Capítulo 22

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XXII

No podía creérselo cuando corrió a abrir la puerta para encontrarse cara a cara con la morena, teléfono en mano y sonriendo. Llevaba su traje arrugado debido al viaje y la corbata mal abrochada, el cabello alborotado por el viento y la sonrisa radiante. Sus ojos oscuros tenían ese brillo de picardía, de travesura infantil que la enloquecía.

Irene no dejó que pronunciara palabra, aun conmocionada ante la extrema felicidad que sentía al tenerla delante, atrapó su cintura y sus labios con pasión, mientras la castaña se deslizaba entre sus brazos, besando sus labios sin parar de sonreír.

Se separaron unos centímetros para tomar aliento, con las frentes unidas sin dejar de mirarse, hasta que cayó en la cuenta de la locura que había cometido su prometida, viajando hasta Maine la noche de navidad solo para estar con ella.

-Estás loca Irene Montero ¿Te lo habían dicho ya?

-Te echaba de menos.

-No has cogido ni chaqueta para venir, normal que tuvieras frío, entremos.

Entró tras ella, cogiendo su mano, sintiéndose como una adolescente que se cuela en casa de su chica en plena noche sin que sus padres se den cuenta, ese hecho le hizo reír y atrapar a su prometida nuevamente para besarla. Un beso interrumpido por Begoña que carraspeó con fuerza a sus espaldas. Inés se abrazó a Irene con fuerza, como con miedo a que esta se desvaneciese, que no estuviese realmente a su lado, mientras la morena miraba a su amiga con una tímida sonrisa de disculpa.

-Bego, ya se te nota bastante el embarazo, enhorabuena.

-¿Cuándo pensabas decirme que te casa con mi hermana?

-Él día de la boda, quizás un día antes.

-Tú no cambias ¿Verdad?

Ambas sonrieron y se abrazaron con cariño, justo después de ese abrazo Inés la agarró pidiéndole sin palabras que se retiraran, en sus ojos se veía que estaba visiblemente cansadas. Ambas desaparecieron en dirección a la habitación de la castaña, donde está rebuscó entre su ropa cualquier cosa que le sirviese a Irene, ya que esta había aparecido sin nada ante su puerta.

En silencio para no despertar al pequeño terremoto que hacía rato dormía, se acostaron, no sin antes darle un beso suave de buenas noches. Inés se durmió en seguida, entre sus brazos pero Irene se quedó un rato despierta, contemplando la oscuridad y sintiendo como la felicidad se hacía dueña de cada uno de sus poros, se había acostumbrado a la presencia continua de la castaña, a su aroma, la suavidad de su piel mientras dormía abrazándola, solo habían sido unas horas separadas y no se arrepentía de haberse marchado a medio cenar para estar nuevamente entre sus brazos.

Se durmió sin pensar que sus futuros suegros se llevarían una enorme sorpresa al día siguiente al ver que la prometida de su hija había pasado la noche en la casa.

La mañana de Navidad, el primero en despertarse fue Iván, emocionado ante los inminentes regalos que recibiría, aunque en cuanto vio la maraña de cabellos morenos sobre la almohada y descubrió que Irene dormía abrazando a su madre, su emoción provocó que se olvidase por completo de cualquier obsequio material, saltando sobre su madre y la morrna completamente feliz y despertándolas en el acto. irene, medio dormida, empezó a reír ante su pequeño terremoto y lo agarró, abrazándolo con fuerza y atacándolo a cosquillas mientras Inés no podía parar de reír, cualquiera que entrase en ese momento en esa habitación vería la estampa idílica de una familia que se ama por encima de todo.

Bajaron juntos a desayunar, aún era pronto por lo que Inés empezó a preparar café, sin que Irene se despegase de su lado en ningún momento y con Iván alborotado corriendo de un lado a otro sin poder estarse quieto.

La última miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora