Capítulo 16

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XVI

Sus labios volvieron a unirse una vez más, aun con el miedo metido en su cuerpo no podía olvidar las palabras de Irene al estrellar su puño en el rostro de Xavier. Irene la quería, no entendía muy bien por qué, ni desde cuándo pero la quería, se lo confirmó con un beso dulce y la promesa de curar cada una de sus heridas, despacio y sin apresurarse, Irene solo quería estar a su lado, sin importarle el tiempo o que sus fantasmas destrozaran sus nervios, Irene quería estar con ella y en esos instantes se sentía flotar.

Hacía años que se había convencido de que el amor no estaba hecho para ella, solo se permitía sentir cuando se trataba de Iván o de su familia, con la llegada de Irene todas sus convicciones fueron destruidas en cuestión de segundos y, por primera vez desde hacía demasiados años se atrevió a dejar que las emociones y los sentimientos se apoderasen de ella, se atrevió a lanzarse pues de lo contrario estaba segura de que se arrepentiría toda la vida, se atrevió a dejar atrás el miedo a salir herida, a ser valiente. Besando a Irene se atrevió a amar.

Al separar sus labios, una sonrisa radiante se dibujó en su rostro mas se borró y su cara se cubrió de horror, no había podido fijarse en Irene puesto que hizo aparición justo cuando el miedo se había apoderado de ella dejándola petrificada. Con Xavier fuera de escena y teniéndola tan cerca pudo ver en su rostro las evidencias de la dura semana que Irene había vivido, su tez pálida y sus ojeras, la evidente pérdida de peso y sus ojos, brillantes y cargados de sueño.

Con voz temblorosa y su mano acariciando la mejilla de la morena se atrevió a preguntar.

-¿Cuánto hace que no duermes Irene?

-Desde el sábado...

-Tampoco has comido.

-No, no demasiado, no tenía hambre, solo quería entender por qué habías huido, qué había hecho mal.

-Dame las llaves de tu coche Irene, no puedes estar así, caerás enferma.

No le dio tiempo a reclamar cuando cogió las llaves del Lamborgini de su jefa y, cogiéndola de la mano, la arrastró hacia el ascensor. En cuanto entraron en el coche y lo puso en marcha, Irene se quedó profundamente dormida en el asiento del copiloto, demostrando una vez más la evidencia de su falta de sueño.

Salió del parquin resoplando pues no sabía dónde vivía Irene, no podía llevarla a su casa y no sabía dónde ir, así que puso rumbo a su propia casa.

Al llegar, despertó con suavidad a su jefa que, desorientada y con los ojos cargados de sueño, miró a todas partes sin comprender dónde se encontraba.

-¿Dónde estamos?

-En mi casa, te dormiste y no me dijiste dónde vives así que te traje aquí.

Se bajaron en silencio del vehículo y, cogidas de la mano, entraron a casa de la castaña mirándose y sonriendo. El apartamento estaba vacío y tranquilo ya que Cristina estaba en el taller trabajando y Iván en la escuela.

Inés llevó a Irene hasta su cama para que se acostara ya que necesitaba dormir con urgencia, nada más tocar la almohada volvió a dormirse con una sonrisa, mientras Inés no podía dejar de mirarla con ternura.

Esa misma mañana se sentía aterrada ante la idea de volver a mirarla, segura de que no iba a perdonarla y solo unas horas más tarde se encontraba en su propia casa con la mujer a la que quería apaciblemente dormida. El calor de hogar la invadió y supo que no se estaba equivocando con Irene, ella era esa persona que la vida pone en tu camino para hacerte feliz, de una manera u otra.

No supo cuánto tiempo estuvo contemplándola cuando recordó que Irene llevaba día sin comer con propiedad y decidió prepararle algo caliente para cuando despertara. Depositando un dulce beso suave sobre sus labios se marchó a la cocina, esperando que a la morena le gustase la lasaña.

***

No supo cuánto había dormido, solo que el sueño fue reparador. Abrió lentamente los ojos, mirando a su alrededor, intentando averiguar dónde se encontraba, cuando el aroma a vainilla de Inés la invadió y se dio cuenta de que estaba en su habitación. La sonrisa que adorno su rostro fue radiante y se levantó, con energías nuevas debido al sueño reparador, saliendo de la habitación y buscando a la dueña de sus pensamiento.

El aroma a comida casera hizo que su estómago empezara a rugir y se dirigió como una autómata hacia la pequeña cocina, donde Inés parecía estar terminando de preparar la comida. De espaldas a ella, sin reparar en su presencia, pudo contemplarla con una sonrisa dulce en su rostro. En ese momento supo que amaría cada uno de los detalles de Inés, los momentos cotidianos, cargados de hogar, una palabra que le era casi desconocida puesto que, a pesar de que fue adoptada y conoció el significado de la familia, los Montero nunca fueron su hogar, siempre fue Inés.

Lentamente se acercó a ella, agarrándola por la espalda y sobresaltándola, besando su hombro y embriagándose de su aroma, girándola y atrapando sus labios de forma hambrienta, dulce y suave.

-¿Has dormido bien?

-Mejor que nunca

-He preparado lasaña.

-Huele muy bien, la verdad es que me muero de hambre.

-Lo suponía, está ya lista ¿Comemos?

Comieron entre risas, Irene devoró con hambre voraz esa delicia, decidiendo que sin duda Inés era la mejor cocinera del mundo. Tras ese momento íntimo y tierno, lavaron juntas los cacharros, terminando empapadas de arriba abajo ya que se dedicaron a jugar más que a limpiar, para caer sobre el sofá, besándose y sin dejar de reír.

Sintiendo como su interior se llenaba de paz, aun amenazadas por fantasmas del pasado estaban bien en brazos de la otra. Irene empezó a bostezar una vez más, al parecer no había recuperado del todo su falta de sueño, lo que provocó en Inés una carcajada y una burla, llamándola dormilona y perezosa.

Entre risas, algún beso robado y sonrisas radiantes, Irene arrastró a Inés con ella a la cama, donde acabaron las dos profundamente dormidas, una en brazos de la otra, sintiendo el calor del hogar en medio de su abrazo y con una bonita sonrisa pintada en los labios.

Continuará...

La última miradaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu