V

6.2K 383 44
                                    


Todo transcurre apaciblemente; hablamos de libros, de cine, de cómo son sus clases este año y de las cosas que han cambiado en el instituto desde que lo dejé. Le explico que decidí hacer un curso intensivo de dibujo y se muestra muy ilusionada por ello. Siempre ha sabido de mi afición, sobre todo porque de vez en cuando tenía que llamarme la atención para que me concentrara en la clase, aunque no fue hasta el último año que vio uno de mis dibujos. Yo ni siquiera lo consideraba bueno, sin embargo a ella le llamó significativamente la atención y me sugirió que me dedicara a ello. Sus palabras tenían tanto valor para mí que poco a poco me animé a ir enseñándole algún que otro dibujo, y ella mantuvo su opinión en cada uno de ellos, insistiendo con mucho énfasis en que persiguiera esa meta. Así que, al final, acabé por convencerme.

– Esta semana es mi última semana de curso, y la verdad es que no sé qué voy a hacer después –admito con cierta inquietud.

– ¿Y por qué no haces un grado superior o algo por el estilo? –propone cruzándose de brazos sobre la mesa.

–Bueno, es que estamos un poco mal de dinero en casa, y además todos los cursos están ya empezados–explico quitándole importancia–, así que supongo que buscaré algo en lo que trabajar mientras tanto.

Lauren asiente despacio, como sopesando mis palabras interiormente, y me mira un rato pensativa mientras yo bebo de mi café. Bajo la vista porque me cuesta mantener su mirada durante tanto tiempo.

–¿Sabes? Hace unos meses me ofrecieron dar clases en una academia por las tardes –explica, y descruza los brazos para coger su taza–. Al principio no me entusiasmaba la idea porque no me sobra mucho tiempo, que digamos, y porque nunca antes había impartido ese tipo de clases en ese tipo de sitios. Pero luego me dije, ¿por qué no?

El borde de porcelana roza la parte de debajo de sus labios y nada más, durante el segundo que tarda en aspirar el aroma disimuladamente, y después le da un pequeño sorbo. Al alejar la taza, la marca de espuma del café sobrepasa ligeramente el límite de su labio superior y ella la retira de forma sutil con la punta de la lengua. Me doy cuenta de que tengo los ojos fijos en sus labios y aparto la mirada rápidamente.

– ¿Qué tipo de clases? –pregunto.

– Clases de pintura.

Alzo las cejas sorprendida.

– ¿En serio? –Ella asiente humildemente tomando otro sorbo de café y yo la miro con una sonrisa, sacudiendo la cabeza con perplejidad–. ¿Hay algo que no sepas hacer?

– Oh, muchas cosas, Camila –contesta con una sonrisa tierna.

Teniendo en cuenta que Lauren es una persona ávida de conocimiento que no deja pasar un día sin aprender algo nuevo a pesar de su gran sapiencia, era una respuesta predecible. Me sigue fascinando el hecho de que a sus cuarenta años no haya dejado de estudiar carrera universitaria tras otra.

De pronto me viene a la cabeza su imagen haciendo dibujos esquemáticos en la pizarra, y recuerdo bocetos arquitectónicos que algún día vi por casualidad junto a sus papeles, y un comentario esporádico en clase que me pasó desapercibido. "Cuando estuve allí, no dejaban a la gente acercarse, yo estaba agachada tomando apuntes gráficos de la catedral y me echaron...". En su momento no se me ocurrió pensar que le gustara dibujar o que lo hiciera fuera de lo que a su trabajo se refiere (cuando lo lógico habría sido considerar esa posibilidad si hablamos de una historiadora del arte), pero ahora todo encaja.

– He dado clases de pintura en otros sitios, en ambientes más familiares y a grupos muy reducidos. Pero la verdad es que con esto no me está yendo mal.

–Me alegro mucho –digo asintiendo con una sonrisa sincera.

Ella me la devuelve.

–Te lo decía porque... –se encoge de hombros como buscando las palabras–. No sé, por si te animas a venirte a las clases. Pienso que no deberías abandonar el arte, porque es lo que te gusta y porque, de verdad, tienes potencial.

La miro sin saber qué decir. Lo cierto es que me he quedado sin palabras. En el tiempo que ha tardado en terminar la frase ya he recreado en mi cabeza miles de escenas. Imaginarme como alumna de Lauren obviamente no me resulta difícil; imaginármela como mi profesora de pintura... Sería tan maravilloso como patético. Sólo manejo bien los lápices, en todo lo demás referente al campo de las artes soy ignorante y por tanto ridícula, y me da miedo arruinar la imagen que Lauren tiene de mí.

Ella nota mi inseguridad y me regala una sonrisa tranquilizadora.

–Es un grupo muy diverso, no serías la única inexperta –dice leyendo mis pensamientos.

–No sé...

–Venga... –me alienta con una mueca de ruego que me hace verla como el ser más adorable del planeta y me es imposible reprimir una amplia sonrisa–. Mira, hacemos una cosa. Léete el libro. Cuando lo acabes vienes a verme y me dices lo que has pensado sobre las clases. ¿Te parece?

Asiento con firmeza, en parte aliviada. Si me lo pedía una vez más iba a ser incapaz de decirle que no.

Creo que no podría negarle nada.

*

Un rato después ya nos hemos acabado el café. Lauren saca la cucharilla de la taza mientras habla y la deja apoyada en el platito. Coge una servilleta, se seca los labios con unos toquecitos y la arruga entre sus manos. Está explicándome que tiene por costumbre ir a esa cafetería, y puedo apreciar un brillo en sus ojos que delata su gusto por este hábito.

– Es de esos lugares en los que piensas cuando quieres estar tranquila –dice recorriéndola con la mirada, como habrá hecho tantas otras veces, y yo no puedo evitar imitarla–. Cuando sientes que estás cansada pero no puedes pausar la vida como si fuese una película. ¿Sabes de lo que te hablo?

La estoy escuchando atentamente y sólo en ese momento me mira.

– Sí –contesto.

– Esta cafetería a veces me sirve de botón para pausar la vida.

Al pronunciar esa frase se le escapa una sonrisa, como si escuchar su propia voz diciendo tal cosa la hubiese ruborizado de repente, y comienza a jugar nerviosamente con la bola de papel entre sus manos. En ese momento me pregunto cuántas personas sabrán eso.

– La verdad es que aquí dentro sí parece que todo es una película –corroboro.

– Por eso estaba aquí cuando has llegado; he aprovechado y he venido un rato antes. Nunca tengo planeado cuándo venir, vengo sólo cuando me apetece, porque si fuera una rutina, ya sabes, sería como todo lo demás y...

Un tono de llamada la interrumpe. No lo reconozco así que debe de ser su teléfono. Por una milésima de segundo su expresión cambia. Ella hace por encubrirlo, pero a mí casi me parece oír el chasquido de su sonrisa al romperse por dentro, aunque ésta siga aparentemente entera. Comprueba su teléfono por debajo de la mesa y después vuelve a mirarme como si nada.

– ¿No lo coges? –pregunto, y enseguida siento que estoy inmiscuyéndome en sus asuntos y me arrepiento.

– No es importante –contesta ella secamente restándole importancia con un gesto.

Pero al rato vuelve a sonar, y ella lo vuelve a ignorar sin ni siquiera mirarlo.

– Si es por mí no te preocupes, no me importa que contestes... –le digo, aunque en el fondo sé que no es por mí.

– No, tranquila –dice ella con una sonrisa que cada vez encuentro más forzada–. Todo bien.

No quiero insistir más así que le devuelvo la sonrisa.

– Vale. –En ese momento me doy cuenta de que por las ventanas entra mucha menos luz y miro la hora–. Vaya, no sabía que era tan tarde.

– ¿Tarde? Me cuesta creer que esto para ti sea tarde si a las cuatro de la madrugada sigues despierta –bromea ella–. Me sorprendió que me contestaras, creí que estarías dormida.

En ese momento parece percatarse de que ahora es ella quien está inmiscuyéndose y se remueve en el asiento con apuro, pero contesto antes de que pueda hablar ella cuando veo que hace el amago de justificarse.

– A mí también me extrañó que me escribieras tan tarde.

Los dos se quedan en simples comentarios, porque ninguna contesta a ninguno de ellos, y ambas sonreímos. Después decidimos que es hora de irnos, y esta vez consigo que me deje pagar a mí.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora