Capítulo 6

324 22 4
                                    

VI

Tras dos semanas de intenso trabajo, saliendo varias veces mucho más tarde de lo pactado en su contrato y recibiendo continuamente burlas y desprecios de su jefa, se había acostumbrado a evitar que sus comentarios le afectasen, el trabajo le gustaba, no era muy pesado y tenía bastante que ver con la carrera universitaria inconclusa que tenía, si algún día lograba retomarla todo cuanto estaba ganando era experiencia.

Irene era desagradable y maleducada, pero muy buena en los negocios, sabía cuando comprar y cuando vender, su empresa era la más prospera de Boston y eso le garantizaba trabajo durante mucho tiempo.

Más de una vez sintió pena por su jefa, pues podía leer entre líneas que vivía por y para su trabajo, no tenía amigos ni una familia que estuviera cerca, salía de la oficina y seguía pensando en acciones, en la bolsa y en los millones que movía diariamente Industrias Montero, no tenía más vida que balances y cuentas, no era de extrañar que fuese una amargada.

En ese tiempo había conocido a algunos de sus compañeros, bastante agradables y simpáticos y, a pesar de que seguía sintiendo escalofríos cuando la miraban un poco más de lo normal, se sentía a gusto ya que la mayor parte del tiempo la pasaba encerrada en los archivos buscando documentos que luego no servían para nada o en el despacho de Montero, trabajando junto a ella y elevando su capital.

Se podía decir que su jefa nadaba en la abundancia, pero ella misma sabía que el dinero no daba la felicidad y que, tarde o temprano, Irene Montero iba a terminar mal ya que solo pensaba en billetes verdes, le daba lástima por lo que se tomaba sus despechos como un desahogo de la morena por parte de una vida vacía y carente de sentido y no les prestaba la más mínima atención.

Desde que empezó a trabajar en Industrias Montero, su tiempo junto a Iván había quedado reducido a cenas familiares y acogedoras a las que a menudo llegaba tarde ya que su jefa parecía disfrutar poniéndole trabajo a último momento y a los domingos, días que le dedicaba por entero, consintiéndolo y haciendo que se volvieran momentos mágicos y especiales, inamovibles e inquebrantables para estar los dos juntos, se echaban mucho de menos durante la semana y ambos sufrían la ausencia del otro, acostumbrados como estaban a pasar casi todo el día sin separarse.

Era sábado, se acercaba el fin de su jornada y estaba ya saboreando la entrada del domingo, su día especial junto al pequeño. Tenía planeado todo el día, irían al parque a comer un helado, cocinarían juntos y después quería levarlo al cine a ver esa película que tanto le había pedido.

Sonreía feliz ante la expectativa de un día espléndido mientras cogía su chaqueta y se colocaba la montura de las gafas. Estaba a punto de marcharse cuando apareció ante ella su jefa, con cara de cansada y de pocos amigos.

-Arrimadas, ¿A dónde vas?

-A casa, ya he terminado por hoy.

Irene la miró con asco, como siempre solía hacer y dejó sobre su mesa una carpeta llena de expedientes antiguos que había rescatado del archivo, expedientes que para Inés no tenían importancia alguna.

-El lunes a las ocho de la mañana quiero todo esto ordenado sobre mi mesa.

-Pero... Señorita Montero yo ya me voy, puedo ordenarlo y archivarlo el lunes.

-¿Qué parte de que lo quiero el lunes a las ocho no ha entendido? Si no le da tiempo hoy venga mañana, no soy yo quien organiza su tiempo Arrimadas. Buenas noches

Ella se fue sin dejarle replicar, mientras Inés no dejaba de darle vueltas a la cabeza que la única manera de terminar antes de las ocho del lunes el papeleo absurdo que su jefa le había pedido sería trabajar en domingo, obligándola a cancelar sus planes junto a su pequeño y una lágrima de rabia e impotencia descendió por su mejilla, había traspasado la línea, odiaba a esa mujer con todas sus fuerzas.

La última miradaWhere stories live. Discover now