar los síntomas y se marchó, dejando nuevamente a Inés con Irene ambas guardando el silencio ya que Cristina, hacía horas que se había retirado a su cuarto demasiado agotada.

Finalmente Inés, que no se había separado de Iván cayó dormida junto a él, demasiado cansada por la larga noche que habían tenido mientras Irene los observaba desde la puerta. Se sintió una intrusa en ese momento, espectadora de una vida que no era la suya, de una madre y un hijo que comparten su sueño. Con todo en calma pudo fijarse más en el piso donde vivía Inés, vio que compartía habitación con Iván, que el lugar era pequeño pero acogedor y entendió muchas cosas de la castaña, entendió su determinación, su lucha constante por seguir adelante y sacar adelante a un hijo al que adoraba.

Encontró una manta sobre el sofá y con cuidado la deslizó sobre la castaña que seguía dormida, aun vestida con ese traje azul que tanto la había impactado, con una sonrisa en los labios dejando caer su máscara. En ese momento supo que no iba a marcharse, que seguiría a su lado cuando despertara porque ese lugar era pequeño pero en él, se sentía en casa, jamás había sentido un lugar como su hogar hasta que vio a Inés dormir abrazando a su hijo, entonces supo que esa era la imagen con la que quería pasar el resto de su vida.

Continuará...
Irene se nos esta enamorando.

La última miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora