Capítulo 5

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V

A pesar de que se había pasado tomando alcohol y su cabeza dolía como si mil tambores retumbaran en su interior, su rostro era imperturbable al cruzar las puertas de su despacho a las ocho en punto. No se asombró al ver en el a Inés, perfectamente lista para empezar la jornada, ya que la bronca del día anterior la había asustado y ella lo sabía.

Una sonrisa sarcástica cruzó su rostro mientras su mirada se volvía de hielo, había soñado con aquella niña que se creía una reina, con sus desprecios. La misma niña que tenía ante sí, convertida en su secretaria, de reina a sirvienta, que irónica era la vida.

Inés le regaló una sonrisa, era cálida y amable, no se parecía a las sonrisas sarcásticas que solía regalarle de niña. Se detuvo a observarla unos segundos, el tiempo había pasado por ella haciéndola perfecta, su belleza simplemente había madurado, tenía los mismos ojos castaños sin el hielo de su juventud, toda ella era distinta y aun así despertaba su odio como un huracán.

Solo unos segundos mirándola bastaron para incomodarla, imaginaba la mente de la castaña con mil engranajes girando, intentando entender su silencio. Su sonrisa irónica y su mirada helada, intentando entender porque en sus ojos oscuros se reflejaba el desprecio y el asco que sentía por ella.

-Buenos días señorita Montero, ¿Qué puedo hacer por usted?

-Veo que ha llegado puntual, eso está bien, aprende usted más rápido de lo que creía. Revisaremos mi agenda y después irá a buscarme un café.

Inés asintió en silencio y, mientras su jefa tomaba asiento y echaba un vistazo a los papeles que tenía ante sí, le recito una a una sus citas del día, ya que las había aprendido de memoria para no ir cargando con esa libreta llena de anotaciones a todos lados.

Irene repasó mentalmente su día suspirando, iba a ser largo y ajetreado, la fusión que se traía entre manos estaba a punto de ser un éxito y eso la mantenía ocupada y bastante nerviosa.

Tras repasar su agenda, Inés tomó su abrigo para ir a buscar el café que Irene le había exigido y, mientras estaba saliendo por la puerta, su jefa la llamó de forma imperativa.

-Señorita Arrimadas, quiero un capuchino con canela y no la basura que venden en la cafetería de la esquina, vaya a buscarlo a la cafetería vienesa de la Gran Avenida.

-Pero, es hora punta, tardaré muchísimo si voy ahí ¿Está segura que no le sirve el de Starbucks?

-No me haga repetirle lo que deseo, el de la Gran Avenida o ninguno y recuerde, no lo derrame y tráigamelo con canela.

Bajó la mirada a su papeleo intentando disimular su sonrisa, su secretaria tendría que recorrer media ciudad para atender a su mandado y eso la llenaba de alegría. Pudo sentir como Inés dudaba antes de salir por la puerta para cumplir con su encargo, sabía que tardaría una eternidad y preparó su discurso para cuando volviera, hablaría sobre la importancia de aprovechar el tiempo, de no perder toda la mañana dando vueltas por Boston, la haría sentir inútil y eso la llenaba de alegría.

Media hora más tarde, volvió a aparecer Inés, respirando con dificultad y roja de esfuerzo ya que parecía haber llegado corriendo, la verdad es que se esperaba que tardara mucho más en llegar con su café, perfectamente guardado en una taza para llevar.

-Aquí está, capuchino con canela de la cafetería vienesa.

Su rostro mostraba felicidad, había cumplido su encargo sin olvidar nada y se sentía segura y orgullosa de sí misma. Se levantó y cogió la taza con cara de asco, oliendo su contenido y, posteriormente, tirándolo a la basura sin pronunciar palabra, sonriendo interiormente ante la cara de horror que dibujó su secretaria.

-Lo quería con vainilla, no con canela, ni siquiera sirves para traerme el café.

Dicho eso cogió y se puso la chaqueta para marcharse, mientras dejaba sobre la mesa de Inés todo su papeleo.

-Termina con todo esto, me voy a Starbucks a por mí café.

Inés la vio marcharse apretando los puños, por muy rica que fuese, por muy dueña de la empresa que fuese, no tenía derecho a tratarla como la había tratado. Se serenó y se sentó a trabajar, no sin antes mandar un mensaje a Cristina asegurándole que llegaría tarde, que por favor se encargase de Iván, tenía mucho papeleo que ordenar, mucho trabajo por hacer y sobretodo mucho tiempo para pensar por qué demonios su jefa era así con ella.

***

Salió de la oficina cuando las calles ya estaban iluminadas por las farolas, mucho más tarde de la hora estipulada en su contrato y suspirando, Irene era una mujer de pocas palabras, solo abría la boca para ordenarle cualquier cosa sin ningún tipo de educación, enfrascada como estaba siempre en su trabajo, una tiburón empresarial que solo pensaba en enriquecerse cada día más. Irene hacía ya horas que se había marchado a casa, dejando el resto del trabajo en su mesa con la exigencia de que al día siguiente estuviera terminado, ese fue el motivo por el cual salía tan tarde con solo una idea en su mente, abrazar a su hijo al que no veía desde la mañana.

Cuando llegó a casa, la recibió el agradable olor a comida casera ya que Cristina había tenido la decencia de cocinar también para ella, sabiendo que salía tarde, los ruidosos pasos de su hijo sobre el parquet y sus gritos de alegría al escuchar la puerta fueron motivos más que suficientes para que sonriese feliz y que todo el estrés que había acumulado en el trabajo se esfumara de golpe.

Cenaron los tres juntos, contando anécdotas del día, Iván relataba su día en la escuela, con qué niños había jugado y que él había sido el héroe de sus juegos infantiles, Inés y Cristina reían con ganas con varias historias, clientes con peticiones surrealistas mientras Inés se desahogaba y le contaba a su amiga y compañera de piso lo inmadura y caprichosa que podía llegar a ser Irene Montero, el incidente del café entre otras cosas. Ambas se miraron y suspiraron, al fin y al cabo el mundo siempre había sido de los ricos e Inés no podía quejarse si quería conservar su empleo.

Iván se durmió en sus brazos pronto, visiblemente cansado, por lo que decidieron retirarse ya que les esperaba un día largo, una vuelta a la rutina y a empezar otra vez. Se metió en la cama que compartía con su pequeño, besando su frente con amor y deseándole unos dulces sueños, su hijo era lo mejor que le había pasado y era capaz de soportar hasta la más extrema de las tempestades con tal de ver su rostro sonriente.

***

Se había marchado pronto del trabajo solamente por el placer de obligar a Inés a quedarse, no sabía si la castaña había decidido hacerle caso o se habría marchado a la hora que le correspondía, le daba exactamente igual. Si le había hecho caso había estado trabajando hasta tardísimo y si no le había hecho caso al día siguiente se llevaría la bronca de su vida, en cualquiera de los dos casos ella se saldría con la suya, la haría sufrir de un modo u otro.

Encendió la televisión para ver el mercado, le interesaba saber como iban los balances de la bolsa ya que era hora de comprar acciones y sacar las suyas a la venta, era hora de incrementar un poco su fortuna.

Esa era su vida, la soledad de un ático inmenso, la copa de whiskey y la economía mundial como única compañera sin sospechar que, al otro lado de la ciudad, la castaña que ocupaba cada uno de sus pensamientos se dormía abrazando a un hijo que había cambiado su vida por completo.

Continuará...

La última miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora