La última mirada

Capítulo 17

XVII

No sabía cuánto había dormido, pero se sentía una mujer completamente nueva. Poco a poco volvía a la consciencia, sintiendo el calor del cuerpo de Inés completamente pegada a ella, su cálido aliento en el cuello, sonriendo sin poder evitarlo y embriagándose de la sensación de bienestar que la invadía en esos momentos.

Abrió lentamente los ojos para posarlos sobre el rostro apacible de la castaña, completamente dormida en sus brazos. Su rostro sereno y tranquilo, en sus labios media sonrisa y sus cabellos alborotados sobre la almohada, era la visión más bella del mundo.

No quería moverse para no despertarla, pero al girarse para ponerse un poco más cómoda se encontró con los enormes ojos curiosos de Iván mirándola, entre asombrado y completamente feliz de verla. Se sobresaltó consiguiendo despertar a la castaña que, de un salto, se levantó mirando histérica el reloj, al parecer habían dormido varias horas. Iván se abalanzó sobre ellas riendo feliz, Irene lo cogió en sus brazos y empezó a hacerle cosquillas mientras él reía y miraba a su madre fascinado, esa mañana estaba triste, sin querer salir de la cama y al llegar del colegio la vio feliz en brazos de Irene, su mente infantil unió los engranajes y supo que a partir de ese momento todo iba ir mejor, su madre volvería a dormir tranquila por las noches.

El parloteo incesante de Iván las hizo reír a carcajadas, lo único que pudieron sacar el claro fue que Irene se quedaría a cenar, no podía decir que no pues el pequeño había decidido por ella. La morena lo abrazó con cariño, ese pequeño era el pilar de la castaña, su tabla de salvación, Inés lo amaba con toda su alma y eso lo convertía en una de las personas más importantes para Irene también.

Se levantaron de la cama perezosas, y se unieron a Cris que con una mirada inquisitiva le dio a entender a su amiga que no se iba a librar de un exhaustivo interrogatorio mas tarde. Inés y Cristina entraron a la cocina para preparar la cena, mientras la castaña entre risas echaba a Irene ya que aseguraba que no la quería en su cocina, no quería que nada saliese en llamas. Ella fingiendo que su orgullo estaba herido sin poder borrar la sonrisa de su rostro, se sentó con Iván que se empeñó en enseñarle uno a uno todos sus juguetes y tesoros, dejando para el final su preciado trenecito que llevaba a todas partes. Jugando con él la encontró Inés y se los quedó mirando enternecida, podía acostumbrarse a esa visión idílica, esa pequeña familia que Irene quería formar con ella y con su pequeño.

Cenaron entre risas, acompañadas del incesante parloteo de Iván contándole a Irene con todo detalle lo que había hecho en la escuela, a qué había jugado, cuántos amigos tenía y una larga lista. La morena lo escuchaba solemne, interiormente agradecía la confianza que él depositaba en ella, el cariño que le daba. Tras cenar y limpiar todos los cacharros, Cristina se retiró alegando que estaba cansada aunque sus auténticas intenciones eran dejar a Inés a solas con Irene, sabiendo que su amiga necesitaba esos momentos de intimidad con la morena. Se sentaron los tres a jugar a juegos de mesa, dejando que Iván ganara, hasta que este empezó a cabecear por lo que su madre lo mandó a la cama. El pequeño exigió que Irene fuese a arroparlo igual que la castaña, terminando de ganarse el corazón de la joven. Con el niño profundamente dormido, Inés sirvió dos copas y se sentó con Irene, ninguna de las dos quería despedirse, no querían separarse. Tras la copa y haciéndose evidente que Irene ya debía marcharse pues se hacía tarde, se levantaron en silencio mientras Inés la acompañaba a la puerta. La morena pudo apreciar que su mirada se había apagado, en ella había duda, incluso miedo, pero no se atrevió a preguntar los motivos.

La besó, con dulzura, lentamente, intentando alargar el momento del adiós todo cuanto pudiera. Al separarse Inés agachó la mirada y simplemente susurró.

-Quédate...

-Debo irme Inés, es tarde.

-Por favor... no quiero tener pesadillas.